martes, 7 de enero de 2025

COLOMBIA Y VENEZUELA

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Venezuela y Colombia comparten una misma historia política desde los tiempos del libertador Simón Bolívar. Por estos días exhiben ambientes políticamente caldeados que dan cuenta de unas profundas y al parecer insuperables luchas étnicas y de clase que quizás no tengan la fuerza suficiente para ambientar revoluciones internas capaces de llevar a ambas naciones a vivir y sufrir profundos cambios culturales que les permitan superar el atávico e insuperable destino de pobreza, desigualdad, militarismo, corrupción, clasismo y racismo.

Mientras que en el vecino país subsiste un oprobioso régimen, en Colombia hay un presidente y un gobierno que, con relativo poder, lleva dos años enfrentando a un establecimiento retardatario que en momentos muy precisos terminó pareciéndose al régimen chavista. Baste con revisar la consolidación de la pobreza y las violaciones a los derechos humanos durante los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez e Iván Duque Márquez para encontrar las similitudes entre los dos regímenes.

En ambos casos el control del Estado y su operación privada y mafiosa garantizaron las eternas condiciones de un subdesarrollo económico aceptado como condición natural en estos territorios del sur global.

Los ambientes de polarización y crispación ideológica en Venezuela y Colombia dan cuenta de dos procesos políticos que, aunque parecidos, guardan diferencias sustanciales. Mientras que el régimen de Maduro tiene todo para que este 10 de enero se dé continuidad a seis años más de su “proyecto revolucionario”,  el proyecto modernizador de Petro podría ser flor de un día (de cuatro años). Eso sí, el régimen de Maduro se posesionará en medio de presiones internacionales que terminan diluyéndose porque están de por medio intereses económicos atados a sus reservas de gas y petróleo. Entre tanto,  el gobierno de Gustavo Petro seguirá por dos años más lidiando con las viejas mafias que por más de 30 años privatizaron carreteras y la salud, entre otros servicios estratégicos, en beneficio de unas pocas familias  a las que poco o nada les interesa superar las condiciones de un modelo de desarrollo precapitalista y rentista fincado en la avaricia y la falta de visión de sus agentes más poderosos y visibles.

Si no sucede nada extraordinario este 10 de enero, Nicolás Maduro Moros seguirá al frente del régimen militarista venezolano que Petro reconoce de facto, sin que ello signifique la aceptación total y el reconocimiento del triunfo electoral del oficialismo en las pasadas elecciones que, de acuerdo con lo conocido, habría sufrido derrota frente a Edmundo González Urrutia, representante de la derecha local. Entre tanto, en Colombia el presidente Petro intentará dejar sentadas las bases sociales e institucionales que permitan en el 2026 dar continuidad a su proyecto modernizador.

Así como el chavismo-madurismo necesitó de varias décadas para imponer y probar un modelo socialista, el progresismo y las ideas modernizadoras que deja Petro necesitarán quizás del mismo tiempo que le tomó al neoliberalismo criollo capturar de manera mafiosa el Estado para provecho de unos pocos agentes económicos colombianos.

Venezuela y Colombia parecen compartir la misma maldición: tener riquezas en el subsuelo y biodiversidad, pero no saber qué hacer con ellas por la pobre visión de sus élites de lo que debe ser el Estado. En ambos casos se impusieron los espíritus rentistas de unas élites parásitas renuentes a asumir el liderazgo social y político para garantizar un desarrollo superlativo en beneficio de sus pueblos. Venezolanos y colombianos seguirán compartiendo, pero sobre todo profundizando, sus históricas taras culturales.  


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