Por Germán Ayala Osorio
La consolidación de una identidad
nacional orgullosa de sus raíces étnicas, del paisaje y de los valiosos
ecosistemas naturales-históricos seguirá siendo una tarea pendiente para los
colombianos; en particular para aquellos que desde el poder político poco o
nada hicieron para que ese proceso identitario terminara en posturas colectivas
e individuales de jactancia alrededor de eso de Ser colombiano.
El profesor Francisco Gutiérrez
Sanín dijo recientemente que “el país tiene un tremendo sentimiento de
inferioridad” que se evidenció durante el enfrentamiento verbal entre
los presidentes Petro y Trump justamente alrededor de la dignidad,
vocablo que el mandatario colombiano desenterró de la escombrera en la que lo
inhumaron sucesivos gobernantes que llegaron a la Casa de Nariño para lidiar con
los problemas internos del país sin atar el origen de muchos de ellos con las
maneras como nos ven otros países, pero sobre todo con las formas en las que
nos auto percibimos como ciudadanos del mundo.
Los voceros más visibles de esa
parte de la sociedad que se siente inferior atacaron al presidente Petro por el
“arrebato” de dignidad que le dio al momento de defender los derechos de los
conciudadanos deportados de los Estados Unidos encadenados y con la mácula de
ser “criminales peligrosos y miembros de los carteles de la droga”. Al
poner por encima sus intereses económicos y el orgullo de tener la visa americana
dejaron ver ese sentimiento de inferioridad del que habla el profesor Gutiérrez.
Las élites en el país sienten vergüenza
de sus orígenes y hasta maldicen los procesos de mestizaje de los que son
hijos. De ahí que se hayan naturalizado en el país el racismo y el clasismo
como marcas propias de una nación fragmentada que jamás pudo afirmarse en torno
a un proyecto de nación amplio y plural. El resultado no pudo resultar peor: “Colombia
es un platanal o una rica finca administrada históricamente por 4 ó 5 poderosas
familias interesadas en explotar sus recursos y expoliar a los trabajadores”.
En la historia política reciente del
país jefes de Estado como Julio César Turbay Ayala, Belisario Betancur, Andrés Pastrana,
Ernesto Samper, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos e Iván Duque jamás se
preocuparon por construir un proyecto nacionalista que despertara el apego, el
amor y la identificación hacia los colores de la bandera y alrededor de un
sentimiento patriótico de alcance universal.
Quienes aún defienden a Uribe
Vélez a pesar de la indignidad que lo acosa por ser el primer expresidente
colombiano en ir a juicio por delitos no políticos reconocen que el presidente
antioqueño intentó generar un proceso nacionalista a partir de su discurso
patriotero expuesto en su Manifiesto Democrático, los 100 puntos de Uribe y del
símbolo de la mano en el corazón grande. Olvidan sus defensores de oficio que su
apuesta nacionalista nació y murió en los límites territoriales del país porque
fue pensada bajo el concepto de la seguridad nacional, instrumento insuficiente
para consolidar esa idea de nación capaz de generar sentimientos de fatuidad
alrededor de eso de Ser colombiano. Lo que hizo Uribe en ocho años fue dejar
cimientos patrióticos en millones de colombianos fincados en la doctrina amigo-enemigo
sobre los cuales naturalizó la violencia y la animadversión étnico-cultural e ideológica
hacia los pueblos afros e indígenas y comunidades campesinas. Esa misma
doctrina le sirvió para promover y legitimar actividades de sometimiento a la Naturaleza
en condiciones de insostenibilidad ecológica y socio ambiental.
De manera un tanto caótica por
estar ancorada a su carácter impulsivo y revolucionario, Gustavo Petro viene
intentando sembrar cimientos patrióticos diferenciándose de los que dejó el
expresidente y expresidiario Álvaro Uribe Vélez. Esas bases patrióticas están fondeadas
en el Amor eficaz de Camilo Torres, en la reivindicación de lo popular y en el
reconocimiento de Colombia como un Estado pacifista y defensor de los derechos
humanos. La apuesta ambientalista de Petro se opone drásticamente a la desarrollista
agenciada por Uribe Vélez.
En los momentos en los que Petro
activó el principio de reciprocidad ante amenazas económicas y tratos crueles
de Trump hacia los ilegales colombianos y la imposición de visas a sus
connacionales por parte del Reino Unido desenterró sentimientos de dignidad
nacional, factor necesario para darle vida por ahora a un incipiente pero importante
nacionalismo.
Eso sí, hay que lamentar que esa apuesta nacionalista de Petro se haya contaminado por las reacciones clasistas de los hijos de una élite que se cree aria y el afán del presidente de la República de despertar al pueblo que lo eligió de esa indignidad en la que siempre estuvo sometido. Al final el país llegará a las elecciones de 2026 bajo un ambiente violento entre las clases populares y la clase social privilegiada.
*Esta columna está inspirada en
la conversación sostenida entre la periodista Cecilia Orozco y el profesor Francisco
Gutiérrez Sanín en el podcast de la revista Raya.
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