Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social-periodista y politólogo
Después de firmado el Acuerdo de Paz en
La Habana, los posteriores escenarios electorales seguirán girando en torno al
proceso de implementación de lo que se acordó en Cuba entre las antiguas
Farc-Ep y el Estado colombiano, durante la administración de Juan Manuel Santos
Calderón (2010-2018). Ya hace parte del pasado la desastrosa e indolente
administración de Duque-Uribe (2018-2022), que transcurrió en medio de la
pandemia del Covid 19, el asesinato sistemático de líderes sociales,
ambientalistas, reclamantes de tierras, indígenas, campesinos y firmantes de la
paz. Y el gobierno de Gustavo Petro apenas lleva un año y unos meses.
Son cientos de miles las víctimas que
deja el desinterés de Iván Duque Márquez de proteger a quienes estuvieron en
disímiles territorios y desde diversos roles, jugándosela por consolidar la soñada
paz estable y duradera. Esa apatía gubernamental hizo parte del objetivo
trazado por el Centro Democrático, de “hacer
trizas ese maldito papel que llaman el Acuerdo de Paz”. Y lo hicieron, al generar
condiciones de inseguridad e incertidumbre en el campesinado que reclama
tierras y se la juega por la sustitución de los cultivos de uso ilícito, así
como en los firmantes y comparecientes a la Jurisdicción Especial de Paz (JEP)
y sus familias. A esto se suman variadas maniobras administrativas y técnicas
para impedir el buen desarrollo de la implementación, los ataques del Ejecutivo
y de la Fiscalía General de la Nación a la JEP y el total desinterés del
gobierno central por generar un ambiente de reconciliación y de aceptación de
lo firmado en Cuba.
Si bien la consolidación de la paz, tal
y como fue concebida en La Habana fue un tema importante para la campaña de
2022, ya emerge otro asunto que no es de menor peso. Y esa cuestión o asunto
tiene que ver con la profunda crisis por la que atraviesan los partidos
políticos, a la que se suma la falta de carácter, la pobre credibilidad y el
débil liderazgo de quienes ya se asoman a la arena electoral, para presentar
sus nombres al electorado en el 2026. El aterrizaje del apocado, ladino e
intrascendente de Iván Duque al Solio de Bolívar, y sus débiles intenciones y
acciones políticas, son fruto de lo que aquí llamo un Titerazgo, que no es otra cosa que el actuar manipulado y controlado
que aceptó Iván Duque desde el preciso momento en que consintió ser manejado y
manoseado por Uribe Vélez. Así entonces, en el escenario electoral de 2026
veremos los movimientos de un péndulo que se mueve entre mantener y extender en
el tiempo el Titerazgo o el surgimiento
de unos nuevos líderes políticos o políticos de verdad, que sepan hacer
coaliciones con los sectores tradicionales del Régimen de poder y sobre todo,
que tengan un proyecto de país que no solo asegure la implementación del
Acuerdo de Paz, sino la recuperación económica y el mejoramiento de las
condiciones de vida de millones de colombianos que por cuenta de la Pandemia y de
las equivocadas decisiones adoptadas por Duque en materia de política económica,
perdieron el empleo y se acercaron a niveles de pobreza absoluta.
En las pasadas elecciones presidenciales
vimos a Rodolfo Hernández cumplir el rol de títere del uribismo y de la
godarria colombiana. También estuvo dispuesto a lo mismo Federico Gutiérrez,
alias Fico, el ungido de Uribe Vélez. Y en ese movimiento pendular de 2022
también estuvo Sergio Fajardo Valderrama, quien quiso ser el muñeco cuyos hilos
los manejara Uribe Vélez y el GEA.
Si bien el Titerazgo se inaugura con Duque, ello no quiere decir que la
práctica sea nueva. No. Por supuesto que la historia política colombiana está
colmada de ejemplos de Titerazgos,
pues los candidatos presidenciales, en su gran mayoría, suelen ser las
marionetas de los banqueros, empresarios y militares, que, en cofradía,
terminan por apoyar económica, política y militarmente a quienes se comprometan
a mantener las condiciones internas y las correlaciones de fuerza al interior
del Establecimiento.
Ya veremos en el 2026 quiénes querrán
parecerse al fatuo e infantil de Iván Duque, el más grande y visible títere que
el régimen de poder (el uribismo) impuso. Lo que no contaban es que el muñeco
les salió defectuoso y resultó ser un fiasco total. ¿Se cuidará el uribismo y
la derecha de equivocarse llevando a la Casa de Nariño a otro títere?
Imagen tomada de Youtube