Por GERMÁN
AYALA OSORIO
Después de alcanzar la clasificación a la final de la Copa América y en medio de la algarabía y de expresiones de patrioterismo, volvió a escucharse que “la Selección Colombia nos une”. Convertida dicha frase en un imaginario colectivo, atado, por supuesto al poder de penetración del lenguaje periodístico, bien vale la pena tratar de ahondar en sus raíces y alcances.
Lo primero que hay que decir es que ese imaginario colectivo supone que la sociedad colombiana deviene históricamente escindida por razones políticas, culturales e ideológicas. En el 2021, cuando se ganó por primera vez la Copa América, la misma frase se escuchó de las voces de narradores y periodistas deportivos y por supuesto, de hinchas que creyeron y aceptaron el mensaje de una idea que se popularizó tanto, que no no parece haber nadie dispuesto a poner en duda de que efectivamente "la Selección nos une". En esa oportunidad quedamos campeones. Me pregunto: ¿Hubo unión, en qué consistió? ¿Acaso se resolvieron los problemas y los conflictos sociales y políticos se transformaron? ¿O lo que el periodismo deportivo busca realmente, al fijar ese imaginario en la conciencia colectiva es que por unas horas nos "unamos" para celebrar, disfrutar, consumir y beber? Si es así, entonces el único objetivo de los programas y periodistas deportivos cuando sueltan la frase es que salgamos como locos a consumir bebidas y a gastar sin control y por esa vía, olvidarnos de nuestras tristezas, problemas, miedos y angustias.
Sigamos. También se puede pensar que esa realidad objetiva llamada "desunión o eterna división" se ha intentado cambiar a
través de fórmulas distintas al fútbol, esto es, acuerdos sociales y políticos como
el que permitió derogar la conservadora y anacrónica constitución de 1886 y otros
pactos políticos de menor alcance, pero que sirven para comprender que los problemas de la sociedad colombiana no se pueden superar con el hecho de abrazarnos en torno a la celebración de un título deportivo en la disciplina del fútbol.
Hablo del Frente Nacional, el fallido Pacto de Chicoral en los años 60, el
proceso de paz entre el Estado y el M-19, los pactos Ralito, Chivolo y Pivijay entre una parte de la clase política y los paramilitares, así
como el tratado de paz con las entonces Farc-Ep durante el gobierno de Juan
Manuel Santos Calderón.
Los señalados acuerdos, pactos o negociaciones no sirvieron para cambiar esa realidad a la que nos remite la idea de que la Selección es lo único que une a los colombianos. Es tal la potencia de dicho imaginario colectivo que no es necesario explicar que se trata de la selección masculina de fútbol de mayores. Justamente, una sociedad machista como la colombiana parece tener exclusivamente en los jugadores (hombres) la posibilidad de dejar atrás la “desunión colectiva" de la que posiblemente otros hombres son responsables por disímiles decisiones tomadas en lo político, lo social y lo económico.
Con la “fiebre” por la Selección parece que aquello de que somos un país de regiones puede atenuarse en virtud de los efectos negativos que viene dejando un centralismo bogotano que ha logrado consolidar esa condición de país de regiones, creando en las más importantes ciudades capitales "espejos" regionales de ese fatal centralismo capitalino. Un ejemplo de lo anterior es que hay ciudadanos que viven en el centro y norte del departamento que deben desplazarse a la capital del Valle del Cauca Cauca a tramitar asuntos que en sus municipios no se pueden abordar administrativamente.
Insisto en que la manida frase "la Selección es lo único que nos une" deviene con un alto grado de confusión porque quienes la promueven no explican con claridad si eso de unirnos tan solo apunta a salir juntos a celebrar en caravanas y sentarnos a beber hasta perder la conciencia. El mismo imaginario colectivo arrastra un sentido lastimero que da cuenta de cómo nos auto percibimos, con un detalle no menor: le entregamos a 11 jugadores la responsabilidad de transformar a toda una sociedad cuyos miembros de sus élites gravitan en torno a un naturalizado ethos mafioso.
No podemos ocultar que vivir en el país es toda una aventura y hasta un "deporte de alto riesgo" por la posibilidad de morir en una masacre, en un atentado terrorista o víctima de un agente del Estado, un paraco, guerrillero o ladrón callejero.
Solo espero que las tragedias que dejó la celebración del 5 a 0 contra Argentina en el Monumental de Núñez, ese 5 de septiembre de 1993, no se repitan en caso de que Colombia alcance por segunda ocasión el anhelado título continental. Ojalá hayamos aprendido a celebrar con mesura, de manera civilizada, con responsabilidad y respeto. Cualquiera sea el resultado, la frase "la Selección nos une" seguirá instalada en la conciencia colectiva con un complemento: "nos une para celebrar, pero para nada más".
Imagen tomada de la cuenta de X de la Presidencia de Colombia