Por
Germán Ayala Osorio, comunicador
social-periodista, politólogo Y PhD en Regiones Sostenibles
Después
del histórico, accidentado, pero diciente encuentro entre los miembros de la
Comisión de la Verdad y el expresidente-hacendado, Álvaro Uribe Vélez, bien
vale la pena reflexionar sobre dos asuntos, a saber: la vigencia política del
1087985, que confirma que en un número importante de colombianos sobrevive una
atracción hacia las figuras mesiánicas, sin importar su altura moral. Y el
segundo asunto, la supremacía del discurso del Gran Macho en una sociedad que
parece renuente a proscribir el machismo y la violencia contra las mujeres.
Nadie
discute que Uribe Vélez es un “animal político” sagaz y temible. Sin embargo,
su vigencia obedece en gran medida al vaciamiento de sentido de la política y a
la emergencia de un ethos mafioso compartido por el grueso de los colombianos
que caminan a la deriva en medio de una inocultable confusión moral. Se suma a
lo anterior, la crisis de los partidos políticos, colectividades que fungen más
como micro empresas electorales y de empleo, que como instancias de
pensamiento. No hay al interior de estos, intelectuales capaces de erigirse
como faros éticos. La filosofía política hace rato dejó de caminar por las
sedes de los históricos partidos. Por el contrario, cada vez llegan a sus estructuras políticos
vulgares, poco leídos, e interesados solo en vivir de la política y no para la
política. La vigencia de Uribe, en tanto
invención mediática, está asociada, además, a los entramados clientelares que
pudo lograr en sus 12 años de gobierno (incluido el periodo 2018-2022). Las
empresas mediáticas y los periodistas-estafetas uribizados, están orientadas a
mantener la ramplonería, la vulgaridad y la incapacidad de pensar,
filosóficamente hablando, de los operadores políticos. Por todo lo anterior, su validez y su fuerza
no están soportadas en principios universales que le sirvan a la sociedad para
que sus miembros sean más virtuosos, sino, y por el contrario, están ancorados
en valores sectoriales de grupos de poder que exhiben un carácter premoderno,
muy propio de repúblicas bananeras en las que se destacan capataces y hombres
rurales con músculo económico, pero con una mínima estructura moral y ética,
pero por sobre todo, con una enorme
incapacidad para liderar procesos civilizatorios y emancipatorios que le
permitan al país abandonar esa condición de ser un <<platanal con
bandera>>.
Muy
de la mano de lo anterior, aparece la sociedad patriarcal y el machismo que,
para el caso del encuentro entre el padre Francisco de Roux y dos de sus
comisionados, se vio en todo se esplendor. Los colombianos pudieron apreciar a
un violento capataz, a un vulgar hacendado, acostumbrado a imponer su verdad a
gritos, para de esa manera consolidar un relato en el que pueda ocultar sus
responsabilidades políticas. Refugiado en su hacienda, este macho cabrío increpó
e irrespetó a la comisionada, Lucía
González, con la ayuda de sus hijos, en razón a que sigue convencido que el
papel de las mujeres sigue estando asociado a labores domésticas y
reproductivas.
No
se evidenció en la transmisión si sus compañeros comisionados (hombres),
salieron en su defensa, pues claramente, hubo una actitud hostil tanto del “Rufián
de Esquina” como llamó Santos al entonces director de la Aerocivil y
exgobernador de Antioquia. Así, después del tenso encuentro entre el más grande
representante de la vieja y anacrónica Colombia, y los tres comisionados que
buscan construir un relato que le permita al país pasar las amargas páginas de
esta guerra fratricida interna, no solo quedó claro el incivilizado, vulgar y
peligroso talante del 1087985 y el de sus vástagos, sino lo lejos que estamos
como sociedad de trascender, porque aún quedan cientos de miles de colombianos
que aplauden la displicencia, el cinismo, la mentira, la vulgaridad y lo que es peor, la violencia
simbólica(discursiva) contra las mujeres.
Hace
unos días presenciamos el (des) encuentro entre tres seres que buscan la luz en
la verdad y un individuo que morirá en la oscuridad en la que optó vivir, para mentirle al país.
Imagen tomada de la Comisión de la Verdad.
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