sábado, 16 de diciembre de 2023

REGIONES DE LA PAZ TOTAL

 

Por Germán Ayala Osorio

 

El gobierno de Gustavo Petro radicó ayer el proyecto de ley a través del cual se modificará la ley de Orden Público, para darle sustento jurídico-político y un carácter estatal a la maximalista idea de la Paz Total. De la propuesta se destaca el establecimiento de “Regiones de Paz”, lo que implica la descentralización del poder que recae en el Presidente de la República, como máximo responsable del orden público. Aunque se niega la posibilidad de declarar zonas de distensión o despeje para procesos de desmovilización y desarme de estructuras delincuenciales, con o sin estatus político, en la práctica podría volverse a esa figura al momento en que un grupo armado ilegal lo plantee. Incluso, es posible que tácitamente, ante un pacto de cese bilateral o multilateral al fuego, ciertas  zonas de las regiones de paz puedan operar bajo esa condición, sin que así sea declarada.

La apuesta de la Paz Total de la actual administración es arriesgada por cuanto hay municipios PDET y otros que hacen parte de las Zomac, con presencia narco paramilitar y guerrillera. Dichos grupos cuentan con el control político y financiero de dependencias de las alcaldías o incluso, de toda la administración local. Es decir, podrían esos esfuerzos de pacificación por la vía dialogada, terminar en acuerdos que si bien servirán para mejorar las condiciones de vida de la población civil, estarían fundados en la legitimación de las actividades ilegales. Por lo anterior, es importante que antes de que sean declaradas esas “regiones de paz”, se inicie desde ya un proceso de consolidación estatal, basado no solo en la presencia armada y legítima del Estado, sino en lo que tiene que ver con actividades propias de la administración pública, conducentes a identificar las redes y los mecanismos de captura de las instituciones oficiales. De igual manera, lograr que el Estado se gane la confianza de la población civil y sus miembros comprendan que a la larga es mejor someterse a la autoridad estatal y no a la que ejercen los actores ilegales.

Insisto, no puede caerse en la trampa de pacificar regiones sobre la base de extender en el tiempo viejos procesos de captura del Estado, por parte de grupos armados ilegales, con la anuencia de las élites locales que guardan de tiempo atrás perniciosas relaciones, en particular con estructuras paramilitares.  

De la mano de esos esfuerzos, el Estado, de la mano de la Academia, podrían adelantar procesos de intervención social y económica que permitan reconocer los factores generadores de violencia, cuyas lógicas puedan ser revisadas y revertidas. Hablo en particular de modelos de desarrollo y de los aparatos productivos locales y regionales que alimentan de alguna manera las expresiones de violencia armada, por cuanto no aquellos no responden de manera adecuada a las expectativas de vida de los habitantes.

El carácter transversal con el que se plantea la modificación a la ley de Orden Público exigirá de todas las dependencias del Estado, de los partidos políticos, del aparato judicial y de agentes de la sociedad civil un particular comportamiento, caracterizado no solo por la eficacia y la eficiencia en solucionar problemas urgentes de la vida societal, sino por el convencimiento de los funcionarios públicos de que es el Estado y nadie más, la figura responsable de guiar la vida de sus asociados, en esos territorios asumidos bajo la estrategia PDET y los que hacen parte de las zonas más afectadas por el conflicto (Zomac).

Ya veremos cómo pasa la propuesta en su trámite por el Congreso de la República. Mientras tanto, hay que estar atentos a las acciones que ya están emprendiendo las fuerzas legales e ilegales simpatizantes con el uribismo, cuyo objetivo es desestabilizar las regiones que mañana serán consideradas dentro de las regiones de paz.

 

Adenda: el proyecto de ley contempla la transformación del servicio militar obligatorio en un servicio social- ambiental. Aplausos. Debe ponerse fin a la exigencia y expedición de la libreta militar, documento que en muchas ocasiones impide la contratación de los jóvenes.

¿PAZ TOTAL, PAZ SIN APELLIDOS O DEJAMOS EN PAZ EL CONCEPTO?

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Nos ha sido tan esquiva la construcción de la paz, que su enunciación genera sospechas en quienes se atreven a pronunciarla, a prometerla o simplemente a anhelarla, pues a pesar de las dinámicas del conflicto armado interno y de las múltiples expresiones y formas de violencia, aún, de acuerdo con los testimonios de propios y extraños, Colombia es un “buen vividero”.

En la ceremonia de posesión el 7 de agosto de 2022,  Gustavo Petro habló de paz a secas, sin apellido y de su compromiso indeclinable de avanzar en la implementación del acuerdo de paz de La Habana. Pasaron los días y en su primera alocución presidencial, ocurrida  el 14 de septiembre, Petro habló de la Paz Total.

Hay que decir que ese concepto de Paz Total no solo deviene con un inconveniente carácter maximalista, sino que ha sido criticado por Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo, los artífices del proceso de negociación con las Farc-Ep que derivó en la firma del fin del conflicto entre el Estado y esa guerrilla.

La vida, al parecer corta, de esa noción de la paz concita toda suerte de dudas y comentarios alrededor de las lecturas que de las múltiples formas de violencias que se expresan en Colombia, vienen haciendo el Comisionado de Paz, Danilo Rueda y el canciller Álvaro Leyva Durán. Es posible que haya un corto circuito entre las ideas que cada uno de los funcionarios traen en pro de construir la paz en Colombia, y las que el propio Petro arrastra, en virtud de su pasado en el M-19 y las que les surgieron de los debates que como congresista hizo sobre el fenómeno paramilitar y la penetración paramilitar en el Estado y la captura mafiosa que esa organización ilegal hizo del DAS, entre otras entidades estatales.

Este 15 de octubre, en Cali, el presidente Gustavo Petro, al instalar mesas y el diálogo regional en la Universidad del Valle (sede Meléndez) volvió a hablar de paz, pero lo hizo con un cambio de orientación que bien podría confirmar que hay un corto circuito entre él y sus funcionarios en torno al concepto de Paz y los caminos institucionales para alcanzarla; o simplemente se trata de ajustes a un concepto que, en razón del conflicto armado, quedó atrapado en la dimensión del poder político, alejándolo de la dimensión social en la que el concepto se transforma o se expresa en términos de convivencia y  de la resolución pacífica de los conflictos y de las diferencias.

Textualmente el presidente Petro dijo lo siguiente: “Es un diseño que, si nos va bien, podría conducir de la mano del comisionado de Paz, Danilo Rueda, en medio de la movilización popular y haciendo del territorio una conquista de las decisiones de la gente misma, la mal llamada, en mi opinión, ‘paz total’. Lo que queremos es la paz sin apellido”.

No se puede desconocer que se trata de un bandazo presidencial en torno al manoseado concepto, a quien el propio mandatario le puso el apellido Total. Invención o no de Petro o de Leyva Durán, el ajuste conceptual deja entrever la enorme dificultad que como sociedad arrastramos para pensar y lograr vivir en paz, en medio de un conflicto armado interno que terminó eclipsando problemas de convivencia vistos por sucesivos gobiernos que creyeron que para alcanzar la paz solo había dos caminos: insistir en eliminar militarmente a las guerrillas o dialogar con los líderes de esas estructuras armadas para cederles algo de poder (con la entrega de curules y proyectos productivos), sin cambiar de fondo las co-relaciones de fuerza y las circunstancias en las que cómodamente viene operando el régimen de poder de la mano de una élite corrupta, mafiosa y violenta.

Lámase Paz Total o simplemente Paz (sin apellido), en lo único que se mantiene firme Petro es en la estrategia: los diálogos regionales y la participación de la ciudadanía.   Dijo Petro que “estos diálogos regionales que hemos convocado quieren también convocar a quienes, estando armados, puedan participar del diseño colectivo de su territorio; puedan saber que el que mandan en ese territorio no es el fusil, no es la violencia, no es la masacre, sino que es el pueblo”.

La estrategia no deja de ser interesante, retadora, exigente y al final, desgastante, porque implica la aparición de líderes y lideresas capaces de pensarse sus territorios, bajo la amenaza de grupos armados envilecidos por variadas actividades ilegales (narcotráfico, secuestros extorsivos, sicariato y contrabando).

Creo que necesario diferenciar en esos diálogos regionales, aquellos territorios en los que la institucionalidad estatal históricamente ha sido débil, lo que dio oportunidad para que irrumpieran toda suerte de actores para institucionales que terminaron regulando las relaciones sociales, económicas y políticas. Al final, remplazaron el Estado. Allí pueden brotar interesantes ideas de Paz Territorial con enfoques comunitarios gracias a la presencia de comunidades campesinas, indígenas y afros. Pero hay espacios urbanos, en ciudades como Cali y Medellín, en los que la paz como anhelo está circunscrito a la superación de conflictos y problemas entre vecinos, prácticas y  expresiones racistas o clasistas, así como la ocupación y el goce del espacio público, entre otros. En esos espacios, la noción de paz debe presentarse en forma de convivencia social.

Quizás cuando aprendamos a resolver nuestras diferencias y tramitar los “conflictos menores”, llamados así desde las lógicas del poder político central, entonces estemos preparados para conectar la paz política que se asocia a las negociaciones del Estado con los grupos guerrilleros, con el diario vivir de millones de colombianos que no pueden vivir en paz porque no existen las condiciones ambientales y económicas para hacerlo.

Quizás Gustavo Petro se dio cuenta de que al hablar de Paz Total generaba enormes expectativas que no podrá cumplir en cuatro años. Es posible que también le hayan dicho que ponerle apellidos a la paz, como lo hizo Iván Duque Márquez, cuando habló de Paz con Legalidad, lo iba a llevar por caminos contradictorios y confusos.

Lo cierto es que pacificar el país, a través del sometimiento de todas las estructuras armadas, con o sin estatus político, es una apuesta ambiciosa que no se agota en las buenas intenciones de unos y otros. Por el contrario, necesitará de esfuerzos mayúsculos por superar lo que es hoy la realidad social, política y económica que genera violencia: en Colombia, el Estado, con todo y su sistema político, de tiempo atrás viene siendo operado por una élite criminal, mafiosa y corrupta a la que no le conviene que se hable de Paz, porque, justamente, han sabido conectarse y apropiarse inclusive, de las oportunidades de negocio que los conflictos armados abren: venta y comercialización de armas, control de rutas del narcotráfico y el mantenimiento de la onerosa y fracasada  guerra contra las drogas.

Mientras Petro intenta re-orientar la operación del Estado, quizás es tiempo de dejar de manosear el concepto de paz, pues de tanto hacerlo, se va vaciando de sentido por el cansancio que produce estar hablando cada cierto tiempo de la instalación de mesas de diálogo con quienes poco o nada han aportado al mejoramiento de la calidad de vida de millones de colombianos. 



Imagen de Youtube

LA PAZ CON EL ELN: ÚLTIMA OPORTUNIDAD

 

Por Germán Ayala Osorio

 

El gobierno de Gustavo Petro anuncia que en pocos días se retomarán las conversaciones de paz con el ELN, suspendidas durante la administración de Iván Duque Márquez. La reinstalación de la mesa se da en el marco de la búsqueda quimérica de la “Paz Total” y deberá entenderse como la última oportunidad para la agrupación guerrillera, cuyos comandantes, concentrados en el Comando Central (Coce), se caracterizan por asumir férreas posturas políticas que terminan entorpeciendo la posibilidad de poner fin al conflicto armado que sostienen con el Estado desde hace más de 50 años.

En particular, el comandante Antonio García figura como uno de los más difíciles negociadores. Recientemente, en su cuenta de twitter dijo lo siguiente: “El ELN hemos señalado varios temas críticos que no compartimos y los hemos interrogado: 1) La "paz total", 2) el Cese el fuego multilateral", 3) sigue el mismo esquema de desmovilización y todo siga lo mismo, 4) la participación de la sociedad no puede ser en "modo exprés". Los cambios que aporten a la justicia social y a democratizar el país, son el camino hacia la paz. Jamás al revés. Todos estos interrogantes siguen en las mentes de los elenos”.

La dirigencia del ELN exhibe un discurso maximalista en torno a la paz, que implica encontrar soluciones inmediatas a estructurales e históricos problemas como la pobreza y el cerramiento democrático. En la metodología planteada dentro de la negociación adelantada con el gobierno de Juan Manuel Santos,  la condición de mediador del ELN estaba al servicio de encontrar soluciones inmediatas a los problemas que llevaran a la mesa los representantes de la sociedad civil.

Insisto en que los del ELN parecen ubicarse en un plano moral superior que hace compleja cualquier intento de negociación. En lugar de pensar en la posibilidad de aportar a la democratización del país y la anhelada justicia social haciendo parte del Estado, a los elenos les parece más lógico insistir en la guerra, que reinsertarse y luchar dentro de la institucionalidad. La llegada al poder político del compañero de aventura revolucionaria, Gustavo Petro, bien debería de animarlos a abandonar las armas y construir el país que sueñan desde la legalidad. Quizás en lo expuesto por Antonio García esté el mayor obstáculo a vencer en este nuevo intento de ponerle fin al conflicto armado.

Mientras se afinan los detalles para la reinstalación de la mesa, hay que destacar la participación de José Félix Lafaurie como miembro negociador. El ganadero y latifundista llega en nombre de Fedegan, uno de los agentes de la sociedad civil comprometido con las dinámicas del conflicto armado interno. De acuerdo con el exgobernador de Córdoba, Benito Osorio, Lafaurie apoyó a grupos paramilitares. Estos señalamientos, sin embargo, no impidieron al presidente Petro invitarlo a hacer parte de la nueva mesa de diálogo. Esperemos que para los comandantes del Coce no sea una razón para detener el reinicio de las conversaciones de paz. La participación en los diálogos de paz del líder gremial y esposo de la congresista de derecha, María Fernanda Cabal tiene un especial significado político por cuanto expresa la apertura política e ideológica del presidente Gustavo Petro, en el entendido de que la paz total se construye con todos los actores que participan de manera directa o indirecta del conflicto armado.

Veremos en qué queda este nuevo intento de consolidar la paz en Colombia. Por lo menos, el gobierno de Petro no desprecia al ELN como actor armado, como sí lo hizo el entonces presidente Santos, al minimizar los alcances de esta agrupación guerrillera, al comparar su estructura armada con la que exhibían las Farc-Ep, al momento de la firma del fin del conflicto que se produjo en La Habana (Cuba).

Si se fracasa por culpa de la postura maximalista de los elenos, el país deberá entender que la dirigencia del ELN se quedó anclada en la  aventura revolucionaria de los años 60, lo que los convierte en una guerrilla anacrónica e incapaz de leer en perspectiva de cambio, lo que significa que hoy un exguerrillero esté sentado en la Casa de Nariño, tomando decisiones dirigidas, justamente, a garantizar la justicia social y ampliar la democracia.


Imagen de Fundación Ideas para la Paz


UNA SEGUNDA MARQUETALIA A LA PAZ

 

Por Germán Ayala Osorio

 

La Segunda Marquetalia existe hoy gracias al gobierno de Iván Duque Márquez, quien al fungir como el principal enemigo del acuerdo de paz firmado en La Habana, acompañó las actividades de entrampamiento que desde la Fiscalía de Néstor Humberto Martínez Neira (NHMN) se emprendieron en contra de Santrich y del propio Iván Márquez, líder de ese grupo disidente.

En la búsqueda de la gaseosa Paz Total, el gobierno de Gustavo Petro tiene en sus manos el problema jurídico de reconocer políticamente a la Segunda Marquetalia, esto es, otorgarle el estatus político que perdieron desde el preciso momento en el que abandonaron el acuerdo y las dinámicas que los debieron haber llevado a estar hoy en el Congreso de la República y a hacer parte del partido Comunes.

La discusión no es menor. No será fácil zanjar la discusión entre quienes consideran un imposible jurídico reconocerles ese estatus en virtud a que abandonaron el proceso de paz y aquellos que, por el contrario, ven viable hacerlo bajo la premisa de que el entrampamiento en contra de Santrich y Márquez fue un hecho político y jurídico, aunque este último cargado de la mala fe de funcionarios estatales y de la DEA que trabajaron en contubernio con la firme intención de hacer colapsar el acuerdo de La Habana.

En diálogo con El Espectador, el ministro del Interior, Alfonso Prada, señaló que “no es un tema fácil, tenemos limitaciones de carácter legal, todas las limitaciones que encontremos legalmente vamos a tener que superarlas en el escenario natural para ellos, que es el Congreso de la República”.

Más allá de los límites legales, los argumentos que deberá consolidar el gobierno tienen un carácter político que deberá imponerse sobre los jurídicos si de verdad se quiere reversar el carácter de “desertores” que se les otorgó a quienes decidieron incumplir lo acordado volviendo a empuñar las armas.

Un primer elemento que deberá hacer parte de la argumentación es que quien incumplió primero lo acordado fue el Estado colombiano. Bajo esa premisa se debe indicar que la negociación entre los plenipotenciarios del gobierno de Santos y el Secretariado de las Farc estaba, supuestamente, respaldada por el Estado. Esa circunstancia obligaba al Fiscal y al propio gobierno de Iván Duque a respetar lo firmado en Cuba. Lo que hicieron NHMN y Duque, por el contrario, fue entorpecer y tratar de descarrilar el tren que llevaba las firmas de Santos y Timochenko y el acuerdo de las 300 páginas.

Lo hecho por Duque y NHMN fue demencial, arbitrario e infame en contra de un proceso de paz complejo que a pesar de haber servido para desmantelar a la guerrilla más grande y con esta a las perversas dinámicas de un conflicto armado degradado, no sirvió para que la sociedad en su conjunto  emprendiera sus propios procesos de reconciliación y comprensión de los términos en los que se firmó el Acuerdo Final de paz.

Otorgarle el estatus político a la Segunda Marquetalia es también darle una segunda oportunidad a la paz que el uribismo, en cabeza del entonces fiscal general de la Nación y el títere del expresidente y expresidiario, Álvaro Uribe Vélez. Lo hecho por NHMN y Duque no fue un acto político, sino prepolítico, en la medida en que atacaron el corazón del Acuerdo de Paz y lo hicieron, apelando a la mentira y al fraude. No se puede hacer la paz en Colombia mientras haya dudas sobre la transparencia de aquellos que hacen operar y mover  las oscuras estructuras de poder que dan vida al doble Estado que opera en Colombia de tiempo atrás.  

 


Imagen tomada de EL ESPECTADOR


DOCTRINA MILITAR EN LOS POZOS (CAQUETÁ)

 

Por Germán Ayala Osorio

Con la política de seguridad democrática el país cayó en una espiral de violencia gracias en buena medida a dos circunstancias: la primera, soportada en la tesis negacionista que del conflicto armado interno propuso Álvaro Uribe Vélez como comandante supremo de las FFAA y presidente de la República.  Y la segunda, atada a la aplicación del principio del enemigo interno a campesinos, afros, indígenas, sindicalistas, profesores y periodistas críticos del régimen de poder.

Con el triunfo político y electoral de Gustavo Petro se reconoce la existencia del conflicto armado al retomar las negociaciones con el ELN y al examinar el caso de la Segunda Marquetalia.  Además, se pretende borrar de la lógica policial y castrense esa perversa extensión del enemigo interno a comunidades tradicionalmente violentadas por los actores armados, incluido,  por supuesto, el Estado y la condición militarista que naturalizó el uribismo durante los gobiernos de Juan Manuel Santos e Iván Duque Márquez.

Lo sucedido en las instalaciones de la petrolera china, Emerald Energy, ubicada en Los Pozos (Caquetá) es la expresión genuina del cambio de doctrina que impulsa el actual gobierno. El propio presidente Gustavo Petro confirmó que le dio la orden a las fuerzas militares de no intervenir en la refriega dada entre la guardia campesina y los policías del Esmad. Estos últimos fueron retenidos o secuestrados por los campesinos.

El ministro de la Defensa, Iván Velásquez invitó a sus detractores a reflexionar: “A todos aquellos que dicen mano dura, represión, tenía que haberse defendido el honor de la Policía cuando estos uniformados salían insultados y no se reaccionó. A todos ellos yo les hago el llamado para que piensen frente al valor de la vida, frente a las graves dificultades que se vivían en ese momento”.

Las muertes del policía y de los dos campesinos son lamentables, pero bien vale la pena examinar el sentido de los reclamos y en particular, en los incumplimientos del anterior gobierno, por ejemplo, en la pavimentación de una importante vía en el sector y el manejo mafioso de las regalías del sector petrolero. El abandono estatal en estos territorios es histórico, de ahí que los violentos reclamos de los campesinos sean producto de las burlas consecutivas de las que han sido víctimas las comunidades asentadas en esa zona.

Eso sí, los voceros del gobierno no pueden caer en prácticas eufemísticas como las del ministro Alfonso Prada, quien calificó la acción de los campesinos como un “cerco humanitario”. No. Una cosa es reorientar la acción policial y militar hacia la defensa de la vida, por encima de la lógica uribista de producir más y mejores resultados operacionales (contar muertos), y otra muy distinta enmascarar las acciones populares bajo acciones humanitarias que jamás ocurrieron.

El duro y violento enfrentamiento entre los miembros de la guardia campesina y los policiales se explica por todos los años en los que la fuerza pública miró a los civiles como sus enemigos, siguiendo las orientaciones de presidentes, como Uribe y Duque, empeñados en consolidar un Estado militarista, capaz de perseguir, someter y asesinar a quienes levanten su voz para reivindicar derechos. Eso sí, no pueden caer los reclamantes en la misma dinámica, asumiendo a los policías, en particular, como sus enemigos. Todo trato inhumano al adversario, aumentan los odios y facilita las cosas a quienes desde la derecha weberiana exigen litros de sangre, amparados en la legitimidad del Estado para violentar a sus asociados.

No será fácil el cambio de doctrina en unas fuerzas armadas envilecidas y degradadas por un conflicto armado interno que solo ha servido para enriquecer a los Señores de la Guerra. En el fondo, el gran enemigo es el neoliberalismo y con este, un Estado que viene operando, desde los años 90, al servicio de una élite mafiosa, criminal y parásita. No podrá en cuatro años el actual gobierno enterrar en los pozos de nuestra historia, eso de considerar como enemigos de la sociedad, a los campesinos, a los indígenas, a los afros y a todo el que se atreva a reclamar sus derechos.

 

Imagen tomada de https://www.google.com/search?q=militares+en+los+pozos&sca_esv=81be24a89c2bd647&rlz=1C1UUXU_esCO975CO975&tbm=isch&sxsrf=AM9HkKmdhyujhfbtdaviMxa11TRwiT4wew:1702780391129&source=lnms&sa=X&ved=2ahUKEwjI1d-it5WDAxWdTTABHRe2BYwQ_AUoAXoECAIQAw&biw=1366&bih=641&dpr=1


CONFLICTO ARMADO INTERNO: ¿ES POSIBLE CONTINUAR LLAMANDO ASÍ A LO QUE SUCEDE HOY EN COLOMBIA?

 

Por Germán Ayala Osorio

 

El reconocimiento del conflicto armado interno en Colombia impuso a los actores armados (Paramilitares, Guerrillas y fuerzas estatales) unas condiciones ético-políticas a través de las cuales fue posible enmarcar, explicar, dar sentido académico, justificar políticamente o hacer encajar las operaciones militares, las tomas guerrilleras y en general todas las actividades hostiles, propias de ese escenario de conflictividad, en la categoría política, militar y académica Conflicto Armado Interno. Es decir, esa nomenclatura construyó un “deber ser de la guerra” del que se fueron alejando unos y otros, bien por la penetración del narcotráfico a las filas de los combatientes, la imposibilidad de alcanzar el triunfo político y militar fijado como único norte posible: llegar a ser gobierno, tumbando el régimen de poder; y, por último, por el tratado de paz que firmaron el Estado con las entonces Farc-Ep. Este último armisticio fue un duro llamado a la dirigencia del Comando Central (Coce) a abandonar sus históricas posturas intransigentes.  De igual manera, haber desmontado gran parte de la estructura subversiva de las Farc-Ep hizo pensar a gran parte de la opinión pública que el conflicto armado con la guerrilla más grande había terminado.

Con el paso del tiempo, las hostilidades y las operaciones militares de los ya señalados grupos armados entraron en un fuerte e irreversible proceso de degradación misional (moral). Como consecuencia de ello, el concepto de Conflicto Armado Interno (CAI) empezó a perder sentido ético-político, a pesar de la vigencia de las causas objetivas que legitimaron el levantamiento armado en los años 60, reconocidas en su momento por el presidente Belisario Betancur Cuartas (1982-1986). Gonzalo Sánchez, en entrevista al diario El Espectador, sostiene que “en líneas gruesas hemos transitado de un conflicto Estado-insurgencias, a un conflicto multidimensional con intersecciones a menudo refractarias al deslinde. El conflicto hoy es mucho más extendido, más heterogéneo e intrincado. Y no es solo contra el Estado. Este ha sido permeado a través de complicidades, drenaje de recursos para la guerra, redes de apoyo internacionales…”

La firma del fin del conflicto entre las Farc-Ep y el Estado colombiano es un “parte aguas” en el devenir del conflicto armado y en la manera de entender sus dinámicas. A ese quiebre se suman circunstancias contextuales que, en lugar de legitimar la lucha armada, le restan legitimidad, hasta el punto de que hoy, en varios sectores de la sociedad, la operación del ELN (Ejército de Liberación Nacional), único grupo en armas, es considerada como anacrónica e improcedente, al igual que la operación de las disidencias farianas.

Las conversaciones de paz que hoy sostienen con el gobierno de Gustavo Petro le devuelven en algo la legitimidad perdida a los elenos, al tiempo que le dan un respiro a la moribunda nomenclatura Conflicto Armado Interno.

Dentro de esas circunstancias de lo que llamo el “parte aguas” se encuentran el estallido social de 2021, la misma pandemia y sus efectos sociales, económicos y los que dejó en la psiquis colectiva ese complejo escenario sanitario, así como la acentuación del carácter periférico del ELN y de su lucha territorial anclada exclusivamente al control de rutas del narcotráfico. También, la aparición de nuevas agrupaciones armadas (disidencias y demás) que lo único que prueban es que el uso de las armas se convirtió para muchos de los integrantes de esas organizaciones armadas ilegales en modus vivendi, en una forma de ganarse la vida.

Atrás quedaron las auto valoraciones de lo que sus comandantes llaman el reconocimiento social del control militar de zonas como el Chocó, el Catatumbo y el Cauca, entre otras zonas. Lo cierto es que la pretendida liberación de un pueblo sometido a un régimen oprobioso, gracias a la acción armada de los grupos guerrilleros, fue un sueño quimérico del que aún no parecen despertar los elenos. Gonzalo Sánchez, en la misma entrevista señala que “la promesa de transformación por la vía de las armas perdió momentum en todo el continente. Negarse a reconocerlo puede costar derramamiento inútil de mucha sangre. Pero aclaremos, si el modus operandi perdió vigencia, el contenido, las demandas y tareas aplazadas se tornan aún más urgentes. Algo que también deberían entender las elites políticas, sociales y económicas del país”.

Así las cosas, creo que va siendo tiempo de proponer un cambio en la manera de explicar y llamar a lo que sucede hoy en Colombia, en virtud de las circunstancias señaladas líneas atrás. El concepto de Conflicto Armado Interno se fue vaciando de sentido y ya no sirve para dar cuenta de lo que realmente está sucediendo en la Colombia del postacuerdo de La Habana. Propongo hablar de Conflictividades del Posacuerdo (CP), o quizás Escenario de Múltiples y Asimétricas Violencias (EMAV), Escenario Anómico del Posacuerdo (EAP) o Violencias Intestinas Despolitizadas (VID).

Es importante “rebautizar” lo que sucede en el país con el objetivo de poner el foco y al atención en aquellos poderes políticos y económicos, legales e ilegales, que se benefician de la permanencia de agrupaciones al margen de la ley y de su operación en territorios en los que la lucha por la tierra, el control de las riquezas del subsuelo y las rutas del narcotráfico son factores definitivos para la permanencia de las condiciones premodernas en las que nacieron las guerrillas y las que insisten en extender en el tiempo las élites económicas, sociales y políticas.

Las decisiones de política económica que viene adoptando el actual gobierno nacional, el haber Gustavo Petro militado en una de las guerrillas ya desmovilizadas y las acciones encaminadas a lograr la Paz Total, en lugar de darle un segundo aire al conflicto armado como muchos pueden pensar, van camino a restarle sentido y legitimidad.



Imagen tomada de Razón Pública.

LOS MILITARES Y PETRO

 

Por Germán Ayala Osorio

 

A partir del 7 de agosto, las fuerzas armadas colombianas tendrán como comandante supremo a Gustavo Francisco Petro Urrego, ex miembro de la guerrilla del M-19. Aunque esa circunstancia no debería de ser un problema ético y doctrinal para los militares activos, es probable que oficiales y suboficiales en servicio activo se hayan dejado influenciar por sus profesores en la academia, asumiendo como propio el odio que hacia dicho grupo subversivo se profesaba desde los tiempos del robo de las 5 mil armas del cantón norte, la sustracción de la espada de Bolívar y por supuesto, por la toma y retoma del Palacio de Justicia.

Aquellos que dentro del cerrado mundo castrense insistan en operar bajo la influencia de la doctrina del enemigo interno, tendrán la oportunidad o quizás la obligación de entrar en la discusión de conceptos como posconflicto o posacuerdo, con el firme propósito de avanzar hacia la transformación misional que deberán sufrir las instituciones militares, en particular, el Ejército nacional. Si se logra concretar un proceso de paz con el ELN, la paz completa será una realidad, a pesar de la insistencia de las acéfalas y anacrónicas disidencias.

La violación sistemática de los derechos humanos por parte de miembros del Ejército, asociada a los falsos positivos y a otras prácticas institucionalizadas, fruto de la política de seguridad democrática y de los caprichos de Uribe Vélez, quedarán proscritas, si se entiende en un amplio sentido lo que dijo el presidente electo en el sentido en que militares con récord de violaciones a los DDHH no cabrán en la nueva cúpula. Así entonces, en la cadena de mando, quienes hagan parte de la cúpula, tendrán la obligación de limpiar las filas de todos aquellos subalternos proclives a violar la constitución y en particular a aquellos que vienen acostumbrados a hacerlo, siguiendo el ejemplo de generales que hoy gozan de sus soles, gracias a que en el pasado ascendieron por cumplir con los objetivos de la intimidante política de seguridad democrática. Quedará pendiente sacar del ministerio de la Defensa a la Policía nacional, cuerpo armado que deberá acercarse a las transformaciones que demanda el posconflicto.

Las relaciones entre el presidente entrante y las fuerzas armadas serán definitivas y claves para la ampliación de la democracia. De muchas maneras, la operación del régimen democrático en Colombia viene pasando por el talante de los miembros de la cúpula militar. Desde los tiempos de Belisario Betancur y los del estado de sitio de Turbay Ayala, los militares fueron una rueda suelta que, de acuerdo con decisiones político-militares, terminó golpeando garantías democráticas no solo en términos del respeto por los derechos humanos y en todo lo concerniente a la real sumisión al poder civil, sino en la extensión en el tiempo del conflicto armado interno y el aplazamiento de la paz.

Con Uribe Vélez, las fuerzas militares entraron en una etapa de sometimiento a los caprichos del latifundista. Al final, terminaron no solo asesinando vilmente a 6402 civiles, sino operando bajo el carácter privado que el hijo de Salgar le dio a su lucha contra las guerrillas. Santos intentó cambiarles el chip a los altos oficiales que venían de los aciagos años en los que les pedían “más y mejores resultados operacionales”. Logró conformar una cúpula más cercana a la paz, lo que les permitió sentarse, frente a frente, en mesas técnicas, con los miembros de las entonces Farc-Ep. Con el regreso de Uribe al poder, en los “huesotes y las carnotas” de Iván Duque, regresó el viejo talante que inoculó en las filas en el Gran Imputado.

Petro sabe que dentro del Ejército quedan varios “zapateiros”, de acuerdo con lo que expresó el mismo comandante, Eduardo Enrique Zapateiro Altamiranda. La nueva cúpula tendrá la tarea de ir frenando sus ascensos, si deciden insistir en comportarse de la manera como lo hizo el saliente oficial, famoso por lamentar la muerte del asesino serial, alias Popeye y por su expresión “ajúa”. Además, de investigaciones en su contra por corrupción. Eso sí, espero que Petro Urrego no caiga en la tentación de apropiarse de dicho grito, como lo hizo el infantil y fatuo del Iván Duque Márquez.


Imagen tomada de Infobae


INFORME DE LA COMISIÓN DE LA VERDAD: DESMILITARIZAR EL ESTADO (IV)

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Después de quedar en firme la salida del general Eduardo Enrique Zapateiro Altamirano, el nuevo gobierno, pero en particular el jefe de la cartera de la Defensa, deberá evaluar los impactos que dicha renuncia dejará al interior de las filas. Aunque el retiro abrupto, pero explicable del general Zapateiro no debería de tener mayores efectos doctrinales, es bueno explorar el ambiente al interior de las fuerzas armadas ante la llegada de Gustavo Petro a la condición de comandante supremo.

Una vez cumplida la tarea del reconocimiento y la transición del mando, de inmediato hay que impulsar la discusión de dos temas sensibles: el primero, la salida de la Policía del ministerio de la Defensa, cumpliéndose así la promesa de campaña y la recomendación que hiciere la Comisión de la Verdad en su informe. Y el segundo, el desmonte de la doctrina del enemigo interno, lo que debería de llevar a  las fuerzas armadas, y en particular al Ejército, a hacer parte de escenarios de posconflicto, en el entendido en que hoy no existe una fuerza militar oponente, capaz de poner en riesgo la operación del Estado.

Dedicaré esta columna al segundo tema. Dice el informe de la Comisión de la Verdad que “esta doctrina contrainsurgente se expresó en la estigmatización del movimiento social y en el tratamiento militar de los conflictos políticos” (p.99). Por cuenta de los riesgos y desafíos que acompañaban la existencia y la operación militar de las Farc-Ep, estudiantes, académicos, investigadores sociales, periodistas, sindicalistas y políticos, entre otros, fueron perseguidos, torturados, estigmatizados y desaparecidos por fuerzas oficiales. Dicha doctrina, entonces, se convirtió en la patente de corso con la que sucesivos gobiernos de derecha permitieron a sus cúpulas militares, violar los  derechos humanos. Sobre las arbitrariedades cometidas por miembros de la fuerza pública,  en el mismo informe de la Comisión de la Verdad, se lee lo siguiente:  Se registraron detenciones masivas arbitrarias en un periodo álgido del conflicto armado entre 2002 y 2008, en lugares como Arauca, Bolívar, Santander, Medellín, Eje Cafetero y Huila, entre otros. Las detenciones masivas no se respaldaron en evidencia, sino que fueron formas de criminalizar a sectores de la sociedad civil, bajo el estigma de enemigo interno” (p.158).

El proceso de desmonte de la señalada doctrina tiene dos dimensiones: una de carácter político-formativo que incluye la formación que se imparte en las academias militares (de oficiales y suboficiales) y el compromiso de la cúpula militar y de la tropa en general, de guardar total sumisión al mandato civil que encarna Gustavo Petro; y la otra dimensión, tiene un carácter operativo y militar, que debe conllevar la desmilitarización del Estado. Un paso en esa dirección permitirá la unificación de criterios pues no se puede seguir hablando de conflicto armado y de enemigo interno, cuando los mismos militares hablan de organizaciones residuales, grupos armados organizados (GAO), sin el ropaje político y revolucionario que en otrora se reconoció, por ejemplo, a las Farc-Ep y al ELN.

Independientemente de si el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el gobierno de Gustavo Petro logran concretar un proceso de negociación política, es urgente que se dé el cambio doctrinal y comportamental del Estado. Incluso, esos cambios bien podrían considerarse como un gesto político que posibilitaría el acercamiento con el COCE, con la esperanza de avanzar en el desmonte de esa guerrilla. Eso sí, siempre y cuando el comando central de esa guerrilla abandone la lógica de la metodología hasta el momento planteada para asumir negociaciones.

En estos términos reconoce la Comisión de la Verdad esa circunstancia: “En el caso del ELN, las conversaciones en diversos momentos (gobiernos de Samper, Pastrana, Uribe y Santos) se han quedado estancadas en el punto de la «Convención Nacional», que para esta guerrilla es un ejercicio de democracia directa en la que, a la manera de una constituyente popular, diversos sectores rediseñan el régimen y el Estado. Este es un modelo de participación social que aún requiere ser abordado con una dimensión realista, si se quiere una paz completa y con arraigo territorial” (págs 118-119).

Ya es tiempo que el ELN como organización armada ilegal entienda el momento histórico por el que está pasando el país. Los tiempos de la guerra y de la revolución armada ya pasaron. En estos momentos, la lucha armada no solo es inviable, sino anacrónica.

Ya veremos si los militares colombianos se ponen a tono con los tiempos de la paz y la reconciliación o, si por el contrario, deciden quedarse en el “modo enemigo interno” con el que Zapateiro guió los destinos del Ejército.


Imagen tomada de El Universal.


EJÉRCITO, DEGRADACIÓN MISIONAL Y SUMISIÓN AL PODER CIVIL

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Indican expertos militares que la degradación misional al interior del Ejército inicia en los años 80. Concuerda ese proceso de erosión del honor y la mística militares con el desvanecimiento o desaparición de lo que en esa época se conoció como el Síndrome de la Procuraduría y la entrada en operación de los grupos paramilitares. Es más, Alejandro Valencia, comisionado de la Comisión de la Verdad, al hablar recientemente de los falsos positivos, señaló que dicha práctica se vendría presentando desde los 70 y 80.

Para evitar la vigilancia del organismo de control, los militares recurrieron a los paramilitares para que estos “hicieran el trabajo sucio”, que no era otra cosa que extender el principio del enemigo interno, a ideólogos de la guerrilla, simpatizantes, sindicalistas, profesores, campesinos, comunidades negras e indígenas, defensores de los derechos humanos, periodistas  e investigadores sociales, entre otros.

Dicha degradación institucional se extendió en el tiempo, por la penetración del narcotráfico, la nula vigilancia del ministerio público, la pérdida de legitimidad de la guerrilla; esto último, gracias al trabajo de los medios masivos que lograron posicionar la idea de que el único problema del país era la subversión, mientras le hacían el juego a la corrupción público-privada y se negaban a darle la verdadera dimensión a este cáncer que vino a hacer metástasis durante los 8 años de Uribe Vélez. Sobre este asunto, volveré al final de este texto.

De la mano de todas las anteriores circunstancias, todos los gobiernos, incluido el actual, jugaron a la paz y a la guerra; esta última fue asumida, por presión directa de los comandantes militares y de sucesivas cúpulas troperas, muy al estilo de generales como Rafael Zamudio Molina, Jesús Armando Arias Cabrales y Miguel Vega Uribe, como una política de Estado, mientras que la primera, es decir, la paz, como política de gobiernos.

Al jamás asumirse la paz como una política de Estado, los gobiernos que entablaron diálogos conducentes a lograr acuerdos con los grupos insurgentes, encontraron una mayor resistencia y/o molestias en los militares, que a toda costa insistían en jugar a la guerra, sin que ello significara que hubiese la capacidad de eliminar militarmente al enemigo interno. Solo hasta la llegada de los recursos del Plan Colombia, las fuerzas militares y en particular el Ejército, se creyó posible derrotar a las guerrillas, en particular a las Farc.

Por ese camino, el Ejército se consolidó como un actor político fundamental, que operaba, presuntamente, bajo el control civil de los presidentes de la República. La sumisión al poder civil no ha sido tan real, incluso, después de la reforma constitucional de 1991 que determinó que el ministro de la Defensa sería un civil y no un militar de carrera como ocurría antes. Tres ejemplos probarían que dicha subordinación ha sido más bien formal y no real: el primero, el golpe que le dieron, por 48 horas, al entonces presidente Belisario Betancur Cuartas para la retoma del Palacio de Justicia, atacado torpemente por el M-19; el segundo, la nula aprobación o el no acompañamiento de los militares a los diálogos de paz del Caguán; y el tercero, de reciente ocurrencia, cuando Iván Duque Márquez, en su condición de comandante supremo de las fuerzas armadas, apoyó al general Zapateiro, cuando el alto oficial decidió deliberar, participar en política y violar la Carta Política.

El único presidente que asumió la paz como política de Estado fue Juan Manuel Santos, en virtud a estas circunstancias contextuales: 1. Iba a estar ocho años como presidente. 2. El cansancio en la guerrilla de las Farc, gracias en buena medida a los duros golpes recibidos durante el gobierno de Uribe Vélez. 3. Santos dispuso una narrativa que apuntaba a posicionar la idea de que negociar con las Farc era un triunfo militar de un ejército glorioso y no la claudicación, como siempre lo vio el uribismo.

Con esa narrativa, Santos logró llevar a la mesa técnica a militares activos, asunto clave para la negociación con las Farc, en la medida en que siempre fue una aspiración-exigencia de esa guerrilla. También dejó una fuerte división al interior de la fuerza, asunto que supo aprovechar el gobierno uribista de Iván Duque Márquez, para volver a dejar el manejo del orden público y la consolidación de la paz, en una cúpula tropera, en particular, en manos del general Eduardo Enrique Zapateiro Altamiranda, hoy investigado por peculado, según informaron Cambio y Noticias Uno.

Así entonces, tanto las ejecuciones extrajudiciales o falsos positivos, como la corrupción al interior de las fuerzas militares, constituyen no solo una prueba irrefutable de la degradación misional de cientos de uniformados, sino que son la expresión clara de que la sumisión al poder civil es meramente formal, lo que hace posible que el general Zapateiro pueda violar la constitución sin que medie investigación alguna por parte de la Procuraduría General de la Nación.

El acto de deliberación política del general Zapateiro es un desafío al orden constitucional y  una advertencia a los candidatos presidenciales, en particular a Gustavo Petro: los gobiernos pueden continuar jugando a la paz como política temporal, mientras que el juego de la guerra depende exclusivamente de los intereses del generalato que aún admira a Álvaro Uribe Vélez. La degradación misional al interior de las fuerzas militares continuará porque la dirigencia política y empresarial naturalizó el ethos mafioso y eso es suficiente para que los oficiales troperos sigan siendo un poder político determinante en escenarios electorales.



Imagen tomada de Villegas Editores. https://www.google.com/search?q=ej%C3%A9rcito+nacional+de+colombia&sca_esv=81be24a89c2bd647&rlz=1C1UUXU_esCO975CO975&tbm=isch&sxsrf=AM9HkKlXxklj5UdKZMJIcLxwFACPxVbcrQ:1702779876248&source=lnms&sa=X&ved=2ahUKEwj9152ttZWDAxWDTDABHZqjB_MQ_AUoAnoECAEQBA&biw=1366&bih=641&dpr=1


viernes, 15 de diciembre de 2023

URIBE Y "LA MALDITA MERMELADA"

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Si por algo se caracteriza el expresidente y expresidiario Álvaro Uribe Vélez, es por su cinismo mediante mensajes cifrados en los que muchos ven órdenes veladas o incitaciones a la comisión de ciertos delitos: ¿se acuerdan de «un buen muerto»? También es característico el silencio que suele guardar frente a la corrupción público-privada o en la defensa de sus funcionarios procesados y condenados por paramilitarismo y corrupción.

De la reciente captura de Ciro Ramírez, ordenada por la Corte Suprema de Justicia, espetó lo siguiente: “Me duele la captura del joven senador Ciro Ramírez. Ojalá pueda salir adelante. Ese tipo de problemas es lo único que deja la “maldita” mermelada.

Sobre esa frase gira esta columna, para tratar de desentrañar qué hay detrás de lo no dicho y qué quiso decir con lo que efectivamente dijo. Comencemos por decir que Uribe acepta que la mermelada existe y que Ramírez es responsable, bien por haberla ofrecido o por haberla recibido. Así las cosas, pese al derecho a la presunción de inocencia del que goza Ciro Ramírez, de manera velada le endilga una responsabilidad personal y política, por intermedio de la mermelada, muy propia del ethos mafioso que se encarnó en la política nacional.

Nótese que Uribe no habla de delito, sino de un problema generado por la mermelada. Al decir «ese tipo de problemas», el expresidiario reduce el lío jurídico a un problema. Al momento de calificar de “maldita” a la muy difundida mermelada, el uso de las comillas indica que el adjetivo realmente no se desea atribuir del todo a la práctica corrupta de pagar coimas y ofrecer contratos millonarios para obtener favores políticos que confluyen en el vocablo mermelada. Es posible también que el expresidiario y caballista haya usado las comillas porque no es bueno maldecir o calificar de maldito o maldita, a nadie ni a nada.

En cuanto a lo que Uribe dejó de decir en su trino, el expresidente evita calificar la decisión judicial como un abuso o una persecución política, como sí lo hizo cuando se ordenó la detención de María del Pilar Hurtado, entonces directora del DAS. Entre otros casos.

Con la frase “me duele”, encubre y evita exponer la molestia que le producen las decisiones de la Corte Suprema de Justicia, corporación judicial que lo investigó y ordenó su detención domiciliaria por manipulación de testigos y fraude procesal. Ese caso pasó a la Fiscalía de su amigo Francisco Barbosa, quien en tres ocasiones solicitó a distintos jueces la preclusión del proceso penal al que está vinculado en calidad de imputado.

 

Cuando Uribe dice “me duele”, exhibe una mentirosa solidaridad porque en el fondo sabe que los magistrados que ordenaron la captura de su amigo y miembro del Centro Democrático tienen todo el acervo probatorio suficiente para encarcelarlo. El “dolor” que dice sentir el expresidente y latifundista le sirve de parapeto para cambiar de parecer en cualquier momento, frente a la legitimidad y legalidad de la orden de captura.

Ya en el pasado el ladino político antioqueño usó la misma expresión, en el caso de Oscar Iván Zuluaga: “Tengo dos dolores: uno personal por Óscar Iván Zuluaga y David, a quienes admiro y les tengo todo el afecto. Y otro dolor, pero de Patria por las impunidades, una de ellas Santos y Odebrecht». Nótese cómo apela al discurso patriotero para tratar de evadir la responsabilidad que debería asumir él por la corrupción de Odebrecht, por cuanto fue en su gobierno que inició la operación de la multinacional.

El Espectador explica la razón por la que se ordenó la captura del congresista uribista: por “una supuesta red de corrupción en contratación estatal, al parecer dirigida desde el Congreso, es la razón de que el senador del Centro Democrático Ciro Alejandro Ramírez esté en la cárcel. En el mismo lugar y con un modus operandi similar al de la llamada red de marionetas del fallecido exsenador del Partido Liberal Mario Alberto Castaño Pérez, al parecer el senador uribista participó en el direccionamiento de contratos del Estado en varios departamentos del país, a cambio de que, a quienes se les entregaran, le dieran coimas por ellos”.

ADENDA: Curioso que la orden de captura contra Ramírez se dé justo cuando el país apenas estaba asimilando la orden emanada por la propia Corte Suprema de Justicia, de trasladar a Arturo Char, imputado de delitos de corrupción electoral. ¿Cortina de humo para tapar una indecorosa decisión judicial?

ADENDA 2: Ciro Ramírez es hijo de Ciro Ramírez Pinzón, condenado por parapolítica y años después absuelto.



Imagen tomada de EL ESPECTADOR.COM 

jueves, 14 de diciembre de 2023

CLAUDIA LÓPEZ HERNÁNDEZ, CANDIDATA PRESIDENCIAL DEL URIBISMO

 

Por Germán Ayala Osorio

 

No importa si el actual gobierno logra los cambios que prometió en campaña, pues la derecha hará ingentes esfuerzos para recuperar el control del Estado para desde ahí tratar de echar para atrás las reformas que el Congreso le aprobó a Gustavo Petro durante su mandato, así como los decretos con fuerza de ley que el presidente firmó.

Las pasadas elecciones regionales ya mostraron la necesidad, la urgencia o quizás el desespero de la derecha por hacerse nuevamente con la Casa de Nariño, para darle continuidad al proyecto de captura corporativa del Estado y de esa manera ahondar en la pobreza, desigualdad y el desempleo estructurales para consolidar el clientelismo y así la corrupción electoral y el histórico ethos mafioso. Lo cierto es que una vez reinstalados en el solio de Bolívar, la derecha iniciará con su plan de contra reformas.

A falta de menos de dos años largos de terminar el mandato la izquierda y el progresismo, la derecha ya deja ver a los candidatos presidenciales que buscarán el apoyo del gran banquero y del empresariado y el aval de los partidos y de electores como Germán Vargas Lleras y Álvaro Uribe Vélez.

En el listado aparecen varias mujeres: Paloma Valencia, María Fernanda Cabal y Claudia López Hernández. Las dos primeras contarán con la bendición del expresidente antioqueño, hasta tanto él encuentre a un político tan dócil y pusilánime como Iván Duque Márquez, que le sirva de títere, tal y como le sirvió Duque con un destacado desempeño como marioneta. Bajo esas condiciones aparece el nieto de Turbay Ayala, Miguel Uribe Turbay, un delfín poco preparado, vociferante y capaz de mejorar lo hecho por Duque en materia de sumisión al Gran Patrón. David Luna podría aparecer como candidato de Vargas Lleras, en caso de que este último decida no aspirar más a ser presidente de la República. Luna es incondicional del exvicepresidente.

No se descarta que Carlos Fernando Galán deje tirada la alcaldía para aspirar a la presidencia, de la mano de Uribe y Vargas Lleras. Si por el contrario cumple con su mandato, Galán será en el 2030 el candidato del establecimiento.

La exalcaldesa de Bogotá será, sí o sí, candidata presidencial en 2026. La muy astuta buscará acercarse a Uribe, al mismo que ella confrontó como académica por las relaciones con los paramilitares que según López Hernández tuvo el expresidiario en sus tiempos de gobernador de Antioquia. Hay que recordar que hábilmente la exmandataria de los bogotanos retiró la demanda que por injuria y calumnia le interpuso a Uribe Vélez en 2017. La decisión la tomó López en 2019 y fue a todas luces una maniobra política para acercarse al uribismo de cara a su candidatura a la alcaldía de Bogotá.

Los recientes cuestionamientos de Uribe hacia López hacen parte de una pantomima, con el fin de mostrarse lejanos y hasta de orillas distintas, pero ante una necesidad electoral, se unirán de nuevo porque lo que los une es la trampa y las mentiras. 

La exalcaldesa será, muy seguramente, una de las candidatas que Uribe tendrá en su sonajero. Al fortalecer su discurso anti-Petro, López busca el guiño y la aceptación del exmandatario antioqueño, y de todos los uribistas.

El partido Alianza Verde, en el que milita López Hernández, no es una colectividad de Centro derecha. No. Más bien se trata de un partido cuya estructura y actuar acomodaticios le permite oscilar entre el espectral centro y la vieja derecha.

Todos los escándalos que por corrupción le sacarán a Claudia López en la campaña de 2026 la convertirán en una verdadera candidata presidencial para el uribismo. Entre más investigaciones acumule, el aval estará asegurado pues todos esos señalamientos y eventuales procesos judiciales deberán ser conjurados a través de costosos abogados y arreglos interinstitucionales que, en caso de que se confirme su candidatura, les servirán a sus patrocinadores para encauzarla y ponerla bajo el tutelaje político y moral de lo que se conoce como el uribismo.

Lo cierto es que en el 2026 la derecha irá con todo para recuperar lo que Petro les quitó y para echar para atrás los cambios institucionales que les hayan hecho daño o afectado sus intereses burocráticos e institucionales.

 

Imagen de La FM. 



EL CUERPO EN MANOS DE CIVILES O MILITARES

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Ahora que su victimario reconoció ser el responsable del feroz asesinato de Michel Dayana González, la opinión pública, los medios masivos que lo llamaron “monstruo” y las instancias judiciales correspondientes se centran y ponen sus ojos en los años de cárcel que, de acuerdo con la constitución y los marcos legales vigentes, se le pueden aplicar al feminicida, Harold Andrés Echeverry Orozco.

Mientras es procesado y condenado este criminal, resulta importante hacer disquisiciones en torno al cuerpo y en particular, sobre el atroz proceso de desmembramiento al que Echeverry sometió la identidad corpórea de la menor. La misma reflexión se puede hacer sobre los cuerpos de guerrilleros, militares y policías que resultan quemados, destrozados, mutilados y exhibidos como “trofeos de guerra”, en escenarios de confrontación bélica en donde lo que prima en los combatientes, legales e ilegales, es la sevicia.

Empiezo con una cita de Adorno y Horkheimer que sirve al propósito reflexivo que sobre los cuerpos de Michel Dayana y de los guerreros que sufrieron graves afectaciones estéticas que condujeron a borrar sus identidades individuales, soportadas en las maneras como eran reconocidos dentro de sus ámbitos familiares e institucionales: “El cuerpo, como lo que es inferior y sometido, es objeto de burla y maltrato, y a la vez se lo desea, como lo prohibido, reificado y extrañado”.

Antes de deshumanizar a Echeverry Orozco llamándolo “monstruo” y a los guerreros que dentro del conflicto armado interno colombiano y recientemente en el conflicto entre Israel y Hamás, hay que hacer todo lo contrario: hay que mirarlos a todos como seres humanos de los que se puede esperar eso y mucho más. El problema está en la condición humana y en la pulsión de prescindir del Otro, al diferente o al enemigo, usando sus cuerpos para burlarse, jugar y sentir placer, hasta eliminarlos identitariamente.

La estructura moral, los elementos éticos ancorados a la condición particular y al reconocimiento del cuerpo de la mujer están inexorablemente atados al tipo de sociedad en la que los victimarios, civiles o guerreros, se levantaron. Para el caso de Echeverry, sabemos que la sociedad colombiana deviene, además de confundida moralmente, atada a prácticas y narrativas en las que se destacan la misoginia, el machismo y la aporofobia, dentro un sistema patriarcal que se resiste a transformarse o auto regularse. De los combatientes colombianos, legales e ilegales, podemos decir que sus vidas también fueron permeadas por el perverso orden cultural dominante en el país. Para el caso de los militares israelitas y los miembros de Hamás, todos cayeron en la subvaloración identitaria y del cuerpo de ese Otro que es asumido como un enemigo o como una bestia que, en nombre de una deidad, debe desaparecer, o sufrir mutilaciones.

Para el caso de Michel Dayana y de mujeres y niñas violadas por soldados y paramilitares en el caso del conflicto armado colombiano, es claro que sus cuerpos pasaron por el proceso de reificación (cosificación) al que previamente son sometidos por parte de sus victimarios. Echeverry convirtió a Michel Dayana en una “cosa”, en una masa corporal a la que él tenía el derecho a acceder, por la condición de hombre y por las “exigencias” que el mismo sistema patriarcal y la narrativa machista, incluida la publicidad sexista responsable de la cosificación sexual del cuerpo femenino, le hicieron a temprana edad.

Esa misma cosificación del cuerpo femenino la hicieron los soldados que hace un tiempo violaron a una niña indígena: no era una niña, era una “cosa”, un objeto cuya corporeidad podía ser maltratada y burlada.

Ni los soldados genocidas de Israel son bestias, ni los miembros de Hamás que atacaron blancos civiles y militares; como tampoco los son los combatientes colombianos, legales e ilegales que violaron mujeres de manera sistemática; de igual manera, hay que evitar llamarle “monstruo” a Harold Echeverry. Todos son hijos de un sistema patriarcal y cultural universal que todos los días nos enseña, a través de diversas narrativas, incluida la publicidad sexista, a “cosificar” el cuerpo humano. Y peor resulta el asunto, cuando se trata del cuerpo femenino, mirado, por civiles y militares, como un “trofeo” alcanzable.



Imagen tomada de La Opinión


miércoles, 13 de diciembre de 2023

ARTURO CHAR Y LA INPECNIZACIÓN DE LOS MILITARES

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Por orden la Corte Suprema de Justicia, el INPEC dispuso el traslado del procesado por corrupción electoral, Arturo Char a la ciudad de Barranquilla, para que sea recluido en el batallón de la capital del Atlántico.

No tengo presente desde cuándo las guarniciones militares y policiales se convirtieron en “cárceles de lujo” para políticos corruptos o procesados por graves delitos. Lo cierto es que los miembros de la fuerza pública, además de cumplir con lo que les ordena la constitución política y sus normas internas, de un tiempo para acá actúan como oficiales del INPEC, sin que generales hayan puesto el grito en el cielo por el sostenido proceso de Inpecnización de cuarteles y escuelas de formación.

Esa conversión misional de policías y militares no es más que la naturalización del ethos mafioso, con un agravante: los uniformados, de muchas maneras, quedan bajo las órdenes de estos “nobles” reclusos, por ser hijos, justamente, de clanes políticos con un gran poder político, para incidir, por ejemplo, en ascensos y traslados de los nuevos custodios.

Enviar a políticos corruptos a establecimientos militares o policiales constituye una falta de respeto a la institucionalidad castrense. Y pasa semejante tropelía, en medio del silencio de generales de la policía y el ejército que acatan con total obediencia la disposición del alto tribunal, con el claro objetivo de beneficiar a los perfumados reclusos.

Basta con tener el apellido Char o ser defendido por el expresidente y expresidiario, Álvaro Uribe Vélez, para tener el derecho a vivir cómodamente en unidades militares y policiales de las que podrán salir a discreción, porque tienen todo el poder para intimidar a los oficiales de los que depende su seguridad. Otro caso emblemático fue el de Andrés Felipe Arias, probado corrupto y amigo de Uribe, quien gozó de las buenas atenciones que los militares le brindaron en el Cantón Norte de Bogotá.

Cuidar bandidos de cuello blanco es una afrenta al honor militar porque ello supone exponer a militares y policías al “mal ejemplo” de la clase política, lo que claramente se convierte en la patente de corso para que los uniformados operen bajo el mismo ethos mafioso que guió a políticos como Arias, entre otros perfumados que fueron condenados por la justicia por corruptos.




 Imagen tomada de EL ESPECTADOR.COM

IMPOSIBLE REGULAR LA CANNABIS EN LA COLOMBIA DE LA DOBLE MORAL

 

Por Germán Ayala Osorio

 

En la Colombia de la doble moral, se considera como indeseable y peligroso al consumidor de marihuana, al tiempo que se admira y venera al político y al empresario corruptos; esos mismos sectores societales que aborrecen a los "marihuaneros" disculpan al violador de mujeres por la forma en la que las víctimas andaban vestidas; en ese mismo sentido, suelen perdonar más fácilmente al borracho que corre en vehículos con el riesgo potencial de asesinar transeúntes; son los mismos que también se oponen al reconocimiento de los derechos de la comunidad LGBTI+, a pesar de contar con familiares que no se atreven a salir del closet. Y así, podría seguir en una interminable lista de narrativas y prácticas que dan cuenta de una sociedad pacata, gazmoña y premoderna como la colombiana.

Al Congreso suelen llegar hombres y mujeres que representan fielmente los valores de esa parte gazmoña de la sociedad que deshumaniza y criminaliza a los consumidores de maracachafa, marihuana, porro o la chistosa. Lo que hicieron los legisladores que hundieron el proyecto de ley que legalizaba el consumo recreativo de la “chistosa” fue aportar a la consolidación de ese doble rasero con el que la sociedad suele examinar asuntos propios del libre desarrollo de la personalidad, que de manera equivocada son mirados desde el lente purista y moralizante de quienes insisten en mantener las "buenas costumbres", cuando justamente lo que se acostumbra es robar el erario, a criminalizar al diferente y a legitimarnos como una sociedad violenta, racista, homofóbica, aporofóbica, clientelista y machista.

Se suma al hundimiento de la iniciativa legislativa, el rechazo generalizado que desde los medios masivos de información se alentó, por la decisión del gobierno Petro de derogar el decreto de 2018 con el que se criminalizó al consumidor de la chistosa en su dosis mínima. De inmediato, los periodistas-estafetas de siempre, construyendo escenarios apocalípticos en los que los niños y niñas estarían expuestos a los “peligrosos” marihuaneros, cuando los malos ejemplos vienen justamente de los sectores de poder económico, político y social que a dentelladas se oponen a que el Estado tenga el control sobre la producción y el consumo de sustancias alucinógenas como la marihuana.

Mientras que en varios Estados de la Unión Americana es legal el consumo de la maracachafa, en Colombia, estúpidamente seguimos poniendo los muertos y exponiendo al ethos mafioso a policías, militares y jueces, con una lucha antinarcóticos que fracasó con rotundo éxito; a lo que se suman operativos cuyos altos costos bien podrían destinarse a campañas de prevención.

El prohibicionismo está mandado a recoger. Hay maneras más inteligentes de resolver las diferencias, pero especialmente, hay unas muy claras con las que es posible  sacarle provecho, desde la perspectiva económica, a todos los potenciales que nos regala la "odiada" maracachafa. 

Como la memoria es frágil, ya olvidaron la violencia que se vivió en el país durante el boom marimbero de los años 70 y 80. Una vez los gringos, que sí saben para qué sirve el capitalismo, pudieron cultivar la matica en sus pisos térmicos, entonces la "guerra contra la marihuana" se vino a bajo, porque ya estaba emergiendo el negocio de la coca. Hoy varios Estados de la Unión Americana reciben millones de pesos en impuestos por haber legalizado un negocio altamente lucrativo. De lograr que la coca peleche en territorio americano, el negocio de la cocaína se irá al carajo. Y qué quedará en Colombia: policías corruptos, asesinados, pobreza,  y cientos de miles en la cárcel. 



Imagen tomada de Semana.com


“VAMOS A RECUPERAR EL PAÍS”

  Por Germán Ayala Osorio   En el ejercicio de la política suelen aparecer frases que bien pueden servir como eslogan de futuras campañ...