domingo, 10 de septiembre de 2023

EL RELATO CON EL QUE URIBE CONFRONTA AL INFORME DE LA COMISIÓN DE LA VERDAD (IV)

 

Por Germán Ayala Osorio

 

La defensa indeclinable que de las fuerzas armadas hace Álvaro Uribe Vélez se explica no solo por haberse desempeñado como su comandante supremo entre 2002 y 2010, sino por el carácter militarista, recio, violento y autoritario con el que conquistó a millones de colombianos. En su respuesta al informe de la Comisión de la Verdad, dice lo siguiente: “los integrantes de nuestras Fuerzas Armadas no han sido beneficiarios de mantos de impunidad, al contrario, han sido condenados por hechos delictivos”. ¿Cómo entender el sentido de dicha frase? Podría pensarse que el 1087985 aspira, en el fondo de su alma, a que sus defendidos reciban el manto de impunidad que, según él, recibieron ya los miembros de la extinta guerrilla de las Farc-Ep. El asunto aquí  es que Uribe asume la impunidad como un tipo de beneficio que solo podrían recibir quienes han servido a la patria. Nuevamente miente el expresidente antioqueño, pues hay cientos de oficiales de alta graduación que al comparecer ante la JEP, están de vuelta en sus hogares, a pesar de haber sido condenados a largas penas de prisión.

Insiste el expresidente y sub judice ciudadano que las fuerzas armadas “también han sido víctimas de acusaciones, muchas veces injustas, provenientes de organizaciones ideológicas, y del sesgo contra la institución. Entre 2002 y 2010 hicimos todo el esfuerzo para que existiera afecto y respeto por nuestros militares y policías, en una nación que ha sufrido tantos golpes de innumerables grupos violentos y que requiere consolidar el monopolio institucional de las armas. Estamos, sin duda, ante un fanático defensor de las tropas oficiales y un particular weberiano, pues su objetivo de garantizar el “monopolio legítimo de la fuerza o de la violencia” llevó a las propias tropas a operar de la mano de las estructuras paramilitares, no como parte de un proyecto contrainsurgente, sino como parte del proyecto político, económico y social con el que se buscó afectar y violar los derechos civiles y territoriales de comunidades campesinas, negras e indígenas, asumidas como indeseables, por ganaderos, latifundistas, palmicultores y azucareros, entre otros.

Volvamos al asunto del carácter recio, violento, militarista y autoritario de Uribe Vélez. Hay que decir en este punto que en el 2002 millones de colombianos votaron por un “padre violento, pero amoroso” y por un “patriota capaz de hacerse moler por Colombia” (punto 98 del Manifiesto Democrático), de ahí que la irrupción en la vida política del país, después del fracaso de los diálogos de paz del Caguán de este patriota, la asumieron esos connacionales como si se tratara de la llegada del Mesías.

En el Manifiesto Democrático, también conocido como los 100 puntos de Uribe, dejó registrada su idea moralizante del Estado, pero también su inclinación a operar para todos como un padre de familia, asociando esa pretensión a la operación del Estado. En el punto 24 de dicho Manifiesto Democrático se lee que “el padre de familia que da mal ejemplo, esparce la autoridad sobre sus hijos en un desierto estéril. Para controlar a los violentos, el Estado tiene que dar ejemplo, derrotar la politiquería y la corrupción”. Y en el punto 100 del mismo texto se lee: “aspiro a ser Presidente sin vanidad de poder. La vida sabiamente la marchita con las dificultades y atentados. Miro a mis compatriotas hoy más con ojos de padre de familia que de político. Aspiro a ser Presidente para jugarme los años que Dios me depare en la tarea de ayudar a entregar una Nación mejor a quienes vienen detrás. No quiero morir con la vergüenza de no dar hasta la última lucha para que mi generación pueda tranquilamente esperar el juicio de la historia”. Al buscar ser un padre para todos los colombianos, traspasó los límites que existen entre las esferas de lo público- estatal y de lo privado, cuando les dijo a los jóvenes, “aguántense el gustico” en alusión directa a las relaciones sexuales antes del matrimonio.

Así entonces, con el contra discurso que Uribe y su secta-partido, el Centro Democrático le proponen al país, no solo buscan deslegitimar el informe de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición (Comisión de la Verdad), sino insistir en una idea de Estado Papá que, con rejo en mano, corrija a quienes de manera caprichosa desviaron el camino del bien y por lo tanto, deberán someterse al castigo previsto. En algunos aspectos, esa inclinación de Uribe a que lo miren como un Padre deviene con un carácter totémico del que habla Freud en su libro Tótem y tabú.  Finalmente, Uribe termina exhibiendo el doble rasero moral con el que siempre examinó las situaciones y los hechos en los que estuvieron involucrados los militares y él mismo, como comandante supremo. El Gran Capataz sigue atado al discurso moralizante y maniqueo que divide a los seres humanos entre Buenos y Malos. En donde los primeros son todos aquellos que defienden el régimen de poder, así este devenga criminal y sucio como el colombiano; y los segundos,  pues la Izquierda y todos aquellos que busquen el desmonte del ilegítimo régimen de poder. Esa visión maniquea le permite, entre otras cosas, ponerse en un plano moral superior para criticar y desconocer las circunstancias objetivas y subjetivas que legitimaron el levantamiento armado en los convulsos años 60.


Imagen tomada de Semana.com

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