Por Germán Ayala Osorio
El país político ya debe estar
acostumbrado a que cada cierto tiempo y en particular antes, durante o después de
elecciones presidenciales siempre aparece un escándalo de corrupción capaz de superar
al anterior, así como poner en cuestión a toda la institucionalidad estatal y sacudir
las correlaciones de fuerza sin que ello signifique que la sociedad está a
punto de proscribir el ethos mafioso, fuente de todos los escándalos públicos y
privados que aparecen por cuenta de la naturalizada corrupción.
Después del lamentable
espectáculo en el que terminó el consejo de ministros y la esperada crisis ministerial
aparecieron en la escena preelectoral dos hechos noticiosos con implicaciones
políticas, morales y judiciales que sin duda sacudirán a una parte del
establecimiento colombiano: de un lado, el tardío reconocimiento público y
mediático del poder criminal de Diego Marín Buitrago, alias Papá Pitufo, el zar
del contrabando en el país.
Este personaje lleva por lo menos
20 años delinquiendo de la mano de oficiales de la Policía nacional, agentes aduaneros, de
la propia DIAN y muy posiblemente de políticos y presidentes de la República; y
del otro lado está la carta que Héctor Amaris Rodríguez, alias el Oso Yogui, escribió
y envió a la Fiscalía en la que expresa su intención de desenmascarar a los
miembros del Clan Char, en particular al alcalde de Barranquilla, Alex Char por
hechos delictivos como lavado de activos y malversación de recursos públicos.
En la referida misiva, el Oso Yogui
da pistas de los hechos delictivos de los que tiene pruebas: “En primer
lugar, Triple A: Desvío de recursos públicos a través de contratos manipulados
y apropiación indebida de activos que afectaron al patrimonio de Barranquilla”;
Iarco: “Esquemas fraudulentos de licitación para favorecer a empresas
vinculadas al clan Char; Aida Merlano: financiación irregular de campañas
políticas, compra de votos y obstrucción de la justicia. Aportaré nuevas
pruebas que esclarecerán definitivamente este caso; Tiendas Olímpica: Lavado de
activos y triangulación de recursos de origen ilícito mediante esta red
empresarial”.
Hasta el momento el caso de Papá Pitufo toca tangencialmente a la campaña Petro presidente, situación que ya fue aprovechada por la Oposición mediática y política que le apuesta a convertir la versión que indica que dineros del zar del contrabando entraron o pudieron entrar a dicha campaña presidencial en lo que sería un nuevo Proceso 8.000. Logrado ese objetivo, la derecha pondría sobre Gustavo Petro una mácula que lo dejaría en el mismo nivel de indignidad que alcanzó la imagen del entonces presidente Ernesto Samper después de la probada entrada de dineros del cartel de Cali a su campaña. Una vez logrado ese objetivo moral y político, la derecha espera “herir de muerte” el proyecto progresista que defiende e impulsa el presidente Petro.
Con el visto bueno de un tribunal
de Portugal para que Diego Marín Buitrago sea extraditado a Colombia, y con el
interés del presidente Petro de traerlo de vuelta al país para que exponga a aquellos
agentes de poder que desde varias instituciones le ayudaron a convertirse en el
más grande contrabandista, los colombianos estarían avocados a ver por
televisión un escándalo político que impactaría las elecciones presidenciales
de 2026. Si todo sale como Petro lo está imaginando, la derecha sería el sector
ideológico y político más golpeado si alias Papá Pitufo prende el ventilador.
La verdad que logre entregar el
zar del contrabando al país tendría efectos políticos negativos que se sentirán
en mayor proporción en Bogotá, centro de poder en el que la corrupción y el
ethos mafioso se volvieron paisaje en instituciones estatales desde las que se
facilitó el trabajo de importación ilegal y ficticia de mercancías y el lavado
de millones de dólares gracias al emporio mafioso que agentes oficiales le
permitieron consolidar a Papá Pitufo.
Entre tanto, el ventilador que
prenda el amigo íntimo y exasesor de Alex Char, actual alcalde de Barranquilla solo
sacudirá los cimientos del poderoso Clan Char, sobre el que recaen toda suerte
de señalamientos y cuestionamientos por asuntos de compra de votos y uso indebido
de recursos estatales.
Así las cosas, el país político y
mediático aportará cada uno su grano de arena a la consolidación de la
narrativa que indica que los colombianos, el Estado, sucesivos gobiernos y miembros
de la élite política actúan bajo el influjo de un incontrastable ethos mafioso,
el mismo que nos hace ver ante el mundo como una sociedad corrupta.
La aparición en escena de alias
Papá Pitufo y del Oso Yogui sumergen al país en una especie de territorio propicio
para las series animadas. Para el caso de Papá Pitufo, aún el país no sabe quién
representará a Gargamel, aunque podría pensarse que la Fiscalía usará su poder
para perseguirlo por toda la Aldea que el viejo contrabandista construyó Hay
que advertir que dentro del ente investigador y al interior de otras entidades
estatales hay agentes prestos a dar rienda suelta a sus más oscuros propósitos al
momento en el que Papá Pitufo decida hablar. Estaríamos ante un Gargamel
espejo.
Entre tanto, la tierna figura del
Oso Yogui, la tira cómica, hace pensar en que se aprovecharon de su inocencia quienes
usaron el poder para enriquecerse de manera ilícita. Eso sí, en esta historieta
de país no hay cabida para la Pantera Rosa, personaje animado que casi siempre
triunfa en su “lucha” contra aquel recordado hombre blanco y bigote. Convertida
Colombia en una tira cómica, la justicia, con todo y su majestad, está
representada en el Coyote. Y los corruptos y criminales que se burlan de ella y
la timan están muy bien representados por el Correcaminos.
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