Por Germán Ayala Osorio
El video en el que Mauricio Martínez
Triana quema un muñeco alusivo a Petro, cuya cabeza está envuelta en la bandera
del M-19, y profiere amenazas de muerte contra el jefe del Estado, sirve de
ejemplo para entender que su conducta violenta hace parte de las circunstancias
culturales e históricas que por largos años nos han permitido odiarnos y matarnos
entre diferentes.
Baste con recordar los odios ideológicos
que llevaron a cientos de miles de conservadores y liberales, alentados por los
jefes de los dos partidos e incluso, por curas que convirtieron los púlpitos en
violentas tribunas políticas, para entender que las expresiones de odio en
contra del presidente de la República no surgen de la actual coyuntura política,
aunque sí se han exacerbado por su llegada a la Casa de Nariño como el primer mandatario
de izquierda.
Así entonces, dichas expresiones están
inexorablemente atadas a narrativas en las que lo que más se desprecia es el
argumento del otro, porque ese otro se asume de antemano como el enemigo y no
como un contradictor con el que es posible entablar una discusión o un diálogo
sobre la base del respeto y su reconocimiento como un interlocutor válido.
La irrupción de Petro y de la
izquierda como una opción de poder real tomó por sorpresa a una parte importante
de la sociedad que, acostumbrada a las maneras y sobre todo al ethos que la
derecha consolidó y naturalizó en su larga hegemonía manejando los asuntos del
Estado, hoy se siente incómoda, amenazada, inestable y retada por las propuestas
de cambio. Expresiones como “nos vamos a volver como Venezuela” o el “castrochavismo”
hacen parte de los miedos que la derecha, con el concurso de los medios masivos,
lograron inocular con motivo del plebiscito por la paz de octubre de 2016.
El pasado guerrillero de Gustavo
Petro contribuye en gran medida a que la histórica animadversión social hacia
las guerrillas se haga presente hoy en quienes comulgan con el discurso que
señala que el único problema que tuvo y tiene aún el país es la operación de
las guerrillas. Hay millones de colombianos incapaces de entender y comprender
el momento histórico en el que nacieron y se legitimaron las guerrillas en
Colombia y en América Latina. Si hubiesen comprendido esa compleja coyuntura, muy
seguramente habrían tomado distancia de las narrativas que la derecha construyó
para ocultar que la concentración de la tierra y de la riqueza en pocas manos,
la corrupción público-privada generada por los miembros de su élite, la captura
mafiosa del Estado lograda igualmente por unos pocos, de la mano de los partidos
políticos tradicionales y la aplicación a rajatabla de la doctrina neoliberal
constituyen los reales y más apremiantes problemas del país. Problemas que hoy el actual gobierno quiere
solucionar, en medio de un ambiente enrarecido y de notables errores cometidos
por quienes agitan la bandera del cambio.
La ojeriza contra el presidente
Petro también se tiene que explicar por la narrativa periodística que desde el
7 de agosto de 2022 está enfocada en generar miedo en una sociedad que cree a
pie juntillas en lo que publican los medios masivos hegemónicos. Las mentiras y
los tratamientos noticiosos maliciosos que medios como EL TIEMPO y SEMANA vienen
haciendo de las decisiones y actuaciones del actual gobierno son insumos que
terminan alimentando la malquerencia hacia el presidente de la República y contra
todos aquellos que creyeron y creen aún en el proyecto político progresista.
No podemos olvidar que el estallido
social de 2021 fue un claro escenario en el que como sociedad dejamos ver que
somos racistas, clasistas y profundamente intolerantes con el que piensa distinto,
en particular, con aquel que tiene ideas de izquierda.
En lugar de procesar al joven que
desea ver muerto al presidente Petro, propongo que se le conmine a leer varias
veces el clásico texto de Estanislao Zuleta, Elogio de la dificultad y otros
ensayos. Después de leerlo, quizás entienda que sus violentos deseos lo hacen
ver no como un ciudadano políticamente formado para vivir en sociedad, sino
como un salvaje con el que jamás será posible discutir y dialogar en torno a
unas ideas y argumentos. Si de todas maneras Martínez Triana resulta procesado, ojalá que el
juez, en su fallo condenatorio, lo mande a encerrar en una biblioteca pública
para que lea la historia de Colombia. Una biblioteca por cárcel, por tres meses, me parece una pena razonable.
Imagen tomada de EL UNIVERSAL