Por Germán Ayala Osorio
Hasta antes de la llegada de Gustavo
Petro a la Casa de Nariño, las casas periodísticas tradicionales gozaban de una
generalizada credibilidad, fruto, en muchos casos, de la no existencia de
medios alternativos y por supuesto, de la incapacidad de una parte importante
de las audiencias de confrontar o entender sus siempre parcializadas narrativas
periodísticas, cargadas de intereses políticos.
Con la irrupción de las redes
sociales, medios como El Tiempo, El Colombiano, El Espectador, Semana y un número
importante de informativos radiales y televisivos perdieron poder de
penetración en las audiencias, en particular en los jóvenes universitarios. Aunque
no se puede negar que aún imponen sus agendas y ponen al país a hablar de lo
mismo cada vez que se ponen de acuerdo para minimizar hechos noticiosos poco
favorables a los intereses corporativos que defienden.
La llegada del primer presidente
de izquierda obligó a los propietarios de los medios masivos tradicionales a
tomar partido y a exhibir sin tapujos sus intereses corporativos y políticos.
Ejemplo de ello son El Tiempo, del banquero Sarmiento Angulo y Semana, de los
Gilinski, convertidos hoy en agentes de la Oposición política. El Colombiano
juega también en la arena política como un agente de poder regional desde donde
se hace oposición al actual gobierno. Todos tres, junto con otros, hacen
periodismo militante.
En varias ocasiones, las informaciones
entregadas por estos medios fueron desmentidas o matizadas por el propio
presidente Petro. Hay que decir que han caído en la dolosa práctica de las fake
news, y en tratamientos periodísticos sesgados o alejados de los principios
éticos de sus propios manuales de redacción y actuación.
Bajo esas circunstancias, varios
periodistas considerados como “vedettes” del periodismo nacional terminaron enfrentados
políticamente.
Daniel Coronell es un periodista judío que jamás comulgó
con las prácticas de Álvaro Uribe Vélez y las que este logró extender a través
de lo que se conoce como el uribismo, especie de doctrina política seguida por
personajes como Iván Duque Márquez, el fiscal Francisco Barbosa Delgado,
empresarios, militares, artistas, políticos y millones de ciudadanos del común
que siguen de manera fiel al mesías paisa; se suman a esa congregación, una docena de periodistas que se mantienen en
los grandes medios porque demostraron admiración hacia el caballista y latifundista
nacido en Salgar. Otros, simplemente, actúan con una gran dosis de pragmatismo para
mantener el trabajo. Unos fungen como directores de noticieros de televisión,
otros como conductores de programas radiales. Valga señalar a medios como La FM
y Blu radio, en cabeza del infantil de Luis Carlos Vélez y el fatuo de Néstor
Morales.
Las indagaciones, denuncias y
columnas de Coronell, en contra del expresidente y hoy expresidiario, Álvaro
Uribe Vélez, se explican por una vieja disputa jurídica entre los dos. Desde su
salida de Semana, Coronell tomó distancia de Vicky Dávila, periodista de
derecha, afín al ideario del expresidente antioqueño y de Barbosa Delgado. Incluso,
la vieja amistad entre los dos comunicadores quedó hecha añicos por las
notables diferencias éticas en el ejercicio del oficio.
A la par del trabajo de Coronell,
de desnudar las andanzas y cochinadas de todo lo que rodea a Uribe Vélez, aparece
Yohir Ackerman, quien, a través de sesudas columnas, logra exponer las
divagaciones y mentiras del fiscal Barbosa, miembro activo de esa cofradía que
se conoce como uribismo.
En otra mesa, pero con el mismo
afán de investigar y encontrar la verdad, aparece el periodista Gonzalo Guillén
quien conoce la trayectoria criminal, según él mismo, de Uribe Vélez desde
cuando este fue director de la Aerocivil. Guillén tiene especial interés en
denunciar a criminales de cuello blanco. Y al igual que Coronell y Ackerman,
sus investigaciones están al servicio de develar todo lo oscuro que se produce
al interior de eso que se llama uribismo.
Así las cosas, y a pesar de los
buenos oficios de los periodistas aquí reseñados, el país político, académico y
periodístico asiste a la más grave crisis de credibilidad de la gran prensa
colombiana. Se constata, por ejemplo, que El Tiempo pasó de ser un periódico liberal
e históricamente gobiernista, a ser un medio derechoso, interesado en
deslegitimar a diario al actual gobierno, por cuenta de las diferencias ideológicas
y ético-políticas que separan a Sarmiento Angulo con el presidente Petro. Entre
tanto, Semana pasó de ser una prestigiosa revista de investigación y opinión, a
servir a los intereses oscuros del fiscal Francisco Barbosa, quien usa a la
revista para filtrar información delicada de procesos penales.
En el 2026, cuando Petro entregue
el poder, la crisis de credibilidad de la gran prensa en Colombia no cesará de
crecer, pues enfilarán sus baterías para que sus mecenas recuperen el poder que
la izquierda les arrebató en franca lid.
Termino recordando un par de frases
célebres de Ryszard Kapuscinski que bien sirven para comprender todo lo malo
que pasa hoy con el periodismo y los periodistas colombianos: “Cuando
se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser
importante”. “Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres
humanos”.
Adenda: resalto el trabajo de medios como Revista Raya, Cuestión Pública, El Unicornio, La Oreja Roja y el del periodista Julián Martínez y, claro, el de Noticias Uno.
Imagen tomada de la red internet.
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