sábado, 5 de octubre de 2024

LOS CINCO PUNTOS DE UN ACUERDO NACIONAL QUE NECESITA DE UNA REVOLUCIÓN CULTURAL

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Con una parte del Establecimiento en contra, incluidas las empresas mediáticas, el gobierno Petro, después de dos años, insiste en la idea de un gran Acuerdo Nacional, a pesar de que intuye o sabe que a la derecha jamás le interesó llegar a un pacto con un presidente que le dejó ver a los más poderosos agentes del establecimiento que no estaba dispuesto simplemente a cumplir sus órdenes como lo hicieron todos los jefes de Estado desde 1990 hasta la fecha. Aunque es prácticamente imposible que dicho acuerdo se dé, resulta importante revisar los 5 puntos planteados en el documento presentado por el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo.

El punto 1, Seguridad y erradicación de la violencia del ejercicio de la política, se entiende como un gesto de paz política, en medio de un sostenido proceso de polarización, ataques y bloqueos institucionales que han impedido, entre otros asuntos, la aprobación en el Congreso de las reformas sociales presentadas por la actual administración. A lo anterior se suman las tozudas y anacrónicas posturas asumidas por la “guerrilla” del ELN y las de otros grupos armados ilegales, que terminaron por congelar la mesa de diálogos con los elenos y dejando sin mayor sentido social y político de las otras mesas o acercamientos de paz.

En el texto oficial se lee que “se debe promover desde el ejemplo la recuperación de los valores democráticos, desescalar el lenguaje en el debate y la deliberación política, erradicar la estigmatización y respetar la diferencia y el disenso en todos los escenarios…”

La propuesta gubernamental llega después de la andanada contra el presidente Petro y su gobierno que se lanzaron desde el Congreso de Fenalco. En dicho escenario, el expresidente y expresidiario, Álvaro Uribe Vélez y la directora de Semana insistieron en una narrativa catastrofista con la que esos sectores de la derecha colombiana buscan asustar a la ciudadanía y deslegitimar al gobierno con la idea de que el país “va hacia un barranco”, de la mano del sempiterno fantasma del castrochavismo.

Quizás después de lo sucedido en el encuentro de comerciantes, el ministro Cristo y su equipo de trabajo pensaron en incluir en este primer punto del Acuerdo Nacional el tema de la reconciliación. Lo más seguro es que jamás se dé esa reconciliación nacional si el gesto de intercambiar sombreros vueltiaos entre Petro y el asesino paramilitar y antiguo héroe de la derecha empresarial y política, Salvatore Mancuso, generó rechazo del propio expresidente Uribe, figura política que, a pesar de sus líos judiciales y sistemático desprestigio, sigue siendo un faro (in) moral para comerciantes, banqueros y empresarios que se oponen a la consolidación de un Estado moderno al servicio del colectivo.

En la propuesta se lee: “promover y acompañar la búsqueda de un pacto político nacional que tenga como fin la reconciliación nacional y la convivencia pacífica que aún anhela Colombia”.

El plan para asesinar al presidente de la República es un factor político que termina por alejar la posibilidad de firmar ese pacto, puesto que la reacción de la oposición y de los medios hegemónicos ante semejante posibilidad no ha sido consecuente con la dimensión de semejante plan desestabilizador.

Llama la atención la inclusión del tema del orden público dentro del primer punto del Acuerdo Nacional por cuanto es un asunto del resorte exclusivo del presidente de la República. La Paz Total de Petro, con todo y su carácter maximalista no despertó en los sectores de la Oposición el interés debido y exigido, puesto que sus más representativos miembros parecieran más interesados en extender en el tiempo el conflicto armado interno, del que se sirvieron en el pasado hacendados, ganaderos, y empresas agrícolas interesadas en extender los monocultivos de caña de azúcar y palma africana y la ganadería de baja producción, sin consideraciones ecológicas y ambientales y sin mirar que esas nuevas tierras estaban manchadas con la sangre de las víctimas de los paramilitares.

“Debe haber un compromiso de las partes de rechazar la violencia en la política, la interferencia de cualquier grupo armado en los procesos electorales y excluir de partidos y movimientos políticos a candidatos con vínculos con grupos ilegales”.  

El texto en negrilla y subrayado se puede entender en dos sentidos: el primero, a manera de reconocimiento de una verdad histórica y política que tiene en la parapolítica a su más grave y notoria expresión; y el segundo, como una invitación a esos partidos de derecha que aún simpatizan con la causa paramilitar.

En otro aparte de este primer se alude a un anhelo institucional y a una realidad política que poco o nada le aporta al sentido y al objetivo del Acuerdo Nacional. En el texto se lee que “el Estado debe cumplir con su obligación constitucional de avanzar en la recuperación del control territorial, ejerciendo su autoridad legítima en contra de los grupos armados ilegales que persisten en el uso de la violencia, así como promover la construcción de una estrategia para desmantelar las organizaciones criminales que actúan en el territorio en contra de nuestra fuerza pública y de la población civil. La búsqueda de la paz seguirá siendo un propósito superior y en él se avanzará con los actores armados que demuestren una verdadera voluntad para alcanzarla. Acordar medidas efectivas para promover una mejor respuesta del Estado a la protección de la vida de los líderes políticos y sociales y de las personas firmantes de paz”.

2. Respeto a las reglas electorales y al calendario electoral

El miedo a la reelección del primer presidente izquierda es un hecho social y político que la derecha no oculta. El rechazo a esa posibilidad no está fundado en el susto que produce que “Petro lleve al país por el camino del castrochavismo”, sino en el pavor de que las políticas sociales, la idea de la reindustrialización, la reforma agraria y la transición energética, junto al manejo responsable de la economía, hagan posible superar la pobreza y la miseria y por ese camino convertir al país en una potencia emergente.

En la propuesta oficial se lee: “se debe garantizar la estabilidad de las reglas de juego democráticas en el corto, mediano y largo plazo en los niveles nacional, regional y local. No se promoverá la reelección ni la alteración de los periodos de los mandatarios de la rama ejecutiva de elección popular. Nos comprometemos, en el marco del proceso del Acuerdo Nacional, a estudiar y construir consensos sobre el cambio en el sistema político y electoral para que sea más eficiente y transparente, para que se fortalezcan los partidos y movimientos políticos y para que mejore el sistema de financiación de las campañas políticas. Cualquier cambio institucional tendrá que ser producto de los trámites y requisitos contenidos en la Constitución Política de 1991 y que implican un amplio proceso de participación ciudadana, deliberación legislativa y controles de constitucionalidad”.

Lo subrayado y en negrillas no son otra cosa que la apuesta del progresismo por modernizar las instituciones democráticas y proscribir el ethos mafioso que la derecha naturalizó, en particular desde el 2002. Al final se envía un mensaje a las altas cortes, en particular al Consejo de Estado y la Corte Constitucional, corporaciones que en buena medida, con sus fallos, se han alineado políticamente con los objetivos de los sectores de Oposición que le están apostando a que al actual gobierno le vaya mal en todo lo que intente hacer.

3. Transformación territorial de los municipios más afectados por el conflicto

La implementación del tratado de paz de La Habana es quizás el factor que más distancia al gobierno de los sectores que le hacen oposición. La distribución de la tierra a través de una reforma agraria integral asusta a los viejos terratenientes y hacendados, acostumbrados a vivir de la renta, a pagar un predial irrisorio y a especular con el valor de la tierra. De allí que la transformación de los municipios PDET, esto es, los más golpeados por los actores armados sea el punto de desencuentro entre el gobierno Petro y los poderosos agentes agrarios interesados en seguir apegados al modelo de la gran plantación con el que acabaron con la economía campesina y afectaron la calidad y la consistencia ecológica de valiosos ecosistemas.

En el ya mencionado documento se lee que “es necesario dar un impulso vigoroso a la transformación de las 16 regiones donde se ejecutan los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET). Más allá de las diferencias políticas respecto del Acuerdo de Paz firmado en 2016, apoyaremos y trabajaremos con los alcaldes y gobernadores y, de manera articulada y participativa, con las comunidades, el sector privado, el gobierno nacional y la comunidad internacional, en las iniciativas y proyectos que mejoren las condiciones de vida y seguridad de los 6,6 millones de habitantes de esos 170 municipios. Solo la intervención integral de esos territorios para transformarlos impedirá el reciclaje de las distintas violencias en las zonas PDET y las regiones históricamente más afectadas por el conflicto. Esa intervención integral en los territorios críticos debe convertirse en una prioridad del Estado y de la sociedad, más allá del gobierno de turno”.

El mensaje de este punto 3 va dirigido a los alcaldes que la derecha logró poner en las pasadas elecciones regionales y que hoy le apuestan a que los proyectos PDET fracasen en beneficio de los poderosos agentes agrarios que operan dentro de esos territorios.

4. Crecimiento económico con equidad – Transformación de la economía

Al ser Colombia uno de los países más desiguales del mundo, la apuesta de Petro y del progresismo es modificar sustancialmente esa inmoral realidad sociocultural y económica, a lo que se oponen los actores de una derecha premoderna que históricamente se han beneficiado de la producción y reproducción de esas condiciones de inequidad, desempleo, informalidad y pobreza.

En este punto, cuando el gobierno dice que “se debe transitar de una economía...” está hablando en términos de un imperativo moral jamás reconocido como tal por la derecha, aunque sí expuesto como promesas electorales de las candidaturas de Uribe, Santos y Duque.  

Se debe transitar de una economía con alta desigualdad y desempleo, hacia una economía productiva, incluyente y equitativa que proteja y conserve la naturaleza y cuya competitividad esté basada en la educación, el talento, la tecnología y la conectividad, la transición energética, la estabilidad macroeconómica y el fortalecimiento del Estado Social de Derecho. En ese sentido, creemos que se puede avanzar de manera concertada en el impulso al desarrollo rural integral, así como en el fortalecimiento de una agroindustria compatible con el cierre de las brechas de desigualdad y la protección de nuestros recursos naturales. Asimismo, impulsar el fortalecimiento de la industria estratégica con innovación, estándares de competitividad y políticas de crédito y fomento a sectores estratégicos como el agropecuario, el industrial y el turismo para jalonar la economía y el empleo”.

5. Compromiso con la deliberación argumentada y el trámite en el Congreso de las reformas sociales

Sin duda alguna, el Congreso de la República, en particular las bancadas que se declararon en oposición han cumplido al pie de la letra los “recados” (verdaderas órdenes) que les han enviado los mecenas que les patrocinaron las campañas a los y las congresistas que optaron por negarse a debatir con argumentos las propuestas presentadas por el gobierno. Se trata de una actitud cobarde, indigna y mezquina de quienes dicen representar al pueblo y a sus electores, pero que actúan para beneficiar a los actores económicos que están detrás, por ejemplo, de la debacle de las EPS por cuenta de un sistema que privilegió las ganancias y facilitó la corrupción público-privada.

Es esencial reconocer la necesidad de avanzar con apremio en las reformas sociales que mejoren el bienestar de los colombianos y las condiciones para consolidar la paz. Por esta razón, acordamos trabajar con todos los partidos políticos representados en el Congreso, la discusión de un grupo prioritario de proyectos que hacen parte de la actual agenda legislativa, y de esta manera dar trámite para su aprobación, en el marco del respeto a la oposición, de la deliberación argumentativa, de la búsqueda constructiva de consensos y del dialogo respetuoso. “El Acuerdo Nacional va más allá de los trámites legislativos. Es un compromiso con la institucionalidad, con el reconocimiento a las realidades territoriales, con el respeto a los disensos y a las construcciones civilizadas. Si no nos hemos podido poner de acuerdo sobre los máximos, pongámonos de acuerdo sobre los mínimos”.

A Petro le quedan dos años. Para que esta propuesta de Acuerdo Nacional termine concretándose se requiere de una altura moral que no pueden alcanzar los sectores de la derecha a los que va dirigida. Se trata de una invitación a proscribir el ethos mafioso que hace parte de las lógicas de la operación del Estado y en los agentes privados que contratan y se relacionan con las entidades públicas. Un Acuerdo Nacional de esas dimensiones necesita primero una “revolución cultural” que la derecha no está dispuesta a dar porque sus más representativos agentes de poder están hoy en “modo venganza”, esto es, más interesados en recuperar la Casa de Nari, que en recoger las buenas ideas que la izquierda y el progresismo les vienen planteando a ellos y al país.



MINISTRO CRISTO Y EL ACUERDO NACIONAL - Búsqueda Imágenes (bing.com)


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