Por Germán Ayala
Osorio
Bastó con la llegada del primer presidente de izquierda para
que las empresas mediáticas privadas se graduaran con honores como actores
políticos. Aunque siempre fungieron como tales, en esta coyuntura política no
solo se consolidaron, sino que traspasaron los porosos límites existentes entre
ser actores políticos y activistas políticos. Ese trascendental paso se dio en
buena medida por estos tres factores: 1. Pérdida constante de credibilidad en
las audiencias. 2. El crecimiento de una opinión pública crítica que se
informa a través de redes sociales y
consume lo dicho por blogueros y medios alternativos y 3, el terror que les
produce a sus mecenas la consolidación del proyecto político de Gustavo
Petro.
Como activistas políticos, las empresas mediáticas recurren a diario a la emocionalidad y al miedo de los colombianos, en particular, a los menos formados y capacitados para descifrar las intenciones en cada hecho noticioso expuesto masivamente. Aunque la narrativa castrochavista pierde terreno ante el positivo manejo macroeconómico del gobierno de Petro, incluida su disciplina fiscal, insisten en posicionar ideas catastrofistas con el único propósito de generar negativas sensaciones en las audiencias que aún les consumen sus mentiras, verdades a medias y silencios ante hechos económicos positivos de los que no les conviene informar. Por eso vuelvo a insistir en la necesidad de que el Congreso discuta y apruebe la Cátedra Análisis y crítica de medios para que de colegios y universidades egresen ciudadanos capaces de confrontar los discursos hegemonizantes de los medios masivos.
Ante la decisión de fungir como activistas políticos, las
empresas mediáticas se convirtieron en estructuras propagandísticas de los
sectores de poder económico y político que a toda costa quieren tumbar al
presidente de la República o, por lo menos, afectar su imagen hasta convertir
en legítimo cualquier intento de golpe, sea blanco o no. Específicos
periodistas vedettes actúan como influenciadores, activistas políticos,
estafetas y férreos defensores del viejo establecimiento.
El mejor ejemplo de periodista-activista-estafeta es el
periodista Néstor Morales, quien todos los días emite juicios de valor haciéndolos
pasar como parte de la narrativa informativa. Morales, cuñado del fatuo e
infantil expresidente de la República, Iván Duque Márquez, convirtió a Blu
radio en la plataforma ideológica y política del sector de la derecha que él
mismo defiende, articulado moralmente con el pensamiento de Duque y demás
familiares.
Otra muestra de la transformación de los medios en plataformas
ideologizantes y de periodistas en activistas-estafetas es la revista Semana,
otrora ejemplo de periodismo investigativo y análisis político. De esa revista
ya no queda ni la sombra. Semana pasó de ser un actor político que hacía
periodismo investigativo, a una plataforma digital que usa el periodismo como
parapeto, para hacer propaganda política y difundir hechos novelados que sirven
para escandalizar a una opinión pública fácil de impresionar y de engañar.
Asistimos, entonces, a la peor etapa o momento en el
ejercicio periodístico. Curiosamente, quienes hoy están salvando al bello
oficio son los medios alternativos, los blogueros y tuiteros que, sin haber
estudiado periodismo, son acuciosos en la confrontación de los hechos.
Llama la atención el estruendoso silencio de las facultades
de comunicación social y periodismo ante semejante debacle del ejercicio del
oficio de informar. Ese mutismo lo único que confirma es que la posibilidad de
convertirse en estafeta-activista político crece cuando los intereses
económicos y políticos de los propietarios de las empresas mediáticas se ven
“amenazados” por la irrupción de eticidad propia de quienes asumen que el
Estado debe estar al servicio de todos y no de unos cuantos privilegiados.
Imagen tomada de Semana.com
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