Por Germán Ayala Osorio
Está
por comenzar la COP28, otra gran cumbre climática que servirá para firmar
compromisos y buenas intenciones, mientras las crisis climáticas arrecian con
mayor fuerza. La reflexión que a continuación presento, la expuse durante la
COP26. Los asuntos o variables aquí expuestas están vigentes.
En
el marco de la cumbre ambiental COP26, nuevamente aparecen las promesas de los
asistentes de reducir las emisiones de CO2 y por ende, descarbonizar la
economía. Pero muy poco se habla de tres asuntos importantes de cara a
enfrentar los desafíos y los problemas que ya genera el cambio climático. Los
tres están interconectados. El primero, el consumo cotidiano de productos, en
particular de tecnología (celulares y vehículos, entre otros), el segundo, las
prácticas productivas ancladas a la obsolescencia programada y el tercero, y
quizás el más polémico, la reproducción humana.
Suena
complejo pensar en diseñar campañas pedagógicas a nivel mundial, conducentes a
que los millones de consumidores del mundo, por un momento, revisen los
impulsos que los llevan a querer cambiar cada dos años vehículos, televisores y
celulares, entre otras mercancías. Quizás si se hicieran más durables esos
equipos, entonces no habría la pulsión de quererlos cambiar antes de que la
obsolescencia programada les ponga fin o empiecen a presentar fallas en su
funcionamiento. Así, tanto el consumo enfermizo de mercancías, como la acción
intencional de fabricar equipos cuya vida útil ha sido programada por los
fabricantes que buscan sobrevivir en un mercado competitivo, son factores que
van de la mano y que deberían de hacer parte de la discusión en las cumbres
ambientales. En estas suelen asumirse compromisos macros, sin que estos
factores hagan parte de las responsabilidades que deben adjudicarse de manera
sincera los países desarrollados y los
que aún están, equivocadamente, buscando alcanzar esos niveles de desarrollo
(desarrollismo).
Sobre
el espinoso asunto de la reproducción humana poco se habla por cuanto el
sistema capitalista está montado sobre la garantía de que habrá nuevos ciudadanos-clientes,
es decir, nuevos agentes al servicio del sistema universal de dominación y
transformación de los ecosistemas que el ser humano viene consolidando desde
tiempos inmemoriales. Si lo que hoy afronta el mundo es una crisis
civilizatoria, como lo aseguran varios académicos, entonces lo que hay que
revisar a fondo es la condición humana, su presencia dominante, pero, sobre
todo, sus acciones depredadoras y altamente disruptivas, que la hacen ver como
una plaga incontrastable. La única capaz de modificar sustancialmente
estructuras reproductivas y de romper conexiones sistémicas. No es gratuito que
hoy se hable del Antropoceno, como la actual era geológica.
Aunque
se advierte un decrecimiento de la población y el consecuente envejecimiento en
varios países de Europa e incluso, en América Latina, en la India y varios países
africanos y la población de China, la población aumenta. Hay que pensar en detener
la paridera, para que el planeta descanse de una especie depredadora y dañina
como la especie humana. Somos perjudiciales y aviesos, de ahí la violencia
contra la naturaleza y nosotros mismos.
Lo
dicho por el secretario de la ONU, Antonio Guterres, debería de concitar
discusiones y reflexiones que conduzcan de verdad a revisar la fatal incidencia
de una especie que, como la humana, se jacta a diario de haber creado una vida
artificial que le ha permitido sobrellevar sus debilidades naturales(biológicas),
e imponerse sobre las otras especies, en el marco de acciones
conscientes-inconscientes de toma de distancia de la naturaleza y de una
histórica negación de su pertenencia a las complejas relaciones rizomáticas que
dan vida a eso que llamamos naturaleza.
Guterres señaló que “es el momento de decir basta. Basta de brutalizar la biodiversidad, basta de matarnos a nosotros mismos con carbono, basta de tratar a la naturaleza como una letrina (...) y de cavar nuestra propia tumba". A pesar de la fuerza semántica, lo dicho por el funcionario de la ONU solo quedará en los registros periodísticos. Y es así, por cuanto hay una inercia civilizatoria que el ser humano ya no maneja y no puede controlar. De esa inercia civilizatoria hacen parte el mercado, el consumo, la reproducción humana y el sistema capitalista. A esos tres factores o elementos hay que sumarle dos más: de un lado, la ciega confianza en que la tecnología servirá para mitigar y enfrentar los problemas generados por las crisis climáticas. Del otro lado, la aspiración de vivir en escenarios tan artificiales, que ya pueda hablarse y situarse en un mundo postnaturaleza. Y para ello, necesitará avanzar en la consolidación de un poshumanismo, lo que nos conducirá, muy seguramente, al nacimiento de un nuevo ser (poshumano) no solo capaz de sobrevivir en medio de difíciles condiciones atmosféricas, sino alejado de cualquier preocupación o angustia ética y moral, por aquellos que no alcanzaron a crear aquellos escenarios alta y tecnológicamente artificiales que les garanticen vivir en condiciones de seguridad y dignidad. Mientras se toma consciencia, la especie humana seguirá convirtiendo el planeta en una maloliente letrina, en un basurero de carros, motos, celulares, llantas, lavadoras e impresoras, entre otras tantas mercancías, sin asumir que se convirtió en una peligrosa plaga.
Sin
duda alguna,
Imagen tomada de Canal 1.