Por Germán Ayala Osorio
La financiación privada de las campañas
electorales en Colombia es una forma de clientelismo y de corrupción
público-privada que suele usarse, cada cuatro años, para deslegitimar a los
ganadores, llámense presidentes, alcaldes o gobernadores. Mientras ello sucede, los mecenas, pequeños, medianos y grandes, exigen devuelta lo invertido, bien sea en contratos millonarios, puestos corbata para hijos y familiares o contraticos en oficinas públicas.
Entonces, viene el asunto de los
topes, mecanismo falaz y artificioso con el que se justifica el trabajo siempre
amañado de las autoridades electorales, conformadas previamente con criterios
politiqueros. Como siempre ocurre, se abren y se celebran a rabiar investigaciones
contra los gerentes, fiscales y contadores, para luego irlas cerrando en completo
silencio.
Mientras se señala e investiga a quienes
manejaron la campaña Petro presidente, la derecha, con denodado ahínco, exige
la caída de Petro por ser beneficiario directo de la financiación irregular de
las actividades proselitistas, por los dineros que su hijo se apropió de polémicos
políticos de la costa Caribe que desembolsaron grandes cantidades de dinero en
efectivo y por haber violado los topes, de acuerdo con las versiones
periodísticas que circulan en los medios tradicionales. Los topes máximos
constituyen una ridícula invención porque todos saben, incluidas las
autoridades, cuáles son las triquiñuelas que existen para producir el engaño y
el auto engaño a la hora de justificar gastos y desviar los recursos recibidos.
En todo este asunto sobresale la
hipocresía de unos agentes políticos que en el pasado se opusieron a que, en proyectos
de reforma política y electoral se aprobara que fuera el Estado el responsable
de la financiación total de los costos de las campañas, en particular de las
presidenciales. La reposición de votos es ya una forma de financiación estatal.
La idea es que los costos en publicidad también los asuma el Estado, para evitar
así la hiperinflación que sufren cada cuatro años los precios de las piezas publicitarias.
La participación interesada de
poderosos agentes privados en la financiación de las aventuras electorales está
asociada a las ideas que estos tienen sobre el país, cuál debe ser el papel del
Estado y cuál el tipo de desarrollo económico que necesita Colombia. Porque hay
una realidad inocultable: el actual modelo de desarrollo, insostenible
sistémicamente, sale de las imposiciones de los mecenas que por décadas financiaron
las campañas de candidatos presidenciales de corte neoliberal, ignaros de lo
que significa ser un país biodiverso y enemigos de consolidar un Estado y una
sociedad modernas y civilizadas.
Agentes económicos como Sarmiento Angulo y otras familias de terratenientes y clanes políticos que viven de la captura mafiosa del Estado regional en varios departamentos y que claramente son enemigos de las selvas, son responsables de costear los sueños presidenciales de candidatos como César Gaviria Trujillo, Álvaro Uribe Vélez, Andrés Pastrana e Iván Duque Márquez, politicastros que jamás entendieron qué es eso de ser un país biodiverso y pluricultural.
Por el contrario, todos a pie
juntillas creyeron en el desarrollo agroindustrial soportado en el modelo de la
gran plantación (monocultivos de caña de azúcar y palma africana) considerados
por ambientalistas como “ecosistemas emergentes”, mirados así con el objetivo
de legitimar su existencia, subvalorando o negando sus impactos socio
ambientales, paisajísticos y ecológicos. Fueron también cómplices de la potrerización
de selvas y praderas y por supuesto de la expansión de títulos mineros que
terminaron en manos de guerrillas y narco paramilitares. La minería ha devastado
ríos y selvas bajo la mirada serena de gobiernos como el de Álvaro Uribe Vélez,
quizás el peor de todos en materia de debilitamiento de las instituciones
ambientales, deforestación, potrerización y expansión de la minería legal e
ilegal en territorios biodiversos y diversos culturalmente hablando.
Así entonces, en la financiación
de las campañas electorales confluyen lo que somos como individuos y como sociedad:
mezquinos, estúpidos, hipócritas, cercanos y admiradores del ethos mafioso; así
como temerosos y alejados de complejas discusiones en torno a lo que significa
vivir en medio de selvas húmedas, meandros y otros ecosistemas estratégicos,
asumidos por millones de colombianos, incluidos los políticos, como obstáculos
para alcanzar el siempre fantasioso desarrollo sostenible.
Imagen tomada de Caracol