Por Germán Ayala Osorio
¿Algún día en la Colombia patriarcal, machista y misógina veremos
a una mujer llegar a la Casa Nariño en calidad de presidenta? Esa es la pregunta que de un tiempo para acá se
hacen millones de colombian@as.
El sentido del interrogante por
supuesto que va acompañado de la participación cada vez mayor de la mujer en la
política, actividad histórica y culturalmente dominada por hombres que en sus
ejercicios de poder han dejado ver prácticas machistas y otras muy cercanas a
la misoginia.
Las dinámicas del conflicto armado
interno dan cuenta de esas prácticas de dominación y violencia hacia las mujeres.
En las fuerzas armadas y en las filas de los narcoparamilitares y las
narcoguerrillas: violaciones, empalamientos y asesinatos. Dichos crímenes
ocurren a diario en ciudades capitales y zonas rurales.
Esa irrupción de las féminas
viene de la mano de la afortunada erosión de la idea de que “solo los hombres”
pueden gobernar a un país tan complejo como Colombia, lo que debe entenderse
como un momento propicio para que una mujer llegue a gobernar a los
colombianos.
En mucho viene ayudando el feminismo
como corriente de pensamiento que reivindica a las mujeres y pone en crisis los
roles de esposas y madres obedientes dedicadas al cuidado de hijos, de los
esposos y del hogar.
Ahora que se acerca la campaña
presidencial, en el escenario electoral aparecen varias mujeres que aspiran a
ser elegidas candidatas para disputar la hegemonía masculina en el poder
político. Eso sí, dentro del ramillete de féminas existen diferencias
sustanciales alrededor de cuál debe ser el perfil de una eventual presidenta de
Colombia. Todas en mayor o menor medida han sido víctimas de la sociedad patriarcal,
misógina y machista en la que crecieron. Es posible, incluso, que varias de
ellas se “sientan a gusto” con esas circunstancias de dominación, a otras poco
les importe y quizás en el fondo otras las impulse llegar a la presidencia de
la República para “refundar la patria” en función de unas nuevas relaciones
entre Hombres y Mujeres.
Por el lado de la ultraderecha
aparecen las congresistas María Fernanda Cabal y Paloma Valencia, hijas y
legitimadoras del machismo en la política y en la vida cotidiana; y es así porque
llevan años sometidas al poder, con visos de misoginia y probado machismo de su
jefe político el expresidente Álvaro Uribe Vélez, un recio “machito”
acostumbrado a domar bestias, en especial yeguas. Recordemos cuando la senadora
Cabal descalificó a un grupo de feministas que salió a protestar. Les dijo que
eran “un poco de locas, además, feas, horrorosas y empelotas”. Esa forma
despectiva de la señora Cabal de referirse a las feministas deviene ancorada a
su enfermiza lealtad hacia Uribe, un macho que habla de las mujeres como si se
tratara de “yeguas”
listas para ser montadas. Los que leyeron el libro de Héctor Abad, El olvido
que seremos saben perfectamente de lo que aquí se habla.
Por el lado del progresismo, la
exministra de salud, Diana Carolina Corcho Mejía y la congresista María José
Pizarro también están enfrentadas al machismo que ronda a la izquierda y esperan
el aval de su partido para enfrentar el desafío cultural y político de llegar a
la Casa de Nariño.
Ahora que se vienen las consultas
internas en los partidos políticos, es más probable que del lado del
progresismo se termine eligiendo a una mujer como candidata única de cara a las
presidenciales. En particular, creo que la psiquiatra y exministra de salud del
gobierno Petro, Diana Carolina Corcho Mejía tiene la solidez académica para
enfrentar el desafío de gobernar a un país lleno de machitos cabríos que se
oponen a que las mujeres se liberen del yugo patriarcal. Corcho Mejía conoce el
sistema de aseguramiento en salud y comprende los factores culturales,
ideológicos y políticos que rodearon la operación de dicho sistema, atado a las
lógicas neoliberales que se impusieron en el país desde César Gaviria Trujillo, pasando por Pastrana y las que se entronizaron con Uribe Vélez y continuaron Juan Manuel Santos y el
subpresidente Iván Duque Márquez. Dichas lógicas se aplicaron de la mano de un ethos mafioso
que debe ser leído no exclusivamente en clave masculina, pues ha sido validado
por mujeres que alcanzaron las más altas dignidades del Estado.
Un salto hacia adelante y un
verdadero golpe de opinión lo darían el Pacto Histórico, su dirigencia y
seguidores si avalan a Diana Carolina Corcho como la candidata única. Ojalá sepan
leer el momento histórico por el que atraviesa el país y el creciente cansancio
social y cultural de las maneras como los hombres asumen el poder y promueven
la hegemonía masculina en el ejercicio de la política, casi siempre en
contravía de los derechos de las mujeres a participar de las grandes decisiones.
No caben aquí expresiones como es
que “no tiene la experiencia y la formación suficientes para gobernar al país”.
¿Acaso Gaviria, Pastrana, Uribe, Santos y Duque las tuvieron? Estos llegaron a la casa de
gobierno validados por el “cacorraje
nacional” del que habló en su momento la escritora Carolina Sanín.