domingo, 9 de noviembre de 2025

40 AÑOS DESPUÉS DEL HOLOCAUSTO DEL PALACIO DE JUSTICIA



Por Germán Ayala Osorio

 

Hay una conexión moral que hay que hacer entre las acciones militares y prepolíticas realizadas tanto por el M-19 en la toma, como por el Ejército en la retoma del Palacio de Justicia y hechos posteriores como los falsos positivos y las sangrientas tomas guerrillas a bases militares con los saldos ya conocidos por los colombianos.

Más allá de las grietas y contradicciones de los relatos que dan cuenta de una verdad a medias sobre lo ocurrido en la toma y retoma del Palacio de Justicia, hay una realidad inobjetable: a los guerrilleros del M-19 y a los militares los unió en ese escenario caótico el desprecio por la vida de los magistrados, empleados de la cafetería y visitantes. Lo que vino después para el país en materia de orden público fue la degradación moral de los combatientes, legales e ilegales.

Si aceptamos el relato que indica que el M-19 se tomó a sangre y fuego el Palacio de Justicia patrocinado con dineros del asesino serial Pablo Escobar Gaviria, encontramos, más allá de la veracidad y legitimidad de las fuentes consultadas, que ese contubernio con el Cartel de Medellín explica con claridad la actitud inmoral y la contradicción de la ética “revolucionaria” de los miembros del M-19. Aliarse con semejante criminal es suficiente muestra de la degradación moral de la que aquí hablo.

Y si aceptamos la versión que indica que el Ejército se aventuró a retomar el Palacio de Justicia para vengarse  del M-19 por el robo de las 5.000 armas del cantón norte y la sustracción de la espada de Bolívar; y para desaparecer los expedientes de las investigaciones que se adelantaban en contra de altos oficiales por violaciones a los derechos humanos, entonces queda claro que la retoma no fue una acción para “defender la democracia” y mucho menos para recuperar a los magistrados secuestrados. Que los servicios de inteligencia del Estado y las huestes castrenses conocieran que el M-19 estaba planeando el asalto al Palacio de Justicia da cuenta del grado de desprecio por la vida de los magistrados. Los procesos en contra de altos oficiales del Ejército venían desde el gobierno de Turbay Ayala y la aplicación del violento Estatuto de Seguridad.

Luego del Holocausto del Palacio de Justicia vinieron los sangrientos ataques a pueblos y a bases militares por parte de otros grupos guerrilleros y los falsos positivos. Temerarias, violentas y prepolíticas acciones que se conectan muy bien con los inmorales hechos del Palacio de Justicia y la consecuente degradación moral de los actores del conflicto armado interno. ¿Acaso no es inmoral asesinar civiles inermes, ponerles camuflados y hacerlos pasar como “guerrilleros muertos en combates”? ¿Acaso no es inmoral someter a tratos degradantes a militares en campos de concentración que las Farc construyeron? ¿O acaso no es inmoral lo sucedido con el magistrado Carlos Horacio Urán que salió vivo del Palacio de Justicia, luego el Ejército lo asesinó y apareció calcinado al interior del recinto?

La génesis de dicha degradación moral está atada a los hechos de lo que se conoce como el Holocausto del Palacio de Justicia, pero sobre todo a los efectos pasajeros de una tragedia presentada como nacional por la prensa de la época, pero que apenas si logró atrapar a las familias de los magistrados, de los guerrilleros, de los empleados de la cafetería, de los visitantes y de las personas que el Ejército desapareció.

Desde ese trágico momento, el desprecio por la vida, animado por la doctrina del enemigo interno, su extensión a todo lo que oliera a izquierda y la llegada de Petro al poder se convirtió en una constante en una sociedad como la colombiana que desprecia la paz, al tiempo que aplaude las soluciones armadas en las que no solo caen los combatientes ilegales, sino civiles inocentes. Para darle continuidad a ese sentimiento de desprecio por la vida hay precandidatos presidenciales y políticos que hablan de “destripar”, dar bala o balín a diestra y siniestra, e incluso de diseñar un segundo Plan Colombia. 

Con los actos conmemorativos del Holocausto nos damos cuenta que somos buenos para rezar por las víctimas y exigir verdad y justicia, pero bastante "malitos" para mirarnos al espejo de la inmoralidad y la ética acomodaticia en el que todos los días nos miramos como sociedad premoderna e incivilizada. 



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