Por Germán Ayala Osorio
En tiempos de guerra o de paz, los periodistas
suelen prestarse o ser obligados para recrear narrativas, consolidar versiones
y construir realidades a favor o en contra de los bandos que las empresas periodísticas
optaron por defender. Ello explica el carácter quimérico con el que deviene la
búsqueda de la Verdad.
El complejo escenario de convulsión ideológica y política por
el que atraviesa el país entre la derecha retardataria y premoderna y el
progresismo que en su versión moderna tardíamente llegó a la Casa de Nariño ha puesto
de presente la más grave crisis deontológica del oficio. La actual crisis del
periodismo terminó proscribiendo a la ética o haciéndola acomodaticia y complaciente
con quienes asumieron el control de los medios masivos para agregarlos a la
lista de actores políticos con los que suelen jugar en escenarios electorales.
Por cuenta de esa conmoción ideológica, los medios
tradicionales de información cerraron filas en torno a los intereses de los
sectores de poder que desde el 7 de agosto de 2022 se propusieron “hacer invivible
la República”, por cuenta de la llegada al poder presidencial de Gustavo
Petro, en representación de la “izquierda” y el progresismo.
La historia del periodismo y la política deberá registrar que
en Colombia operó, durante y en contra del mandato de Petro, la más sólida y
vergonzosa cofradía mediática[1]
inspirada en la frase del líder de la ultraderecha colombiana, Laureano Eleuterio
Gómez Castro. Con mentiras, lecturas amañadas de los hechos, nocivos tratamientos
noticiosos, tergiversaciones y verdades a medias, esa cofradía de medios es en
gran medida responsable de los altos niveles de crispación ideológica por los
que atraviesa el país. A lo anterior se suman los egos y las prácticas propias
de una interminable Hoguera
de las Vanidades en la suelen vivir periodistas y políticos.
Dos nuevos hechos noticiosos confirman el juego político en
el que están las empresas mediáticas aquí nombradas: el primero tiene que ver
con el anuncio en la red social X que hizo el exministro de Justicia,
Wilson Ruiz: “presenté denuncia penal ante la Corte Penal
Internacional contra Gustavo Petro por crímenes de guerra, lesa humanidad y omisión”.
La denuncia de Ruiz fue divulgada por varios medios radiales que usan la mismas
red X para hacer eco y servir de ruedas de transmisión de los actores
políticos que le apostaron a desestabilizar y deslegitimar al gobierno de
Petro.
El que hayan recogido la versión y la actuación misma del
exministro se justifica porque es un miembro visible de la ultraderecha
colombiana. Ruiz fue ministro de Justicia durante el gobierno de Iván Duque Márquez.
Pero los periodistas, muy dados a no leer y mucho menos a confrontar a las
fuentes, no vieron el yerro jurídico en el que incurrió el abogado demandante: ese
tipo de acciones legales en contra de mandatarios solo se pueden hacer desde
otro Estado que haya aceptado la jurisdicción de la CPI. El abogado penalista
Elmer José Montaña, en la misma red social confrontó a su colega: “el
exministro desconoce que las denuncias ante la CPI no pueden ser presentadas
por particulares, sino por los Estados”.
El segundo hecho noticioso tiene que ver con la aclaración pública
que hizo de manera obligada la Corte Constitucional (CC) ante la información
amañada y perniciosa que hizo la congresista Katherine Miranda en torno a una
consulta que ella elevó ante el alto tribunal. En su pronunciamiento, la CC
desmintió la existencia de ese concepto al que hizo referencia pública la señora
Miranda, en torno a la exequibilidad de la consulta popular que el gobierno
estaría pensando decretar.
En el ejercicio del periodismo dudar y contrastar lo dicho
por las fuentes, así estas sean oficiales o no, son dos principios de
ineludible compromiso. En estos dos casos la prensa tradicional falló por exceso
de credibilidad y simpatías ideológicas con el exministro Ruiz y la congresista
Miranda, ambos consagrados enemigos del gobierno Petro. Eso de “hacer
invivible la República” agranda la crisis de legitimidad y credibilidad de
la prensa hegemónica, hoy en manos de banqueros que desprecian el ejercicio
ético del periodismo; y convierte a los periodistas tradicionales y a sus
vedettes en activistas políticos y azuzadores
ideológicos
[1]
Hacen parte de esa cofradía El Tiempo, Semana, El País de Cali, El Colombiano
de Medellín, El Espectador, El Heraldo, de Barranquilla; medios radiales como Blu,
La FM y la W y los noticieros de televisión Caracol Noticias y RCN. Se suman
columnistas y otras vedettes del periodismo bogotano.
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