Por Germán Ayala
Osorio
Después del rifirrafe entre la
senadora María José Pizarro y su compañero, Jota P Hernández (o Pulido, no se
sabe a ciencia cierta cómo es que llama el sujeto), conviene ubicar lo ocurrido
en una situación de comunicación que supere el grotesco espectáculo que
protagonizaron los dos congresistas. La hija de Carlos Pizarro León-Gómez comparó
a Hernández con un “perro rabioso” por su vulgar comportamiento frente el
ministro de la Defensa, quien desmontaba una a una las mentiras expresadas por
el ignaro congresista de la Alianza Verde. Todo lo anterior, en el marco de un
debate de Moción de Censura contra el jefe de la cartera de Defensa.
La reacción, infantil y violenta
del “youtuber-congresista” contra Pizarro, puso en evidencia la complacencia
del presidente del Senado, Iván Name, con la violencia discursiva de Hernández,
con toda y su carga de misoginia y machismo. Ahora sí, pasemos a poner la
bochornosa situación en un marco comunicativo que nos permita entender qué hay
detrás.
La práctica social y lingüística
de equiparar a los seres humanos con animales, obedece a que seguimos instalados
en el paradigma antropocentrista, desde el que pretendemos ponernos por encima
de las otras especies de animales con las que compartimos el planeta. Como
especie “superior”, estamos convencidos de que somos lo mejor, cuando realmente
la especie humana es una plaga aviesa, inteligente, peligrosamente inteligente,
turbia, con oscuras pulsiones y dañina, de la que se puede esperar lo más
sublime, pero también lo más execrable.
Seguimos instalados en lo que dijo
Protágoras hace siglos: “el hombre es la medida de todas las cosas”. De ahí que, a nuestros detractores, enemigos o
a quienes consideramos que guardan un “enorme parecido” con específicos animales,
los deshumanizamos llamándolos “perros, ratas y bestias”. Así las cosas, nos
queda más fácil despreciar sus vidas por cuanto millones de seres humanos en el
mundo odian a las ratas e incluso, a los perros, sean o no rabiosos. Baste con
recordar los recientes episodios de seres humanos, esparciendo venenos en
parques para eliminar a perros y gatos.
La senadora Pizarro se equivocó
en la comparación y le dio pie al senador Jota P de victimizarse para encubrir
su misoginia y su incapacidad para dar debates de control político con altura
discursiva. Claramente, Jota P no tiene la altura intelectual y mucho menos la
formación académica para dar discusiones políticas sobre unas mínimas bases
conceptuales. Su reacción, por demás primitiva, se explica también porque desea
ganar puntos con los sectores de la derecha que aprueban las prácticas misóginas,
el machismo y la corrupción. Esta última termina “justificando” los
calificativos de “ratas” que se lanzan desde fuera del Congreso y dentro de la
misma corporación legislativa. El patán de marras está “pensando” en las
elecciones de 2026.
Nuestro idioma es rico en adjetivos
y términos con los que es posible (des)calificar las actuaciones de homúnculos,
ignaros, hombrecillos, pelafustanes o bigornios como el sujeto llamado Jota P. ¿Por
qué “animalizarlos” y por esa vía, deshumanizarlos?
Sugiero a la senadora Pizarro que
abandone el paradigma antropocéntrico y acepte que ella, al igual que Jota P, que
sus compañeros del Congreso y el resto de los colombianos, somos animales humanos.
Y que los perros, sean o no rabiosos, los gatos, y las demás especies, son
animales no humanos. Y que el hecho de tener una lengua, un lenguaje y crear
cultura, no nos hace superiores. Por el contrario, con esa capacidad simbólica
hemos justificado guerras, genocidios y por supuesto, el machismo y la misoginia
que practica el energúmeno o basilisco “youtuber-congresista”. Al vulgar senador, lo único que le puedo recomendar es que vaya al psicólogo, eso sí, después de leer, como mínimo, 20 libros. Como diría la senadora Cabal: "estudie, vago".
Imagen tomada de EL ESPECTADOR.
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