viernes, 15 de noviembre de 2024

JEP IMPUTA A SEIS EXFARC EL DELITO DE RECLUTAMIENTO FORZADO

 

Por Germán Ayala Osorio

 

La Justicia Especial para la Paz (JEP) acaba de imputar a seis máximos exjefes de las Farc-Ep el delito de reclutamiento forzado de 18.677 menores. En un comunicado, los firmantes de paz o exguerrilleros informaron que aceptan los cargos. Más allá del gesto de arrepentimiento, genuino o no, esa ignominiosa cifra hace parte del “inventario” que debemos hacer de la barbarie que como sociedad permitimos, por acción u omisión.

Los 18.677 niños reclutados por las Farc-Ep entre 1971 y 2016 (JEP), los 21.000 asesinatos perpetrados por estructuras paramilitares (Centro de Memoria Histórica) en 40 años y los 6402 crímenes de Estado perpetrados entre el 2002 y 2008 (JEP) dan cuenta del incontrastable dolor que dejan las dinámicas del conflicto armado interno de Colombia.

Según esas cifras, las entonces Farc-Ep durante 45 años reclutaron a por lo menos 18.677 menores de edad, lo que da un promedio de 415 niños y niñas por año. Mientras que los paramilitares masacraron civiles a cuenta de 525 por año. Sin duda alguna, ambos guarismos confirman la atrocidad de un conflicto y la degradación moral de todos sus actores armados.  Un dato no menor: el accionar criminal de esas dos estructuras ilegales se dio bajo dos constituciones: la de 1886 y la de 1991.

Quizás los hoy firmantes de paz justificaron en el pasado esos crímenes ocurridos en el marco de la carta política de 1886 por aquello  del espíritu conservador y violento de esa constitución y de las estructuras de poder que hacían gala del cumplimiento de sus preceptos jurídicos, con la ayuda de la cultura dominante; ese mismo espíritu violento se irradió a gran parte de la sociedad y guió las vidas y decisiones  de aquellos agentes del establecimiento que le apostaron a extender en el tiempo el conflicto armado para consolidar dos fenómenos complementarios: de un lado, la fragmentación del territorio entre las zonas de orden público (selvas y espacios rurales) y las urbes militar, económica y políticamente protegidas y desarrolladas. Al final, el país terminó dividido entre ciudadanos de quinta y primera categorías.  Y del otro lado, los procesos de estigmatización surgidos por la aplicación a rajatabla de la doctrina del enemigo interno a todo lo que oliera a izquierda, a defensa de los derechos humanos y a los de la propia naturaleza.

Con el cambio del orden constitucional, el reclutamiento forzado de las Farc-Ep se volvió sistemático, hecho que invalidó los alcances y el propio espíritu garantista de la carta política de 1991. La niñez en Colombia, bajo dos disímiles contextos constitucionales jamás fue protegida. Esa es una conclusión que debería de avergonzarnos como sociedad.

Y en lo que concierne a los 6402 falsos positivos o crímenes de Estado, estos fueron cometidos en un periodo de gobierno en el que operó una política de seguridad que, con el apellido “democrática”, legitimó y ocultó el desvío moral y misional del Ejército nacional. Bajo el gobierno de Álvaro Uribe Vélez y amparados en la carta garantista y liberal de 1991 se violaron los derechos humanos de manera sistemática. Al final, el país que venía golpeado por las acciones criminales de Farc-Ep y paramilitares durante 40 años, terminó sumido en la confusión que produjo constatar que a agentes estatales les bastó seis años para equipararse en barbarie a las guerrillas farianas y a las AUC.






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