Por Germán Ayala Osorio
La defensa indeclinable que de las
fuerzas armadas hace Álvaro Uribe Vélez se explica no solo por haberse
desempeñado como su comandante supremo entre 2002 y 2010, sino por el carácter
militarista, recio, violento y autoritario con el que conquistó a millones de
colombianos. En su respuesta al informe de la Comisión de la Verdad, dice lo
siguiente: “los integrantes de nuestras
Fuerzas Armadas no han sido beneficiarios de mantos de
impunidad, al contrario, han sido condenados por hechos delictivos”.
¿Cómo entender el sentido de dicha frase? Podría pensarse que el 1087985
aspira, en el fondo de su alma, a que sus defendidos reciban el manto de
impunidad que, según él, recibieron ya los miembros de la extinta guerrilla de
las Farc-Ep. El asunto aquí es que Uribe
asume la impunidad como un tipo de beneficio que solo podrían recibir quienes
han servido a la patria. Nuevamente miente el expresidente antioqueño, pues hay
cientos de oficiales de alta graduación que al comparecer ante la JEP, están de
vuelta en sus hogares, a pesar de haber sido condenados a largas penas de
prisión.
Insiste el expresidente y sub judice
ciudadano que las fuerzas armadas “también
han sido víctimas de acusaciones, muchas veces injustas, provenientes de organizaciones ideológicas, y
del sesgo contra la institución. Entre 2002 y 2010 hicimos todo el esfuerzo
para que existiera afecto y respeto por nuestros militares y policías, en una
nación que ha sufrido tantos golpes de innumerables grupos violentos y que
requiere consolidar el monopolio institucional de las armas”.
Estamos, sin duda, ante un fanático defensor de las tropas oficiales y un
particular weberiano, pues su objetivo de garantizar el “monopolio legítimo de
la fuerza o de la violencia” llevó a las propias tropas a operar de la mano de
las estructuras paramilitares, no como parte de un proyecto contrainsurgente,
sino como parte del proyecto político, económico y social con el que se buscó
afectar y violar los derechos civiles y territoriales de comunidades
campesinas, negras e indígenas, asumidas como indeseables, por ganaderos,
latifundistas, palmicultores y azucareros, entre otros.
Volvamos al asunto del carácter
recio, violento, militarista y autoritario de Uribe Vélez. Hay que decir en
este punto que en el 2002 millones de colombianos votaron por un “padre
violento, pero amoroso” y por un “patriota
capaz de hacerse moler por Colombia” (punto 98 del Manifiesto Democrático),
de ahí que la irrupción en la vida política del país, después del fracaso de
los diálogos de paz del Caguán de este patriota, la asumieron esos
connacionales como si se tratara de la llegada del Mesías.
En el Manifiesto Democrático, también
conocido como los 100 puntos de Uribe, dejó registrada su idea moralizante del
Estado, pero también su inclinación a operar para todos como un padre de
familia, asociando esa pretensión a la operación del Estado. En el punto 24 de
dicho Manifiesto Democrático se lee que “el padre de familia que da mal ejemplo,
esparce la autoridad sobre sus hijos en un desierto estéril. Para controlar a los violentos, el Estado
tiene que dar ejemplo, derrotar la politiquería y la corrupción”. Y en
el punto 100 del mismo texto se lee: “aspiro
a ser Presidente sin vanidad de poder. La vida sabiamente la marchita con las
dificultades y atentados. Miro a mis
compatriotas hoy más con ojos de padre de familia que de político.
Aspiro a ser Presidente para jugarme los años que Dios me depare en la tarea de
ayudar a entregar una Nación mejor a quienes vienen detrás. No quiero morir con
la vergüenza de no dar hasta la última lucha para que mi generación pueda
tranquilamente esperar el juicio de la historia”. Al buscar ser un padre
para todos los colombianos, traspasó los límites que existen entre las esferas
de lo público- estatal y de lo privado, cuando les dijo a los jóvenes, “aguántense
el gustico” en alusión directa a las relaciones sexuales antes del matrimonio.
Así entonces, con el contra discurso
que Uribe y su secta-partido, el Centro Democrático le proponen al país, no
solo buscan deslegitimar el informe de la Comisión para el Esclarecimiento de
la Verdad, la Convivencia y la No Repetición (Comisión de la Verdad), sino
insistir en una idea de Estado Papá
que, con rejo en mano, corrija a quienes de manera caprichosa desviaron el
camino del bien y por lo tanto, deberán someterse al castigo previsto. En
algunos aspectos, esa inclinación de Uribe a que lo miren como un Padre deviene
con un carácter totémico del que habla Freud en su libro Tótem y tabú. Finalmente, Uribe termina exhibiendo el doble
rasero moral con el que siempre examinó las situaciones y los hechos en los que
estuvieron involucrados los militares y él mismo, como comandante supremo. El
Gran Capataz sigue atado al discurso moralizante y maniqueo que divide a los
seres humanos entre Buenos y Malos. En donde los primeros son todos aquellos
que defienden el régimen de poder, así este devenga criminal y sucio como el
colombiano; y los segundos, pues la
Izquierda y todos aquellos que busquen el desmonte del ilegítimo régimen de poder.
Esa visión maniquea le permite, entre otras cosas, ponerse en un plano moral
superior para criticar y desconocer las circunstancias objetivas y subjetivas
que legitimaron el levantamiento armado en los convulsos años 60.
Imagen tomada de Semana.com
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