Por Germán Ayala Osorio
Hay consenso nacional e internacional
alrededor de la idea de que el más grave problema de Colombia es la corrupción
público-privada. Esa realidad, en lugar de avergonzarnos, se asume en varios
sectores societales y en particular en el mundo de la política, como una
condición asociada a ser vivo, sagaz, avispado, intrépido, brillante e
inteligente. Y es así, porque ser corrupto sí paga desde la perspectiva de la
economía del delito: se roban millones, devuelven el 10% de lo robado, arreglan
con la justicia y les dan la casa por cárcel por dos años. Y lo que es mejor, pueden
seguir “politiquiando”.
Prueba de la entronización, naturalización
y la admiración que despiertan los corruptos la dio el congresista Paulino
Riascos, quien en sesión de la Comisión IV del Senado solicitó un “minuto de aplausos”
para el corrupto senador, Mario Castaño, líder de la organización criminal conocida
como el cartel de las Marionetas.
Aunque sus colegas dieron un “minuto
de silencio” por la muerte en prisión del político corrupto, Riascos no quedó
contento pues lo que él quería era que se diera, por un minuto, un cerrado aplauso
por todas las fechorías cometidas en vida por Mario Castaño.
Paulino Riascos, una especie de “Manguito”
o quizás también sea otro “Anatolio” que logró colarse en el Pacto Histórico,
consideró que el fallecido era digno de aplausos por ser el cerebro del robo de
por lo menos 43 mil millones de dineros públicos. Esto espetó el folclórico
senador Riascos: “Quería pedirle que realicemos en esta plenaria no un
minuto de silencio, sino un minuto de aplausos por nuestro colega, a
quien no conocí en persona, a quien no traté en persona, pero por la referencia
que me dieron ustedes en este escenario lloré el día que se dio la noticia,
igual que ustedes en sus casas, y ese es el senador Mario Castaño”.
A Riascos solo le faltó solicitar
la elaboración de una placa que exaltara la viveza y la capacidad criminal de
Castaño. Con su escabrosa e inmoral petición, Riascos validó el ethos mafioso que
guió la vida del senador que falleció al interior de la cárcel La Picota. Ahora,
los miembros de la Comisión IV del Senado que le copiaron a medias la solicitud
de Riascos, debieron abstenerse o de fustigar la petición del congresista, por
considerarla, por lo menos, improcedente.
La insólita, pero comprensible
solicitud de Riascos confirma que ser corrupto en Colombia no constituye una vergüenza
o insulto, por el contrario, serlo cuenta con la admiración de colegas, amigos y
de una parte de la sociedad colombiana.
Imagino que, pasados unos días,
el propio Riascos liderará una visita masiva al camposanto en donde reposan los
restos mortales de este ícono de la corrupción política en Colombia. Paz en la
tumba de este “neo prócer” que fue capaz de desaparecer 43 mil millones de
pesos.
Imagen tomada de Cambio Colombia.
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