Por
Germán Ayala Osorio
En
la Colombia de la doble moral, se considera como indeseable y peligroso al consumidor de
marihuana, al tiempo que se admira y venera al político y al empresario
corruptos; esos mismos sectores societales que aborrecen a los "marihuaneros" disculpan al violador de mujeres por
la forma en la que las víctimas andaban vestidas; en ese mismo sentido, suelen
perdonar más fácilmente al borracho que corre en vehículos con el riesgo
potencial de asesinar transeúntes; son los mismos que también se oponen al
reconocimiento de los derechos de la comunidad LGBTI+, a pesar de contar con
familiares que no se atreven a salir del closet. Y así, podría seguir en una
interminable lista de narrativas y prácticas que dan cuenta de una sociedad
pacata, gazmoña y
premoderna como la colombiana.
Al Congreso suelen llegar hombres y
mujeres que representan fielmente los valores de esa parte gazmoña de la
sociedad que deshumaniza y criminaliza a los consumidores de maracachafa,
marihuana, porro o la chistosa. Lo que hicieron los legisladores que hundieron el
proyecto de ley que legalizaba el consumo recreativo de la “chistosa” fue
aportar a la consolidación de ese doble rasero con el que la sociedad suele
examinar asuntos propios del libre desarrollo de la personalidad, que de manera
equivocada son mirados desde el lente purista y moralizante de quienes insisten
en mantener las "buenas costumbres", cuando justamente lo que se acostumbra es robar el erario, a criminalizar al diferente y a legitimarnos como una sociedad
violenta, racista, homofóbica, aporofóbica, clientelista y machista.
Se suma al hundimiento de la
iniciativa legislativa, el rechazo generalizado que desde los medios masivos de información se
alentó, por la decisión del gobierno Petro de derogar el decreto de 2018 con
el que se criminalizó al consumidor de la chistosa en su dosis mínima. De inmediato,
los periodistas-estafetas de siempre, construyendo escenarios apocalípticos en
los que los niños y niñas estarían expuestos a los “peligrosos” marihuaneros,
cuando los malos ejemplos vienen justamente de los sectores de poder económico,
político y social que a dentelladas se oponen a que el Estado tenga el control
sobre la producción y el consumo de sustancias alucinógenas como la marihuana.
Mientras que en varios Estados de la
Unión Americana es legal el consumo de la maracachafa, en Colombia, estúpidamente
seguimos poniendo los muertos y exponiendo al ethos mafioso a policías,
militares y jueces, con una lucha antinarcóticos que fracasó con rotundo éxito; a lo que se suman operativos cuyos altos costos bien
podrían destinarse a campañas de prevención.
El prohibicionismo está mandado a recoger. Hay maneras más inteligentes de resolver las diferencias, pero especialmente, hay unas muy claras con las que es posible sacarle provecho, desde la perspectiva económica, a todos los potenciales que nos regala la "odiada" maracachafa.
Como la memoria es frágil, ya olvidaron la violencia que se vivió en el país durante el boom marimbero de los años 70 y 80. Una vez los gringos, que sí saben para qué sirve el capitalismo, pudieron cultivar la matica en sus pisos térmicos, entonces la "guerra contra la marihuana" se vino a bajo, porque ya estaba emergiendo el negocio de la coca. Hoy varios Estados de la Unión Americana reciben millones de pesos en impuestos por haber legalizado un negocio altamente lucrativo. De lograr que la coca peleche en territorio americano, el negocio de la cocaína se irá al carajo. Y qué quedará en Colombia: policías corruptos, asesinados, pobreza, y cientos de miles en la cárcel.
Imagen tomada de Semana.com
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