Por Germán Ayala Osorio
El periodista Juan Pablo
Barrientos tiene contra las cuerdas a los curas pederastas protegidos por la
iglesia católica. Con sus investigaciones develó los casos de violaciones
contra menores perpetradas por sacerdotes de las Arquidiócesis de Medellín y
Villavicencio.
En entrevista dada a El
Espectador, el aguerrido reportero dijo: “He publicado dos libros: Dejad que
los niños vengan a mí (2019) y Este es el cordero de Dios (2021). Tras el
primero, interpusieron contra mí tres tutelas y cuatro denuncias penales.
Con el segundo, tuve que responder siete tutelas. He ganado todos los procesos
en primera y segunda instancia, excepto tres denuncias penales que no han sido
resueltas y fueron interpuestas por el sacerdote telepredicador Carlos Yepes,
el cura más poderoso de Antioquia. Este fue denunciado por tres hombres
que afirman que fueron abusados sexualmente por él cuando eran niños. Yepes fue
suspendido del ejercicio sacerdotal directamente por el papa Francisco”.
Recientemente, la Corte Constitucional
(CC) le dio la razón a Barrientos, quien había solicitado que se “desclasificara”
la información interna que reposa en Arquidiócesis, y diócesis de los clérigos
sobre los cuales hay denuncias o procesos al interior de la curia por haber
violado menores de edad. “Creo que hay sacerdotes buenos en todas las
diócesis, arquidiócesis y comunidades religiosas del país. Pero sucede
que los silencios, en casos de pederastia, son cómplices. Y algunos de esos
buenos sacerdotes han guardado silencio frente a los delitos de sus colegas”.
Pocos días después del histórico
fallo, en su cuenta de X, Barrientos hace referencia a la queja que
expresó el arzobispo de Tunja, Gabriel Ángel Villa por el sentido de la
sentencia del alto tribunal. El sacerdote dijo desde el púlpito que “no puedo
ocultar mi tristeza, mi preocupación con lo que han decidido esta semana
algunos miembros de la Corte Constitucional para satisfacer a dos
periodistas y que afecta la vida de la iglesia y especialmente a los ministros
ordenados en Colombia. Dice el comunicado que las jurisdicciones eclesiásticas
debemos entregar a periodistas la información relativa a los sacerdotes o clérigos
vivos y difuntos... para constatar si hemos cometido delitos referentes a abusos…”
Lo primero que debo decir es que
el prelado evita hablar de abusos sexuales, apoyado en la generalidad que acompaña
al término “abusos”. Ese silencio de Ángel Villa da cuenta de la incontrastable
rabia que le produjo la decisión judicial y de su intención de minimizar las
execrables prácticas de los curas pederastas. Y, en segundo lugar, su
exposición pública permite comprender hasta dónde el espíritu de cuerpo les
sirve a él y a otros clérigos para abstenerse de denunciar a sus compañeros violadores
de menores, matizar esos “pecaminosos impulsos”, para terminar, reduciéndolos a
“errores” por aquello de que la “carne es débil”.
En la molestia del arzobispo con
la CC y los periodistas está de presente lo que se conoce como el espíritu de
cuerpo o de grupo que da cuenta de la cohesión al interior de una organización,
que favorece la imagen, los intereses institucionales y que sirven para naturalizar
unas prácticas internas que dan vida a lo que se conoce como institucionalidad.
Ese espíritu de cuerpo o moral institucional suele servir para ocultar delitos,
defendidos por los agentes más visibles, devotos o cómplices de la
organización, sea esta militar, eclesiástica o de cualquier otro carácter. De
esa manera se cultiva una casta o cofradía mafiosa difícil de penetrar con los
fines de denuncia que orientan el trabajo periodístico de Barrientos.
Ese mismo espíritu de cuerpo
sirvió para que durante el gobierno de Álvaro Uribe y la aplicación de
rajatabla de su política de defensa y seguridad democrática se validara, matizara y ocultara la abominable práctica de los “falsos positivos”. Por todo lo
anterior, cuando se habla de defender la institucionalidad, en referencia a instituciones
armadas como el Ejército y las comunidades religiosas, incluida la iglesia católica,
lo mejor que se puede hacer es sospechar de sus agentes defensores, pues normalmente
suelen cumplir el rol de encubridores de graves y repugnantes delitos. ¿A todas
estas, qué pensará Dios de los crímenes de Estado y de sus representantes en la
tierra convertidos en peligrosos pederastas?
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