Por Germán Ayala Osorio
Casi todos los días los medios
masivos de información hablan de polarización política
y crispación ideológica como factores sobre los cuales se desarrollará el escenario
electoral de 2026.
Esas mismas empresas mediáticas les
niegan a sus propias audiencias la posibilidad de entender qué es lo que realmente
viene pasando en el país con la irrupción del proyecto progresista como
alternativa de poder y de cambio de las circunstancias y condiciones bajo las
que ha venido transcurriendo la vida en Colombia. Y no hablo exclusivamente del
proyecto político que orienta el presidente Petro, que con todo y errores ha
logrado un despertar
social, cultural y político en buena medida gracias a su discurso humanizador
que, cargado de un populismo reivindicador de los derechos de los excluidos, permitió
desenmascarar la mezquindad, la estolidez y la aporofobia de los miembros de la
élite tradicional (política y económica) responsable de haber convertido a
Colombia en uno de los países más desiguales del mundo, resultado de la
naturalización de un incontrastable ethos mafioso.
Prefieren los directores y periodistas
de esos medios
insistir en reducir la complejidad que acompaña al ambiente de polarización política
y crispación ideológica que bien pueden llevarnos a vivir una jornada electoral
sangrienta sino logramos desescalar el lenguaje, atemperar los ánimos y bajarle
a la pugnacidad alimentada especialmente por los voceros de las mesnadas uribistas
interesadas únicamente en hacerse con la
Casa de Nari y de esa manera “recuperar el país”, consigna sostenida en dos
propósitos: enterrar para siempre las ideas progresistas y regresar al país a
los tiempos en los que la concepción minimalista del Estado caminaba de la mano
de su privatización y su captura mafiosa en beneficio de unos pocos.
A esos medios
les queda más fácil evitar ahondar en las diferencias abismales que existen
entre quienes defienden ese anacrónico
modelo de sociedad y de Estado que por más de 50 años ha operado en Colombia, y
aquellos que le apuestan a superarlo
por considerarlo premoderno, violento, deshumanizado y propio de sociedades que
creen que han progresado y alcanzado un óptimo desarrollo bajo la orientación
de unos señores neofeudales que acaparan tierras, construyen carreteables para cobrar costosos peajes, concentran
poder y riqueza a costa del bienestar de las grandes mayorías.
Los periodistas que están sometidos
a las corporativas líneas editoriales de sus empresas informativas cumplen con
lo que les ordenan sus propietarios: no hagan registros espectaculares de las acciones
positivas ejecutadas por el gobierno Petro; por el contrario, visibilicen lo
negativo e insistan en que el “país va mal, que vamos hacia el abismo”,
ideas que por supuesto coadyuvan a que el gran relato de la polarización política
y la crispación ideológica
se imponga y resulte determinante y benéfico a las huestes uribistas a las que
no les interesa que el país empiece a caminar hacia estadios de modernidad, lo
que implica desprivatizar el Estado y el compromiso de proscribir el ethos
mafioso que entre el 2002 y el 2010 se entronizó en los ámbitos público y privados.
Es tiempo de que los asesores del
gobierno y el propio presidente
de la República se concentren en diseñar estrategias de comunicación para poner
en crisis ese mega relato de la polarización política y la crispación
ideológica que niega la historia
de un país sometido a los intereses de cuatro poderosas familias y le sirve a
sus empresas mediáticas para reducir la complejidad
a frases que solo sirven para generar miedo y desazón, en particular en la
población menos formada para discutir, con argumentos, asuntos públicos que nos interesan a todos; que
suele ser la misma que aplaude a rabiar a quienes ofrecen “balín”
, gritan “Ajúa” y prometen “destripar” a quienes piensan diferente.
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