Por Germán Ayala Osorio
Aquella vieja narrativa que
señala que “lo privado, per se, es eficiente y transparente” se viene al
piso cuando se caen puentes y viaductos construidos por empresas privadas que
contratan con el Estado; o cuando el gran banquero, Sarmiento Angulo, acepta ante
las autoridades americanas que pagaron millonarios sobornos para hacerse con el
contrato de la Ruta del Sol II; igualmente, cuando aparecen “elefantes blancos”,
fruto de obras públicas asumidas por particulares
para su ejecución, pero que jamás fueron entregadas, con la anuencia de entes
de control como las Contralorías (local, departamental y nacional) y la Procuraduría
General.
A pesar de las evidencias y los tozudos
hechos, la derecha neoliberal colombiana insiste en esa manida narrativa para
evitar que sea el Estado el que asuma el control y la ejecución de proyectos de
infraestructura. Y lo hacen, argumentando que todo lo que procura hacer el
Estado queda mal hecho, de ahí los riesgos de la estatización de la salud y de
las obras públicas de gran impacto, como las vías 4 y 5 G, hoy en manos de
empresas privadas y de filiales del conglomerado Sarmiento Angulo, para
beneficio del cuestionado banquero.
Lo cierto es que estamos en un círculo
vicioso en el que gira el ethos mafioso que guía las actividades de los agentes
privados que se presentan impolutos y los estatales, cómplices de los primeros,
bien por miedo a asumir los controles correspondientes o porque hay coimas de
por medio, o en su defecto, presiones de congresistas a los que aquellos
funcionarios públicos les deben los puestos.
Por estos días, las EPS más
grandes (Sura, Sanitas y Compensar) salieron a generar pánico entre sus
afiliados, diciendo que no contaban con los recursos suficientes para operar, en
parte porque, según estas, el valor de la UPC es insuficiente para atender a
cada uno de los pacientes. El gobierno se defiende diciendo que los recursos se
giran a tiempo y que le pedirá a la Superintendencia del ramo que revise con
lupa a dichas entidades. Lo que no se puede dejar de decir que varias EPS
usaron recursos para financiar campañas políticas e incluso, para apoyar estructuras
paramilitares.
En medio de la tensión entre el
gobierno y las EPS, vuelve entonces la narrativa a circular: “es que, con la
reforma a la salud, se estatizará el sistema y ello sería perjudicial porque
volveríamos a los tiempos del ISS”. Y vuelve a desconocerse el factor clave
que llevó al colapso al sistema de aseguramiento del Seguro Social: la corrupción
política y administrativa que incluso tocó a médicos que no atendían a los
pacientes, porque estaban atendiendo sus consultorios privados. Hay que aclarar
que recibían el salario estatal mientras cobraban las consultas particulares.
Lo cierto es que ni un sistema
estatizado, ni un sistema mixto servirá en Colombia hasta tanto no proscribamos
el ethos mafioso que guía la vida de congresistas, empresarios, banqueros, presidentes
y miembros de sindicatos que negocian sus pliegos con sus patronos, por debajo
de la mesa; contratistas y empleados oficiales y públicos y ciudadanos del común.
Mientras tomamos conciencia de la
necesidad de proscribir ese ethos mafioso que ya naturalizamos, seguiremos escuchando
la señalada narrativa que pone a lo privado como lo puro, legítimo, lo limpio,
cuando lo que a diario ve el país es todo lo contrario. Así las cosas, seguirán
cayéndose los puentes y viaductos; apareciendo “elefantes blancos” y claro, escándalos
por corrupción, como los carteles de la hemofilia, de la toga. Solo falta que
aparezca el Cartel de la Halitosis. Lo curioso de todo es que dichos escándalos
poco les preocupan a sus protagonistas porque estos hace rato hicieron sus
análisis desde las lógicas de la economía del crimen: pagan dos años de “cárcel”
en la casa, devuelven algo de dinero y con sus fortunas guardadas, siguen en la
vida pública listos para seguir contratando con el Estado.
Imagen tomada de Transparencia por Colombia
No hay comentarios:
Publicar un comentario