Por Germán Ayala Osorio
La campaña presidencial arrancó
de manera temprana y ya exhibe los derroteros éticos y morales de los precandidatos
de la derecha uribizada ancorados a la presencia de Dios,
al discurso patriotero y a la explotación política y electoral de la muerte del
forzado mártir, Miguel Uribe
Turbay.
Es tal el desespero por recuperar
la Casa de Nari, que les falta poco para acercarse a la consigna lanzada en los
años 60 por Fidel Castro Ruz, Patria o Muerte. Por
supuesto que se trata de una acercamiento al inversa del sentido que el revolucionario
de entonces le dio a la frase. Con los años, Castro Ruz se acercó al perfil del
sátrapa al que derrocó en 1959.
Claro que desde la perspectiva del
precandidato Abelardo de la Espriella, a quien Uribe alguna vez lo llamó “bandidito”,
lo dicho por Castro Ruz cambiaría sustancialmente a Patria y Muerte,
pues el abogado que al parecer no necesita de la ética para ejercer el derecho
prometió “destripar
a la izquierda”. La apuesta de la Espriella es compartida por cientos de
seguidores de eso que se conoce el uribismo que suelen ofrecer bala o balín;
o acabar con la “plaga
de la izquierda”.
La explotación político-electoral
del crimen de Uribe Turbay empezó desde el preciso momento en el que se produjo
el atentado sicarial que meses después le costó la vida. Y se hizo de la mano
de la fe religiosa y las peticiones al Señor (a Dios) no solo para que le
salvara la vida, sino para que les diera fuerza a los uribistas para “recuperar
el país, defender la democracia y recuperar el rumbo”, guiados por
Miguel Uribe Turbay, quien de seguro ya ocupa
en lugar privilegiado en el reino de los cielos.
La despedida de estadista,
héroe y mártir brindada a Uribe Turbay es posible por una combinación
de factores mediáticos,
religiosos y morales brindados por un pueblo creyente que colectivamente llora
la partida de unos “líderes inmolados” creados y recreados en las salas de redacción de noticieros
privados al servicio del uribismo y en contravía de los derechos del colectivo.
Sobre el féretro del congresista asesinado, su propio padre, Miguel Uribe
Londoño, depositó las ideas -dicen que el legado- del desaparecido político
conservador, en las manos del condenado expresidente para que él “salvara la Patria”.
Una vez recuperó la libertad el expresidente
antioqueño su presencia en el lugar en el que cayó gravemente herido Uribe
Turbay se daba por descontado.
En un lenguaje muy propio del
paisa camandulero
y rezandero, Álvaro Uribe Vélez espetó que “…en este lugar se
simbolice una llama eterna, como el amor eterno de Miguel por Colombia, que
quienes concurramos no veamos aquí un lugar de venganza,
tampoco de falsa paz. Que nos comprometamos a animar la fe
en Colombia y a estimular que germine la esperanza que no puede estar
rota y que en el paso por este lugar Miguel inspire seguridad para que
alguna haya paz”.
Ese discurso cifrado del
condenado expresidente va y viene entre la política electoral, el sentido del
poder y la religiosidad de quien sabe cautivar a esa Colombia puritana,
gazmoña, clasista, racista, homofóbica y mezquina que todos los días se persigna
y pone en las manos de Dios la vida de todos los colombianos.
Uno de los precandidatos
presidenciales y ficha del uribismo neoliberal, Mauricio Cárdenas Santamaría también
dejó ver que él está con Dios y con el pueblo creyente. Esa es la única manera
que encuentra el hijo del vetusto establecimiento para acercarse al pueblo: “Ilumíname
Señor de los Milagros. Dame la sabiduría para unir a esta gran familia que es
Colombia y acertar en el rumbo que requiere”.
Es en esa Colombia feudal,
premoderna, camandulera y patriotera en la que cobran sentido la película y la
novela la Virgen de los Sicarios porque dan cuenta de las
paradojas en las que se mueve aún el creyente pueblo colombiano, el mismo que practica
la homofobia y la transfobia y otras formas de violencia que lo hace proclive a
creer en falsos Mesías y en lo que a diario les dice la prensa hegemónica. Quizás
por ello quienes creen gritan la consigna Patria y Muerte sienten que cuentan
con la bendición de la Virgen y del Todopoderoso. ¡Ajúa!
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