Por Germán Ayala Osorio
Hay una conexión moral que hay
que hacer entre las acciones militares y prepolíticas realizadas tanto por el
M-19 en la toma, como por el Ejército en la retoma del Palacio de Justicia y
hechos posteriores como los falsos positivos y las sangrientas tomas guerrillas
a bases militares con los saldos ya conocidos por los colombianos.
Más allá de las grietas y
contradicciones de los relatos que dan cuenta de una verdad a medias sobre lo
ocurrido en la toma y retoma del Palacio de Justicia, hay una realidad
inobjetable: a los guerrilleros del M-19 y a los militares los unió en
ese escenario caótico el desprecio por la vida de los magistrados, empleados de
la cafetería y visitantes. Lo que vino después para el país
en materia de orden público fue la degradación moral de los combatientes,
legales e ilegales.
Si aceptamos el relato que indica
que el M-19 se tomó a sangre y fuego el Palacio de Justicia patrocinado con
dineros del asesino serial Pablo Escobar Gaviria, encontramos, más allá de la
veracidad y legitimidad de las fuentes consultadas, que ese contubernio con el
Cartel de Medellín explica con claridad la actitud inmoral y la contradicción
de la ética “revolucionaria” de los miembros del M-19. Aliarse con semejante
criminal es suficiente muestra de la degradación moral de la que aquí hablo.
Y si aceptamos la versión que
indica que el Ejército se aventuró a retomar el Palacio de Justicia para vengarse
del M-19 por el robo de las 5.000 armas
del cantón norte y la sustracción de la espada de Bolívar; y para desaparecer
los expedientes de las investigaciones que se adelantaban en contra de altos
oficiales por violaciones a los derechos humanos, entonces queda claro que la
retoma no fue una acción para “defender la democracia” y mucho menos para recuperar
a los magistrados secuestrados. Que los servicios de inteligencia del Estado y las
huestes castrenses conocieran que el M-19 estaba planeando el asalto al Palacio
de Justicia da cuenta del grado de desprecio por la vida de los magistrados. Los
procesos en contra de altos oficiales del Ejército venían desde el gobierno de
Turbay Ayala y la aplicación del violento Estatuto de Seguridad.
Luego del Holocausto del Palacio
de Justicia vinieron los sangrientos ataques a pueblos y a bases militares por
parte de otros grupos guerrilleros y los falsos positivos. Temerarias,
violentas y prepolíticas acciones que se conectan muy bien con los inmorales
hechos del Palacio de Justicia y la consecuente degradación moral de los
actores del conflicto armado interno. ¿Acaso no es inmoral asesinar civiles
inermes, ponerles camuflados y hacerlos pasar como “guerrilleros muertos en combates”?
¿Acaso no es inmoral someter a tratos degradantes a militares en campos de
concentración que las Farc construyeron? ¿O acaso no es inmoral lo sucedido con el magistrado Carlos Horacio Urán que salió vivo del Palacio de Justicia, luego el Ejército lo asesinó y apareció calcinado al interior del recinto?
La génesis de dicha degradación
moral está atada a los hechos de lo que se conoce como el Holocausto del
Palacio de Justicia, pero sobre todo a los efectos pasajeros de una tragedia
presentada como nacional por la prensa de la época, pero que apenas si logró
atrapar a las familias de los magistrados, de los guerrilleros, de los empleados
de la cafetería, de los visitantes y de las personas que el Ejército
desapareció.
Desde ese trágico momento, el desprecio por la vida, animado por la doctrina del enemigo interno, su extensión a todo lo que oliera a izquierda y la llegada de Petro al poder se convirtió en una constante en una sociedad como la colombiana que desprecia la paz, al tiempo que aplaude las soluciones armadas en las que no solo caen los combatientes ilegales, sino civiles inocentes. Para darle continuidad a ese sentimiento de desprecio por la vida hay precandidatos presidenciales y políticos que hablan de “destripar”, dar bala o balín a diestra y siniestra, e incluso de diseñar un segundo Plan Colombia.
Con los actos conmemorativos del Holocausto nos damos cuenta que somos buenos para rezar por las víctimas y exigir verdad y justicia, pero bastante "malitos" para mirarnos al espejo de la inmoralidad y la ética acomodaticia en el que todos los días nos miramos como sociedad premoderna e incivilizada.
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