Por Germán Ayala Osorio
Cada 20 de Julio brotan el patriotismo
y su correlato el patrioterismo, y las narrativas asociadas a una independencia
más formal que real. También las añoranzas y los pesares por el tipo de Estado
y sociedad que hemos construido en medio de guerras civiles, un largo conflicto
armado cuyos actores se degradaron en grado máximo, odios de clase y un naturalizado
ethos mafioso que nos convirtió en uno de los países más corruptos del mundo. Y
no hablo de nación porque esa es una tarea pendiente. Al final, quizás tengamos
que reconocer que nos quedó grande construirla porque pareciera probarse la
tesis que dice que a los colombianos nada los une, ni siquiera el fútbol.
Cada 20 de julio marchan las
fuerzas armadas a mostrar, con orgullo, el “poderío militar”, haciéndonos
olvidar que con esas armas se bombardearon ecosistemas naturales y se quitaron
vidas, y las que faltan aún por arrebatar en el inmediato futuro. Mientras duran
los desfiles, olvidamos los 6402 jóvenes asesinados por agentes estatales, por
militares que juraron defender la Patria y eso incluía, a los más desvalidos, a
los pobres, a la juventud. Por un plato de arroz chino, un permiso, un ascenso
o la asistencia a un “bacanal”, le pusieron precio a la vida de esos jóvenes
para hacerlos pasar como guerrilleros muertos en combate. Cuánta ignominia en ese
oscuro periodo presidencial en el que un falso patriota, mandó -no gobernó-
sobre vastos territorios apropiándose de baldíos e imponiendo su insostenible y
peligrosa racionalidad económica y política. Lo conocen como El Innombrable. Entre
2002 y 2010, Colombia cayó a los más degradados sótanos. Estamos hablando de un
continuado holocausto humanitario y civilizatorio. Y para colmo, por ahí anduvo otro falso patriota
gritando, como loco de pueblo, un temido ¡Ajúa!
Quizás los que monetizaron la vida de 6402 connacionales jamás leyeron la sentencia de Bolívar: ¡Maldito el soldado que apunta su arma contra su pueblo! No hay nada más que agregar. Lo cierto es que cada 20 de Julio se conmemora una independencia que bien pudo ser el momento en el que la tara civilizatoria que padecemos, se empezó a hacerse evidente.
Sacar la bandera constituye un ejercicio patriótico para aquellos que de verdad sienten orgullo por llevar el gentilicio de colombiano; otros, en un claro ejercicio patriotero, la sacan para ocultar lo que verdaderamente son: unos “vende patria” y enemigos de las mayorías. Los miembros de la secta uribista suelen gritar a voz en cuello que aman a la bandera y a que adoran a sus fuerzas armadas. Pero la verdad es que Uribe Vélez instrumentalizó al Ejército, lo privatizó. Jamás se preocupó por el bienestar de los soldados.
Habla la historia del “grito de la Independencia”. Y seguimos en esas: gritándonos en lugar de dialogar y deponer egos e intereses de clase. Por ahí anda el inefable Vargas Lleras, hijo de la rancia oligarquía bogotana, presentándose como una opción de poder, cuando apenas le alcanza para seguir sumiendo a esta patria en las más peligrosas tierras movedizas de la corrupción. Y María Fernanda Cabal, una de las tigresas de Uribe.
Y pasará este 20 de Julio y
vendrán más, y seguiremos igual. Hay errores históricos que parecen durar varias
centurias. Sacar la bandera cuando lo que hemos hecho por más de 200 años de
vida republicana es matarnos y robarnos a nosotros mismos, constituye un acto banal
e hipócrita. Sacaré la bandera el día en que construyamos una verdadera República.
Imagen tomada de Youtube.com
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