Por GERMÁN AYALA OSORIO
Los actos vandálicos y la actitud primitiva, egoísta y violenta que cientos de miles de hinchas colombianos protagonizaron y dejaron ver al mundo en la final de la Copa América, resultan a todas luces injustificables, pero culturalmente explicables. Saltar muros, falsificar boletas, evadir controles e ingresar sin boletas y por los ductos del aire acondicionado como escurridizas ratas o cucarachas, hacen parte de un "repertorio cultural" ancorado a la idea negativa de "ser colombiano, de ser latino, de ser "sudaca".
Expongo a manera de hipótesis explicativa que los comportamientos violentos, ilegales, voluntariosos, egoístas y primitivos exhibidos por los colombianos en el estadio Hard Rock de Miami están inexorablemente atados a una negativa auto percepción que arrastramos los colombianos, bien para llamar la atención o para disculparnos por si efectivamente cometemos errores o violamos las normas. Más claro: subsiste una inocultable desdicha en eso de ser y sentirse colombiano. Así entonces, cuando viajamos a países cuyos ciudadanos ya incorporaron y naturalizaron el orden, el respeto al otro, a las reglas y a la ley, de inmediato nos sentimos confrontados y hasta molestos. Hay quienes se sentirán amenazados por un "exceso de control y orden" al que consideramos innecesario, ridículo y exagerado porque nos acostumbramos a que en Colombia las cosas se hacen a las patadas, o más "relajadas" que las que se hacen en los Estados Unidos y Europa. Bajos esas condiciones, ese colombiano que se siente confrontado e incómodo deja salir su esencia, lo que tiene para ofrecerle al mundo, pues sabe que es hijo del "infortunio, de la adversidad, de la desdicha" y de la poca glamorosa condición de ser colombiano.
Dicha hipótesis parece ser validada todo el tiempo por los deportistas, incluidos los jugadores de la Selección de fútbol. Ellos son los primeros en dejar ver esa penuria, esa adversidad y ese infortunio. Suelen decir: "Queremos dejar en alto el nombre de Colombia". "Darle una alegría al país porque sabemos por lo que está atravesando". No hay medalla, trofeo, copa o galardón que no se ofrezca al país del infortunio. Al final, con esas consignas siempre se pretende cambiar la imagen negativa que proyectamos al mundo por hechos que efectivamente confirman que como Estado y sociedad exhibimos graves problemas con nuestros propios procesos civilizatorios por cuenta de un Estado inoperante, mafioso y corrupto que da mal ejemplo y al que hay que temerle. Baste con recordar a las 6402 víctimas que dejó la política pública de defensa y seguridad democrática de Álvaro Uribe o los cientos de jóvenes asesinados, desaparecidos, violados y afectados en sus ojos durante el estallido social en el gobierno de Iván Duque, para entender que el Estado colombiano en cualquier momento se puede convertir en el más infame de los victimarios; y también, por cuenta del sempiterno y naturalizado ethos mafioso que guía la vida de hijos de las élite económica, social, política y militar y la de millones de colombianos acostumbrados a no hacer la fila, a querer tumbar al otro y a pasarse por la faja a las autoridades.
Así entonces, lo acaecido en Miami en la previa de la final Colombia vs Argentina resulta perfectamente explicable desde el ámbito cultural. Una cultura que deviene atada a ese sentimiento de vergüenza que acompaña a esa idea de ser colombiano. La vergoña que hoy sienten los connacionales que viven en los Estados Unidos se explica, se hace grande y casi que inmanejable justamente porque pudieron superar o por lo menos eso creen, la adversidad y las penurias que nos acompañan en nuestro devenir como pueblo. Y es así porque se acostumbraron a respetar las reglas, le temen a la sanción, al tiket de tránsito o al señalamiento de los americanos. Incluso, hay colombianos que no comparten con otros colombianos porque no saben si ese compatriota está dispuesto a comportarse como un americano civilizado o si cree que puede venir a USA para seguir siendo un patán o un indisciplinado.
Adenda: el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol (FCF), Ramón Jesurún, debería de renunciar a su cargo. Los hechos violentos y reprochables que protagonizó, junto con su hijo, afectan su legitimidad y lo que es peor, confirma o valida el sentido de la hipótesis aquí expuesta.