domingo, 10 de septiembre de 2023

EL RELATO CON EL QUE URIBE CONFRONTA AL INFORME DE LA COMISIÓN DE LA VERDAD (III)

 

Por Germán Ayala Osorio

 

En la documento del uribismo, ¿Cuál verdad?, con el que buscan controvertir el informe de la Comisión de la Verdad, aparece la particular noción que tiene Álvaro Uribe Vélez de lo que es el Estado. En el ya referido texto se lee lo siguiente: “La Comisión de la Verdad ha producido como titular de su obra la frase <<El Estado es el responsable>>. Eso es nada más y nada menos que la justificación de la violencia, el terrorismo, el asesinato, el secuestro, las violaciones, el reclutamiento de menores, las destrucciones, el atraso y la pobreza de todos los años por actuación de grupos violentos. Algunos pensamos todo lo contrario, creemos que el Estado ha transcurrido fundamentalmente en la búsqueda generosa de la paz, que aparece como elemento común del recorrido gubernamental. Por supuesto con variaciones en algunos cortos períodos y durante los años de la Seguridad Democrática, cuyo cometido era alcanzar la paz a través de la seguridad como valor democrático y fuente de recursos”.

La lectura que hace el expresidente está atada al paradigma desinstitucionalizante en el que él está instalado de tiempo atrás. Uribe no cree en las instituciones y mucho menos en las formas regladas y protocolos que de manera natural provoquen o den vida a procesos de revisión, control e indagación sobre las decisiones tomadas. En sus actuaciones como presidente de la República dejó ver su tendencia a pactar acuerdos en los que ponía por encima de la institucionalidad no solo el sentido de lo acordado, sino su carácter de negociante, de vendedor de bestias y por supuesto, su autoritarismo.

Su formación política está sostenida en buena medida en las acciones prácticas de su pasado como administrador público. Por ejemplo, cuando estuvo al frente de la Aerocivil, en su fugaz paso por la alcaldía de Medellín y la gobernación de Antioquia. Su ejercicio del poder está fundado en la toma de decisiones en las que las dinámicas y los intereses del establecimiento se ponen por encima de las obligaciones morales del Estado. Por ello, cuando alude al Estado en el párrafo citado, lo hace más desde la retórica, que desde su real convencimiento de qué es eso del Estado y para qué sirve y a quién le debe servir.

Al hacer referencia al Plan Colombia como “un logro sobresaliente del Presidente Andrés Pastrana y del Embajador Luis Alberto Moreno”, el 1087985 deja ver su real noción del Estado, en particular en términos de la soberanía estatal, pulverizada, justamente por esa política pública de origen transnacional, aprobada en el Congreso americano, gracias en buena parte al lobby desarrollado por las empresas fabricantes de armas y de los helicópteros Black Hawk que llegaron al país en el marco del Plan Colombia. Guarda silencio el ladino político sobre el nulo control político del Congreso de la época alrededor de dicha política contra la insurgencia y el narcotráfico. En su relato, un tanto deshilvanado de hechos históricos, alude a la administración de su ungido, Iván Duque Márquez. Y lo hace, en virtud de los diálogos de paz con el ELN. Dice el exmandatario que “el presidente Duque recibió una bofetada a su interés en continuar negociaciones con el ELN cuando esta guerrilla realizó el criminal ataque terrorista contra la Escuela de Cadetes de la Policía en enero de 2019, con lo que ese proceso se interrumpió. Sin embargo, toda la presión de las fuerzas opositoras y de las ONGs sesgadas, atribuían la culpa de ese fracaso, no al terrorismo del ELN sino a la supuesta intransigencia del presidente Duque”.

Le cabe razón a Uribe en que se trató de una acción criminal y torpe del ELN. Guarda conveniente silencio el caballista y latifundista frente al desconocimiento que Duque hizo de los protocolos firmados por el Estado, durante la administración de Santos, con los que se garantizaba el regreso al país de los plenipotenciarios del ELN. Siguiendo su idea de no aludir a compromisos de Estado, Duque negó la legitimidad y la legalidad de los protocolos, a pesar de fungir como jefe de Estado.

En su diatriba contra la Comisión de la Verdad, Uribe Vélez, el Gran Imputado, señala que “la Comisión presenta el Estado Comunitario como una sustitución del Estado Social de Derecho, a sabiendas que dicha participación ciudadana permitía el reclamo de fundamentos sociales de este último. Todo lo reducen a la burla del Líder Carismático o del Embrujo Autoritario, admisible en la sátira política mas no en una Comisión de la Verdad, de la cual predicaron tanto rigor”.

Sus ideas de Estado Comunitario y Estado de Opinión se conectan a partir de su carácter megalómano y de la búsqueda de un Estado que operara de acuerdo con las demandas y exigencias de una comunidad imaginada, que debía defender los principios y los valores de la seguridad democrática. Una comunidad imaginada resultante de una opinión pública construida desde el unanimismo mediático que los grandes medios de comunicación le impusieron al país. Así, un Estado comunitario solo fue un intento fallido de anular los procesos organizativos de las comunidades afro, campesinas e indígenas y de imponer dos nomenclaturas alejadas de lo que consignado en la Carta política sobre el Estado Social de Derecho. Al respecto, Montoya Brand (2010) sostiene que “…la referencia caprichosa al ESD como EC y EO pareciera una expresión de la arbitrariedad presidencial y, como consecuencia, una manifestación de personalismo que desde luego rompe con la literalidad y los contenidos de la Carta”. Insiste Montoya: “en todo lo anterior se sigue que la redefinición discursiva del tipo estatal mediante una denominación que no figura en la Constitución Política de 1991 sugiere prácticas personalizadas de mutación constitucional, tales como si, por decisión de quien gobierna, se hablase en adelante de primer ministro o de monarca en lugar de presidente”.

En cuanto al registro del Embrujo Autoritario, de manera maliciosa el 1087985 desestima el trabajo académico de la Plataforma Colombiana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo, justamente porque asumieron el rol vigilante y crítico que la gran prensa abandonó, para plegarse, por miedo o convicción, al unanimismo ideológico que Uribe Vélez orientó, basado en la relación amigo-enemigo que tantos réditos político-militares le dieron a él y a su política de seguridad democrática.

Alude también al tema de la reelección presidencial inmediata. Dice Uribe Vélez que “la Comisión engaña a las nuevas generaciones con el tema de la reelección. Antes de la Constitución de 1991 se permitía la reelección presidencial con período de por medio. Cuando asumí avanzaba un proyecto para revivirla y finalmente se aprobó el que permitió mi reelección”. Nuevamente calla sobre hechos que le restaron legitimidad al proyecto reeleccionista. Por ejemplo, a la compra de los votos de los congresistas Yidis Medina y Teodolindo Avendaño. Además, de las malas prácticas en el trámite al interior del Congreso del proyecto reeleccionista que buscaba su tercer mandato. Anomalías que el magistrado Humberto Sierra Porto supo detallar en su ponencia negativa.

Y en cuanto a los paramilitares, en su versión, Uribe señala que “la Corte Suprema eliminó la sedición para los paramilitares. Expresé mi desacuerdo con el delito político, atenuante de responsabilidad penal, que no debería existir en países libres como el nuestro. Lo incluimos en la ley de Justicia, Paz y Reparación para aprovechar que su presencia en el Ordenamiento Jurídico facilitara la desmovilización de miles de integrantes de los grupos criminales. La Corte Suprema, en una sentencia lo aceptó para la guerrilla y lo negó para los paramilitares. Adujo que estos últimos carecían del propósito de cambio del sistema económico. Alegué, inútilmente, que unos y otros expresaban motivaciones ideológicas, y que ambos tenían el elemento común de la gravedad de los hechos y de la capacidad de interferir al Estado de Derecho”.

Su molestia por el no reconocimiento político a los paramilitares, a partir del reconocimiento del delito de sedición, está fundada en las simpatías que su proyecto político neoliberal y autoritario originó en las huestes paramilitares de donde salieron los apoyos electorales que finalmente lo llevaron a la presidencia, por conducto de los políticos que firmaron los pactos de Ralito, Chivolo y Santafé de Ralito.



Imagen tomada de Semana.com

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