sábado, 6 de diciembre de 2025

MILITARES Y GUERRILLEROS: ¿ENEMIGOS O SOCIOS?

 

Por Germán Ayala Osorio

 

El caso de las posibles relaciones del general Juan Miguel Huertas con las disidencias farianas de Iván Mordisco hace parte de una larga historia de probadas conexiones mafiosas entre oficiales, suboficiales y soldados con miembros de las “guerrillas”. Ya veremos si el alto oficial tuvo o no negocitos con los ilegales. Si se logra probar su responsabilidad en el ilícito, el presidente Petro deberá asumir la responsabilidad política por haberlo devuelto al servicio activo; así mismo, los líderes de la inteligencia y contrainteligencia deberán hacer lo propio por no haberle advertido al jefe del Estado de las andanzas del oficial durante su retiro.

Esos probados vínculos entre militares y “guerrilleros” confirman una incontrastable degradación moral al interior de las fuerzas militares en particular en el Ejército, fuerza sobre la que recae la lucha contra esas estructuras armadas ilegales agrupadas en la categoría enemigo interno” con la que se han justificado jurídica y políticamente procesos de paz como el de La Habana y feroces y sostenidos ataques para buscar su sometimiento o su eliminación física, durante la aplicación del Plan Colombia y la política de seguridad democrática.

Por supuesto que el envilecimiento y la inmoralidad también tocaron a las “guerrillas” que siempre se presentaron como “salvadores de la Patria y revolucionarios honestos”, cuando sus comandantes y mandos medios hacían negocios con militares, sus “eternos enemigos”.

A pesar de varias purgas ordenadas en anteriores gobiernos y las propias del presidente Petro, si el próximo gobierno le apuesta a reiniciar diálogos de paz con esas estructuras armadas ilegales tendrá que poner en la agenda y sobre la mesa la exposición de pasadas y presentes relaciones entabladas con miembros de las fuerzas armadas. No tiene sentido hablar de desmovilizaciones, curules, entrega de armas y procesos de justicia restaurativa mientras existan las tenebrosas conexiones comerciales entre subversivos y miembros de la fuerza pública.

Así las cosas, antes de reestablecer conversaciones de paz con el ELN o las disidencias de las disidencias, el próximo presidente de la República deberá liderar procesos de limpieza al interior del Ejército para evitar filtraciones, pero sobre todo frenar los negociados con los que pierden legitimidad social y política nomenclaturas como paz, diálogos y conflicto armado interno. Y como muestra de una real voluntad de paz, los comandantes “guerrilleros” estarán obligados a reconocer y entregar a quienes desde sus propias mesnadas andan en negocios con uniformados.

Sería importante también que desde la Casa de Nariño se ordene la tarea de exponer a quienes suelen llamarse los Señores de la Guerra, esto es, empresarios locales y empresas internacionales que de manera legal o ilegal obtienen millonarias ganancias de la extensión en el tiempo de las dinámicas de un “conflicto armado interno” que se degradó militar y políticamente, hasta convertirse en un escenario de mutuas conveniencias entre militares, guerrilleros, empresarios y políticos. Ya el país entendió que las señaladas “guerrillas” están más interesadas en sacar provecho de la minería, el contrabando y la comercialización de la cocaína, que en tomarse en serio los diálogos de paz e incluso, de hacerse con la Casa de Nariño. Para qué el poder político, si controlan rutas del narcotráfico,  amplios territorios, participan de las rentas de la minería, lavan dinero con la ayuda de agentes estatales a través de la ganadería extensiva, entre otras actividades. Al final, hay que preguntarles: ¿son enemigos o socios?

 




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