miércoles, 18 de octubre de 2023

METRO DE BOGOTÁ Y CONCEPCIÓN DE ESTADO

 

 

Por Germán Ayala Osorio

 

En las discusiones sobre si el Metro de Bogotá debe ser elevado o subterráneo aparecen asuntos técnicos, presupuestales y por supuesto, políticos, que no necesariamente se reducen a un conflicto de egos, aunque está ahí la disputa entre la alcaldesa Claudia López Hernández y el presidente de la República, Gustavo Petro Urrego.  En los elementos que corresponden al ámbito de la política,  los medios de comunicación se encargan, hábilmente, de soslayar un factor de fondo que no lo contemplan quienes le vienen apostando a someter la operación del Metro, a las lógicas y dinámicas de Transmilenio: el sentido de lo colectivo, del bien común.

Este factor de lo colectivo o del bien común deviene problemático para quienes están interesados en hacer operar el Estado (local, distrital, regional o nacional) únicamente desde los intereses privados y corporativos. Es decir, favorecer económicamente a unos cuantos, en detrimento de las aspiraciones de millones de habitantes y del sentido de lo colectivo que debería arropar el funcionamiento del Estado.

Con la llegada de Petro al poder, este y sus más cercanos colaboradores, tienen la idea de que es posible revertir más de 30 años de operación de un Estado privatizado en su espíritu y accionar, en particular cuando participa de grandes obras de infraestructura. Es posible hacer un breve listado de obras civiles y de negocios que, inspirados en un Estado capturado por mafias políticas (familias y clanes), naturalizaron que en lugar de beneficiar a las grandes mayorías, dichas obras deben, per se, favorecer los intereses de unas cuantas familias: la Ruta del Sol, el manejo de las basuras en Bogotá antes de que llegara el alcalde Petro a tocar esos intereses y las concesiones viales y los altísimos costos de los peajes.

Mientras se siga asumiendo que lo mejor para el país es mantener los altos niveles de captura y privatización del Estado, las actuales obras y las que vendrán en lo consecutivo, seguirán beneficiando a unos pocos, aunque aparentemente parezca que mejorarán la calidad de vida de los colombianos. Los casos de Transmilenio y el Mío, en Cali, y los otros sistemas puestos en marchas en otras ciudades, entran dentro de esa condición. Haber condenado a los capitalinos a los buses articulados, por el capricho y los intereses, individuales y corporativos de Enrique Peñalosa, sirve de ejemplo para explicar la negativa concepción del Estado que tuvo y que defiende aún este ladino vendedor de buses; los mismos que defendió Claudia López Hernández y los que defenderán Galán y Oviedo, si uno de ellos llega al Palacio Liévano.

Así, las diferencias técnicas y presupuestales alrededor de obras civiles de gran calado como la construcción del Metro para Bogotá o de vías 4 y 5G tienen en la concepción de Estado a su fuente principal y tema de discusión que hoy las empresas mediáticas y los amigos del Metro elevado de Bogotá evitan dar, justamente, porque su ethos no les permite reconocer en el Estado a un actor político definitivo para generar condiciones de bienestar para todos, incluidos los particulares, siempre y cuando se dejen de lado la mezquindad y los acuerdos establecidos entre mafias políticas y firmas constructoras.

Quizás esté lejano el día aquel en que todos los colombianos entendamos que continuar operando el Estado colombiano de la manera como se viene haciendo, solo sirve para dividirnos más y por esa vía, consolidar el individualismo, el “cvy”, el ethos mafioso y por supuesto, altos niveles de insatisfacción social.



Imagen tomada de la Empresa Metro

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