jueves, 12 de octubre de 2023

NO APRENDIMOS LA LECCIÓN

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Los ataques de Hamas y la vengativa y brutal respuesta del ejército israelí confirman que el espíritu terrorista es compartido por el grupo extremista palestino y por el Estado de Israel. Sin ambages, hay que condenar ambas acciones.

Los apoyos mediáticos, políticos y sociales a la reacción temeraria de Israel sirven también para pensar que cientos de miles de miles colombianos, a pesar de los 50 años de conflicto armado interno, no aprendieron la lección humanitaria que señala que antes de brindar apoyo a los guerreros, lo que se debe hacer como pueblo civilizado es poner el foco en las víctimas que producen los bandos enfrentados. La atención siempre habrá que ponerla en quienes sufren, en particular en las mujeres y los niños, porque al final de las guerras todos son perdedores, hasta aquellos que vitorean una pírrica victoria militar, frente a la pérdida de humanidad. ¿De qué sirve una medalla manchada de sangre?

En las lecturas ideológicas y políticas que de los hechos bélicos protagonizados por estas dos fuerzas se vienen haciendo en Colombia, afloran actitudes de irrestricto respaldo a la actitud vindicativa asumida por el Estado de Israel, legitimada por el “derecho a defenderse” del ataque artero de Hamas; de otro lado, otros validan sin crítica alguna, la incursión armada del grupo extremista palestino. Es decir, en esas dos miradas no hay lugar para pensar en las víctimas civiles, en las mujeres y menores secuestrados y en el fuego exterminador que movió a Hamas y a Israel al momento de ejercer el “derecho de atacar” al otro, por motivaciones históricas que comprometen la seriedad de la ONU y del Consejo de Seguridad y a la inteligencia de los seres humanos, especie que hace rato convirtió al planeta en un sideral matadero.

La imagen de la bandera israelí proyectada en la fachada del Movistar Arena da cuenta de la lectura parcializada de la historia y de los lamentables hechos que hoy ocupan la atención del mundo. Y no se trata de, en un pretendido equilibrio, de exigir que se haga lo mismo con la de Palestina, para saldar las diferencias. No. Ambos “trapos” simbolizan la degradación moral y el envilecimiento por razones étnico-territoriales y religiosas. Así Hamas no sea el “ejército oficial” de Palestina, sus líderes agitan esa bandera dando a entender que sus acciones armadas devienen legitimadas por el sufrido pueblo palestino, cuando no es así.

Desconozco quién dio la orden de proyectar la bandera de Israel en la fachada del imponente recinto. Hubiera sido más sensato e inteligente exponer un llamado a parar las hostilidades y ponerse del lado de las víctimas que vienen dejando los guerreros de Hamas y del ejército israelí, que solo saben cumplir órdenes, así estas los conviertan, al final de la historia, en simples asesinos.

Pienso que la guerra es el escenario perfecto para la estupidez humana. Por ello siempre estará presente entre nosotros. Hamas y la tropa israelita lo vienen demostrando a través de su larga disputa. De la misma manera, los militares, paramilitares y guerrilleros colombianos, trenzados en una guerra fratricida que parece no tener fin, llevan 50 años probándonos que hacemos parte de la más aviesa especie que jamás se posó en este planeta. Por todo lo anterior, no hay, ni habrá lugar seguro en el mundo mientras exista el ser humano.

Insisto: los colombianos que defienden a rabiar al grupo Hamas y otros que hacen lo propio con el Ejército israelí, no aprendieron la lección humanitaria que de los más de 50 años de guerra interna en nuestro país debemos sacar con el objetivo de convertirnos en un pueblo, en una sociedad que valore la condición civil, por encima de los guerreros y de quienes, desde perfumadas oficinas, dan las órdenes de atacar. Estoy convencido, como civil que soy, que todo ser humano en armas, sin importar la causa que defienda y de quién escriba la historia, es un potencial asesino o uno ya consumado.

Por todo lo anterior, las sotanas, crucifijos y la bota militar deben, y por seguridad, estar confinadas en abadías y cuarteles, en un eterno invierno.




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