jueves, 24 de octubre de 2024

PUERTO RESISTENCIA DECLARADO PATRIMONIO NACIONAL

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Declarar patrimonio nacional al monumento a la Resistencia de Cali constituye un gesto ético-político y cultural de reivindicación de la lucha popular en una sociedad históricamente clasista, racista y arribista como la caleña.

Quienes se oponen a esa declaratoria y a la presencia incluso de la colorida escultura exponiendo argumentos estéticos, lo hacen porque les parece que los únicos monumentos, bustos o esculturas estéticamente aceptables obedecen a escuelas o tendencias artísticas aceptadas por la élite dominante. El valor del brazo en forma de lucha está atado a los hechos vividos durante el estallido social provocado por el gobierno de Iván Duque Márquez y a la decisión comunitaria y popular de resistir a las medidas económicas adoptadas por esa administración y por supuesto, a la embestida militar y policial que sufrieron los y las jóvenes de sectores populares como el de Puerto Rellena, hoy conocido como Puerto Resistencia.

Hay otros que se suman al rechazo por lo que significa enaltecer las expresiones de violencia simbólica y física que se exhibieron durante las duras jornadas de protesta en el contexto del estallido social. Para estos colombianos solo es legítimo exaltar a la fuerza legítima del Estado, a pesar de que como orden dominante y estructura de poder arrastra una historia de probada e inquietante ilegitimidad.

El monumento a la Resistencia da cuenta de la historia reciente de la capital del Valle del Cauca, epicentro de las movilizaciones sociales y de los desmanes que se presentaron durante el estallido social. Por ese carácter histórico, el reconocimiento como patrimonio nacional no debería de alimentar los odios que aún manifiestan sectores del poder político y económico de la ciudad de Cali por lo vivido durante las jornadas de protestas y movilizaciones.

Asumir la declaratoria como un triunfo de la violencia popular es negar las responsabilidades políticas que jamás asumió la administración de Iván Duque y los sectores de poder que apoyaron sus medidas represivas.

Eso sí, no se puede negar que darle ese lugar cultural y patrimonial a la sugestiva escultura constituye una acción política con la que el gobierno Petro le cumple a los jóvenes que se “levantaron” contra un Estado local y una sociedad clasista, racista y arribista como la caleña. La decisión ministerial constituye una acción ideológica como lo fue en el pasado la instalación de la figura representativa de Sebastián de Belalcázar en la zona del oeste. A pesar de sus crímenes, la sociedad caleña lo asumió como parte de su historia. Y es que la historia de la humanidad está llena de bustos, monumentos y esculturas que exaltan la violencia y los triunfos de proyectos políticos anclados en apuestas ideológicas. Lo que sucede en este caso es que el monumento a la Resistencia viene atado a la izquierda, orilla ideológica que, durante años de hegemonía de la derecha, pocas veces tuvo la oportunidad de imponer símbolos atados a la lucha popular, pero sobre todo a la resistencia de un colectivo contra un Estado que como el colombiano arrastra una historia de criminalidad y violación sistemática de los derechos humanos, azuzado muchas veces por una élite social, política y económica que aborrece lo popular y lo comunitario porque suele asociarlo con la siempre incómoda izquierda.

Aunque Eder no respaldó explícitamente la decisión del ministro de Cultura, Juan David Correa, señaló que “la reconciliación no se puede imponer”. “Tenemos que buscar un verdadero proceso de reconciliación en Cali”. Queda claro que al alcalde distrital la declaratoria no le gusta. Se equivoca Eder: con dicha declaratoria no se pretende imponer la reconciliación. 


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