Por Germán Ayala Osorio
Los hallazgos óseos en La
Escombrera, de la Comuna 13 de Medellín motivaron la reacción del expresidente
Álvaro Uribe Vélez y la atención de los medios y los periodistas afectos a la
causa uribista que asumen lo dicho por el exsenador como una verdad inobjetable.
Esto dijo el político antioqueño sobre la Operación Orión, responsable de las
personas asesinadas que fueron inhumadas en ese botadero de escombros. “No
fue una operación en la que entrara el Ejército a arrasar; fue
con todas las instituciones, la Policía, la Alcaldía de Medellín, la
Procuraduría, la Defensoría del Pueblo, el CTI y la Fiscalía. Hubo la
vigilancia de organismos de derechos humanos”.
En la explicación del expresidente
y expresidiario aparece sin lugar a duda la violencia legítima del Estado, una
especie de valor moral con el que se asumió la seguridad en el país durante sus
ocho aciagos años de la mano de la peligrosa política de defensa y seguridad
democrática. En el texto La política como vocación, de Max Weber se lee: “Estado
es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el
“territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el
monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro
tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede
el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El
Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.”
No se discute en esta columna la
validez del axioma de Weber, sino lo que implicó para el país su aplicación de
la mano del control que ya los paramilitares ejercían en varias instituciones del
Estado.
Los jefes del Estado tienen la
potestad de hacer con esa forma de dominación y estructura de poder lo que les
inspire. Y de acuerdo con la Comisión de la Verdad, la JEP y otras entidades,
incluidas defensoras de los derechos humanos, el Estado colombiano operó, entre
el 2002 y el 2010, bajo la influencia paramilitar y el deseo de estigmatizar,
someter, perseguir y desaparecer a todo lo que oliera a izquierda. Los 6402
falsos positivos, más los cuerpos de las víctimas de la Operación Orión y los
asesinatos de varios académicos, entre ellos Alfredo Correa de Andreis y la
persecución contra defensores del ambiente, los derechos humanos y periodistas,
confirman que en ese aciago periodo de gobierno, el Estado en su conjunto actuó
conducido por dos espíritus: el que se desprende del axioma de Weber y el que
inspiraba a los paramilitares que actuaron como agentes estatales.
Frente a la explicación de Uribe
Vélez hay que decir que el acompañamiento de todas las autoridades que él
señaló jamás fue garantía de que en la Operación Orión no se violaran los derechos
humanos por una razón fundamental: la institucionalidad derivada de esas
entidades y en particular la que procedía del apoyo electoral que recibió Uribe
de los paramilitares y la evidente captura del DAS estaba contaminada del
espíritu criminal que inspiró a los grupos de autodefensa en el país. Los restos
que están apareciendo en La Escombrera constatan que efectivamente ese
acompañamiento institucional no fue efectivo a la hora de respetar los derechos
humanos. Frente a la Operación Orión, la Comisión de la Verdad dijo que “fue
emblemática por las modalidades de violencia que desplegó (capturas
arbitrarias, detenciones selectivas y posteriormente desapariciones), por las
series denuncias sobre la actuación irregular de agentes del Estado (además de
fuerza pública, DAS y Fiscalía) y por la participación de grupos paramilitares”.
Entre tanto, el presidente Petro señaló
que “la Fiscalía, el CTI y el DAS estaban en manos de los paramilitares y
actuaron en asocio con otros cabecillas y delincuentes. Los paramilitares de
Don Berna se quedaron con el territorio y desaparecieron a más de 500 personas…”.
Las explicaciones dadas por el
expresidente y expresidiario hoy 27 de diciembre de 2024 no se dan porque lo
atormenten los hechos acaecidos en la Comuna 13 de Medellín y mucho menos para
asumir responsabilidad política alguna por haber autorizado dicha operación. No.
De manera ladina, el 1087985 (número que le otorgó el INPEC cuando estuvo
preso) aprovechó la rueda de prensa para darle vida oficial al nuevo enemigo de
Colombia y caballito de batalla electoral: el Petro-Santismo.
El uribismo cada cierto tiempo
crea enemigos políticos para explotar electoralmente el miedo generado en los
colombianos. Hace unos años atrás nos asustaron con el cuento de que nos “volveríamos
como Venezuela” con la llegada del “castrochavismo” y el “comunismo” si Gustavo
Petro llegaba a la Casa de Nariño. Como esos fantasmas ya no asustan, Uribe
necesita crear y vender otro duende o espíritu maligno. Y ese temido espectro
es el Petro-santismo que ya se apoderó de la JEP. Así las cosas, cualquiera
que sea su nuevo títere o muñeca, ella o él estará obligado a confirmar que efectivamente
el Petro-santismo es un riesgo para el país y por esa razón lo primero
que hará si resulta electo o electa es acabar con la JEP, lugar en el que se
oculta el temido duende.
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