Por Germán Ayala Osorio
Al parecer las marchas desarrolladas en las principales ciudades del país no estuvieron tan concurridas como en otras ocasiones. Aunque no se puede hablar de fracaso, hay síntomas de cansancio en el uso de esas acciones colectivas.
Las constantes movilizaciones a
favor del gobierno Petro y las que se dieron en el marco del Paro Nacional del
28 y 29 de mayo pueden terminar en un agotamiento de este tipo de expresiones
democráticas e incluso de la democracia misma como régimen de poder y escenario
electoral en el que suelen enfrentarse las ideas de cambio y las que le
apuestan a que todo siga igual en las correlaciones de fuerza al interior de la
sociedad colombiana. Son varias las razones que explicarían la fatiga de estos
instrumentos de participación ciudadana.
La primera razón tiene que ver con
los altos niveles de crispación ideológica y política que se respiran en las
principales ciudades del país y que pueden terminar ahondando las animosidades que
quedaron expuestas después del estallido social entre la élite (clase dominante)
y los menos favorecidos (la clase subalterna). Los niveles de convulsión
ideológica por los que atraviesa el país en lugar de invitar a votar en las
elecciones de 2026 pueden terminar aumentando las cifras de abstención.
Los bloqueos de vías en algunos
puntos de Bogotá aportan a la generación de malestar en quienes están obligados
a poner por encima de la discusión de asuntos públicos en plazas, cabildos
abiertos y movilizaciones, sus intereses, obligaciones y responsabilidades.
La segunda razón está atada a que la aprobación en la Comisión IV de la versión mutilada de la reforma laboral será usada mientras llega al Senado, por la clase dirigente, con el apoyo de las empresas mediáticas tradicionales para deslegitimar la Consulta Popular no solo por costosa, sino por innecesaria dado que al final de cuentas se estaría logrando una reforma fruto de los consensos que el gobierno Petro no pudo alcanzar con los mismos actores políticos y económicos de la sociedad civil que la discutieron y aprobaron hasta el momento esa versión. Los tiempos para se convierta en ley están muy apretados.
La tercera razón puede emerger
del cansancio que pueden generar las movilizaciones, concentraciones, los
cabildos abiertos instalados y las jornadas pedagógicas, cuando hay cientos de
miles de ciudadanos que tienen que resolver en el día a día sus necesidades
básicas. La gente asume y entiende que no habrá soluciones mágicas a los
sempiternos problemas de desigualdad e inequidad en el país, por más que se
convoque a la consulta popular. Haber vendido la idea maximalista del cambio,
al igual que la Paz Total, puede terminar por afectar la confianza de
los ciudadanos que votaron por el cambio.
La cuarta razón emerge del poder de penetración que aún tiene la prensa hegemónica, a lo que se suman los cientos de miles de ciudadanos que pueden sentirse engañados, insatisfechos, arrepentidos o decepcionados del “gobierno del cambio” en virtud de los escándalos de corrupción y del tiempo que deberá transcurrir para que los cambios logrados se traduzcan en el bienestar sostenido de la gente que votó por el proyecto político liderado por Petro.
En lugar de insistir en hacer la consulta popular, quizás la estrategia política y electoral más conveniente esté en asegurar que las transformaciones y cambios logrados por el gobierno soporten los esfuerzos que por reversarlos hará la derecha si recupera la Casa de Nariño en el 2026. Hacer pedagogía en las calles y seguir usando los consejos de ministros y las alocuciones para desenmascarar a la derecha pueden aportar más, que insistir en extender hasta el escenario electoral del año entrante el actual ambiente de convulsión política e ideológica. Y también, para seguir reconociendo errores y asumiendo responsabilidades políticas.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada, tomada de El Espectador.com
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