sábado, 1 de julio de 2023

MACHISMO, “MAMABURRAS” Y MASCULINIDADES EN CUESTIÓN

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Dicen que la Costa Atlántica es otro mundo. Es posible que así sea, porque allá ocurren cosas raras, maravillosas, ejemplarizantes y claro, otras que podrían avergonzar a quienes comparten lo que confluye o no en eso que conocemos como el “realismo mágico” de nuestro nobel de literatura, Gabriel García Márquez.

Pues bien, el diario El Espectador registró un hecho curioso y hasta jocoso (ver nota): “La escultura dedicada al hombre mamaburra que genera polémica en Sincelejo”. La “obra” lleva por título Mi primer amor y da cuenta del fuerte arraigo de la zoofilia, bien como práctica normalizada en algunas partes de la Costa Atlántica o como mito. La inscripción que acompaña a la “obra” dice: se “rinde homenaje al hombre costeño ‘mamaburra’ del Sincelejo de antaño”. Y es en este preciso momento en el que recuerdo mi paso por el Ejército y la estadía de un año entre La Guajira y Barranquilla.

Mis compañeros costeños del contingente 4to del 83 aludían de manera jocosa a lo que ellos mismos llamaban “María casquitos”, es decir, a la burra convertida en el “primer amor”. Parecía, según sus propios relatos, una práctica zoofílica cierta y no un mito como creen otros que es esa relación íntima con las burras que la escultura busca representar. Es más, en una base militar en Uribia (frontera con Venezuela), el entonces comandante contó que encontró varios portafusiles abandonados al lado de un árbol al que sujetaron a una burra para accederla sexualmente.

Más allá de si es cierto o no, o si lo fue, lo que hay que apreciar en el fondo es el poder con el que nos lanzamos al mundo, respaldados por la cultura dominante. Mientras que al salir a la calle nuestro peor miedo es que nos roben el reloj, las zapatillas o el celular, las mujeres temen ser tocadas, manoseadas, violadas o secuestradas para convertirlas en esclavas sexuales.  Esa es una realidad fáctica que, asociada a eso de ser Hombre o Macho o ser capaz de “estar” con una burra, facilita las expresiones del machismo y consecuencialmente las disímiles formas de violencia de las que participamos: riñas, discusiones acaloradas, castigos a ladrones que eufemísticamente llaman “masajes” o simplemente, hablar duro.

Ojalá la polémica que desató la curiosa escultura en Sincelejo sirva no para enaltecer la zoofilia, sino para revisar las masculinidades que, asociadas al poder del miembro viril, convierten a los hombres en bestias hambrientas capaces de saciar sus “necesidades sexuales” así sea sometiendo a las nobles burras. Si la práctica zoofílica hizo parte del pasado y ya no lo es, entonces en algo hemos avanzado. En todo caso siempre será preferible recordar al “hombre caimán” y no a los “hombres mamaburras”.

El mundo, en perspectiva universal deviene masculino y masculinizante. Prueba de ello son el fútbol, las guerras y el ejercicio tradicional de la política en un orden internacional dominado por hombres.

En Colombia, esa circunstancia terminó naturalizando el machismo y disímiles formas de violencia asociadas a la obligación de portarnos como Hombres. Ser hombre, macho o varonil constituye una enorme presión sobre adolescentes que deben dar cuenta de ese “mandato natural”. De lo contrario, terminarán señalados como “flojos, mariquitas o poco hombre”. Sobre ese marco general hay que comprender, más no aceptar, lo que hay detrás de ese hecho noticioso que registró El Espectador con el ya citado titular.




Imagen tomada de El Espectador.com

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