Por Germán Ayala Osorio
En el marco del conflicto armado interno, el uso de perros en actividades antinarcóticos y la detección de minas antipersonales se ha naturalizado de tal forma que cuando los caninos pierden la vida o se pierden en espesas selvas durante operaciones militares y policiales, los medios de comunicación en lugar de cuestionar la presencia de los canes en la guerra, editan emotivas notas en las que exaltan a los peludos con las que los elevan a la condición de "Héroes". Incluso, los despiden con toques de corneta y disparos de salva. Con esa distinción y las sentimentales y compasivas notas periodísticas la gran prensa valida la instrumentalización de los "firulais" que acompañan y protegen a los miembros de la fuerza pública.
Noticias Caracol en la emisión central de hoy 19 de septiembre dedicó varios minutos al registro del reencuentro entre el policía Diego Alejandro Herrera y Telmo, el pastor Belga Malinois con el que cumplía labores antinarcóticos. El hermoso ejemplar canino sobrevivió al ataque dinamitero perpetrado por las disidencias en Amalfi, en el que murieron 13 hombres de la Policía y Lester, el otro peludo que junto a Telmo acompañaban a los uniformados en la erradicación de cultivos de uso ilícito. Durante varios días duró perdido en la zona en donde fue atacado el helicóptero.
Con esta columna hago un llamado a las congresistas ambientalistas Esmeralda Hernández y Andrea Padilla para que presenten una iniciativa legislativa que permita sacar a los perros de la guerra interna. Es urgente que como sociedad civilizada y moderna transitemos del antropocentrismo, ideología desde la que se legitima y defiende el uso de perros en operaciones militares y policiales para proteger la vida de los uniformados, hacia el biocentrismo. Es preciso abandonar la racionalidad instrumental sobre la que se basa la inclusión y participación de los caninos en las dinámicas del conflicto armado interno.
Sé que la propuesta de inmediato pone de presente el dilema antropocentrista que se expresa en sentencias como estas: "esos perros salvan las vidas de policías y uniformados"; "es preferible que mueran los caninos y no los seres humanos". Estamos ante un falso dilema o quizás ante un forzado dilema atado al perverso antropocentrismo desde el que subvaloramos e instrumentalizamos la vida de los peludos. Todas las vidas son útiles porque hacen parte de ese gran ecosistema llamado Naturaleza.
El Estado debe hacer los esfuerzos presupuestales necesarios para invertir en tecnología militar para enfrentar desafíos como las minas antipersona que siembran los grupos armados ilegales para atacar a la fuerza pública. La petición es clara desde esta tribuna: ¡hay que sacar a los perros de la guerra!
Con el mismo clamor con el que se exige sacar a los niños y a la población civil de las hostilidades, desde aquí propongo a las congresistas animalistas que presenten un proyecto de ley que "saque a los perros de la guerra".
En una sociedad desmemoriada como la colombiana, muy seguramente muy pocos recuerden a Wilson, el pastor Belga que participó del operativo militar e indígena que finalmente dio con los niños que durante 40 días caminaron perdidos por la selva del Guaviare. O más recientemente a Sansón, quien activó una maldita mina antipersona sembrada por los malditos grupos al margen de la ley. Sansón murió días después. Para Lester no hubo funeral y despedida de héroe, a pesar de los titulares de prensa. Hoy aplaudimos y nos conmueve el regreso de Telmo y el reencuentro con su amigo Herrera. Pero muy seguramente seguiremos viendo en los medios masivos que más y más caninos caen en combates o en atentados dinamiteros. Y los despedirán como Héroes. Eso sí, esa distinción no servirá para ocultar que somos una especie aviesa, perversa y estúpida.
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