domingo, 25 de mayo de 2025

EL FALSO DILEMA ENTRE PERIODISTAS E INFLUENCERS

Por Germán Ayala Osorio

El periodismo es una forma de poder en la medida en que en su ejercicio y su propia deontología siempre estuvieron atadas a los intereses de agentes políticos y económicos que desde tiempo atrás usan la información para construir verdades y realidades, con las que al final naturalizaron la legitimidad de lo que se conoce como el Establecimiento colombiano; y de la mano de sucesivos gobiernos de derecha lo blindaron frente a la lejana posibilidad de que “llegaran los comunistas al poder”.

Bastó la llegada de las redes sociales, la crisis de credibilidad de la prensa tradicional acumulada durante varias décadas, la compra de los principales medios por parte de banqueros que desprecian el periodismo y a los periodistas; el triunfo de Petro, primer gobierno de “izquierda” y con este la consolidación de los ‘influencers’ petristas para que se pusiera de presente un dilema ético entre “periodistas e influencers”.  Eso sí, un falso dilema. En esa disyuntiva se expone una crisis deontológica del oficio y por tanto una crisis ética que parece nueva, pero que no lo es porque en la historia misma del periodismo la eticidad siempre devino comprometida y ajustada a innobles intereses, lo que se tradujo en el desprecio por la verdad.

Eso significa que las medias verdades, las mentiras y el escenario de la posverdad de las que hablan en las redes sociales siempre existieron. Lo que sucede es que con la irrupción de vocablos como posverdad y fake news una parte de las audiencias piensa que los medios tradicionales, en otrora en manos de familias de periodistas, jamás manipularon los hechos noticiosos.  Otro factor que entra a jugar está asociado a los cambios culturales y políticos de la sociedad colombiana, en un mundo globalizado, expresados en el surgimiento de ciudadanos a los que no les interesa la política, la historia, leer y formarse conceptualmente. Se trata de ciudadanos-hijos de una sociedad sin utopías y sumergida en confusiones y atosigada por la hiperinformación.

La periodista Laura Ardila Arrieta, autora del libro La Costa Nostra, en reciente columna hace referencia a ese dilema ético y lo plantea en estos términos: “Es una batalla global, feroz y fundamental. Se libra en el escenario caótico de las redes sociales y sus protagonistas son periodistas e influencers que no sólo se disputan el título de informadores y los clics, sino —sobre todo— quién detenta la credibilidad. Ese monopolio, el de la verdad, lo perdió hace rato la prensa por ese auge tecnológico que democratizó la producción y por una justificada decepción moral: demasiados casos de connivencia con el poder y errores no reconocidos en los medios tradicionales, que fueron erosionando la confianza de la gente”.

Ardila plantea un escenario en el que algunos políticos, incluido el presidente Petro, vislumbran que las redes sociales y los influencers remplazarán al periodismo tradicional. No creo que sea así mientras haya banqueros y conglomerados económicos dispuestos a sostener a las empresas periodísticas tradicionales con el firme propósito de naturalizar la construcción de realidades y “verdades” que, aunque deleznables, siempre serán consumidas por audiencias poco interesadas o formadas para confrontar esas versiones.

La periodista Ardila, que desnudó las andanzas de los miembros del Clan Char, termina así su interesante columna: Quizás el dilema no sea entonces periodistas vs. influencers, sino quién lo hace con ética y quién no. Porque en el periodismo de hoy pueden estar permitidas todas las formas, menos una forma: la de la mentira. Y no, las redes no reemplazarán eso”.

Ardila Arrieta incurre en un error de valoración conceptual: tanto los llamados “influencers petristas, fajardistas y uribistas”, como los periodistas “tradicionales” hacen su trabajo cada uno desde sus propias eticidades, lo que supone que todos y cada uno hace el trabajo (des)informativo y deconstrucción de realidades desde su ética individual. Quizás el problema está en la inmoralidad colectiva y el ethos mafioso que como sociedad entronizamos. 

Por lo anterior, la crisis del periodismo y la lucha entre periodistas e influencers hace parte de una crisis humana-civilizatoria mundial que abarca, además del periodismo, las conductas de los ciudadanos, su manera de asumir la vida, la política y el poder. Por estos tiempos resulta bastante difícil diferenciar entre influencers, periodistas, activistas y bodegueros. Todos juntos vienen contribuyendo a la crisis del oficio y a la conversión de los periodistas en estafetas y amanuenses de las orillas ideológicas que están en disputa hoy en Colombia.


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