Por Germán Ayala Osorio
Magistrados de la JEP confirman la
expulsión del general en retiro, Jesús Armando Arias Cabrales, después de revisar la apelación que el alto oficial hizo a la decisión
del alto tribunal de paz de expulsarlo por sus nulos aportes para esclarecer su
responsabilidad y la de otros oficiales comprometidos en el operativo de retoma
del Palacio de Justicia. Huelga
recordar que el 16 de marzo del año en curso la JEP tomó la decisión de sacar
al compareciente por su prolongado silencio ante las preguntas y cuestionamientos
de los magistrados.
Colombia recordará las imágenes de un general abatido que, en
el ocaso de su vida y vestido de civil, escuchó los reclamos y las súplicas de
los familiares de los desaparecidos del holocausto del Palacio de Justicia,
ocurrido en 1985. En la escena en la que fue confrontado por los dolientes,
Arias Cabrales se vio cansado y lánguido por el proceso penal que no solo le
arrebató su libertad, sino que redujo a cenizas la altivez y la arrogancia de
un General que, en aquellos años 80, creyó que estaba, junto al coronel Plazas
Vega, defendiendo la democracia, cuando lo que realmente estaban resguardando
era un régimen criminal que supo instalarse de la mano del Estatuto de Seguridad
del gobierno de Turbay Ayala (1978-1982).
La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) es la jurisdicción
a la que compareció Jesús Armando Arias Cabrales en calidad de victimario. Los
magistrados de ese alto tribunal esperaban que el condenado por la justicia
ordinaria aportara al esclarecimiento de lo que sucedió esos fatídicos 6 y 7 de
noviembre de 1985. Después de las audiencias, el General (R) insistió en que él
también es víctima del holocausto del Palacio de Justicia.
El gran error de Jesús Arias Cabrales y del coronel Alfonso
Plazas Vega, entre otros oficiales que participaron de la retoma del Palacio de
Justicia, fue reducir la democracia a la recuperación de un edificio. Ese
reduccionismo les permitió ponerse en un plano moral superior y en una actitud
claramente vindicativa, que los llevó a violar los derechos humanos. Después de
casi 40 años, estos mismos soldados son testigos de que el régimen democrático
que juraron defender sigue casi igual. Al final, el país entendió que el
objetivo militar y político de los militares no era arrancar de las garras de
los guerrilleros a los secuestrados, sino darle un golpe contundente a esa
estructura subversiva que tantos dolores de cabeza les había producido: el
M-19. Tanto el General como el Coronel en mención, jamás les perdonaron a los
líderes de esa guerrilla el haber cavado un túnel y extraer del Cantón Norte
por lo menos 5.000 armas, como tampoco el robo de la espada de Bolívar y la
toma de la embajada de República Dominicana.
Del carácter tropero con el que asumió los operativos de los
que hizo parte Jesús Armando Arias Cabrales, incluido por supuesto el que
provocó la muerte de los magistrados y demás empleados que se encontraban en el
Palacio de Justicia cuando guerrilleros del M-19 irrumpieron en la edificación,
poco queda en el ex alto oficial: se vio en las diligencias en la JEP, desvalido,
como cualquier anciano de caminar cansino y con una vida pública menos
expuesta.
Eso sí, fue ese carácter tropero el que dio inicio al más
garrafal error que cometieron los militares, compañeros de Arias Cabrales. Los uniformados oficiales cayeron en el grave
error de quemar el edificio con el claro propósito de desaparecer evidencias;
en ese momento, quizás pensaron en que de alcanzar la gloria militar, ello
impediría o evitaría la acción de la justicia. Eso sí, no podemos dejar de
señalar el error político y los crímenes que cometieron los guerrilleros al
secuestrar civiles y el de no haber previsto la reacción violenta del Ejército
en la retoma del edificio. Al final, unos y otros cayeron en la trampa retórica
de creer que estaban defendiendo la democracia.
Sin sus medallas e insignias, y con el peso de los años, un General en retiro es un civil dócil. ¿Qué
es un General desnudo?, se preguntaba la abuela de Facundo Cabral. Y sí, Arias
Cabrales debió haberse sentido desnudo frente a los civiles que muy seguramente
despreció durante su larga carrera militar. Sin su sable, sin su pistola y sin
subalternos a la vista, el procesado General se vio desnudo, desprovisto de la
soberbia de quienes creen que al portar un uniforme, un arma y estar iluminados
por unos, dos, tres o cuatro soles, la senectud se puede evitar.
Al ver las imágenes de Arias Cabrales, la respuesta a la
pregunta qué es un General desnudo es esta: un hombre común y corriente, sin
gloria y, al parecer, sin memoria para asumir las responsabilidades que como
comandante debería de asumir por la desaparición de por los menos 10 civiles, así
ese delito haya sido cometido por sus subalternos. En cualquier caso, Arias
Cabrales es responsable por acción u omisión.
Los guerreros son guerreros no tanto por su fiereza, sino por
lo que representa llevar un uniforme en una sociedad que aprendió a amar la
guerra; en el ocaso de sus vidas, esos mismos guerreros, despojados de su
indumentaria y de sus pesadas charreteras, son viejos lobos solitarios en una
sociedad en la que envejecer no es sinónimo de sabiduría, sino de tragedia,
angustia y desnudez.
Arias Cabrales se llevará a la tumba las decisiones y las órdenes
que impartió durante la retoma del Palacio de Justicia. Muy seguramente, cuando
llegue a su última morada, el registro noticioso dará cuenta de un general que
murió con el peso moral de una culpa que jamás aceptó, porque se lo impidió su
negativa concepción de la vida y de la democracia.
Imagen tomada de Semana.com
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