domingo, 7 de enero de 2024

MACHOS, CORRALEJAS Y CORRIDAS DE TOROS

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Las corralejas que se realizan en pueblos y las corridas en ciudades capitales como Bogotá, Medellín, Cali y Manizales, entre otras, comparten circunstancias y diferencias. A pesar de contrastes y parecidos, ambos espectáculos resultan violentos, anacrónicos y con una enorme carga de estupidez, muy propia de la condición humana.

En redes se hizo viral el castigo al que fue sometido un torete por cuenta de una docena de hombres que lo patearon en el suelo, hasta producirle la muerte. Aunque el hecho sucedió durante una corraleja en Necoclí (Antioquia), ese tipo de espectáculos son propios de pueblos de la costa Atlántica y Antioquia, cuyos habitantes comparten un bajo capital social y cultural, así como comportamientos violentos y machistas. 

Esa tradición violenta de pueblos de la costa Atlántica y en este caso de Necoclí expone con enorme claridad elementos culturales que gravitan en la vida de esas comunidades. Esos elementos son: corrupción política, subdesarrollo (falta de infraestructura y bienestar colectivo), procesos civilizatorios truncos (mala educación, machismo, exceso en el consumo de alcohol y el no acatamiento de las normas) y altos grados de ignorancia y estupidez, sostenidos en una postura antropocéntrica que se alimenta a diario en los medios masivos, en las narrativas callejeras, en las escuelas y en los núcleos familiares en donde poco o nada se dialoga y mucho menos se discute sobre la conveniencia o no de conservar semejante tradición.  

En las corralejas de esos pueblos, atrapados y arrastrados por el “realismo mágico” y la subcultura antioqueña, hacerse hombre y comportarse como Macho cabrío tiene el desafío de enfrentarse a un toro, preñar a varias mujeres y tener hartos hijos. Al hacerse colectivo, la testosterona ebulle sin control en esos machitos que no han encontrado en su empobrecido entorno cultural cómo tramitar esas masculinidades orientadas siempre a mostrar la fuerza, el vigor y el arrojo, a través de la violencia, que incluye peleas callejeras y enfrentarse a un animal no humano.

Se suma a lo anterior, la incapacidad de las autoridades civiles de hacer cumplir la norma que impide maltratar a esos animales no humanos porque se consideran seres sintientes. Esa complacencia de las autoridades se explica porque sus gobernantes son hijos de esa cultura anacrónica, lo que los obliga a seguir esos patrones comportamentales, por el alto riesgo que implica ponerse en contra de la “tradición” de un pueblo que no encuentra otra forma de divertirse.

Hay que trabajar en esos pueblos el diseño de proyectos culturales que ayuden a superar esa violenta tradición, pero, sobre todo, a modificar los valores y las ideas de ser Hombre. Cuando se den cuenta que este país lo que menos necesita son ese tipo de Machos cabríos, entonces quizás puedan superar la anacrónica tradición de hacerse hombre, violentando toros y vaquitas.

Entre las diferencias que existen entre las corralejas de esos polvorientos pueblos de la “costa” y las corridas de toros en ciudades capitales están el clasismo y el esnobismo, alimentados por un “culto” periodismo taurino y las empresas mediáticas que se benefician de la pauta publicitaria de anunciantes que patrocinan las costosas ferias de Cali y Manizales, entre otras. El machismo también está presente en las corridas de toros, pues allí, hombres perfumados y educados exhiben a sus mujeres como trofeos; también aparecen los traquetos y lavaperros, haciendo lo propio con sus voluptuosas “hembras”, “reparadas” (operadas) en gravosas clínicas de la ciudad. Las corridas de toros son el escenario social predilecto para aquellos y aquellas que disfrutan de ser observados, criticados y registrados en las páginas sociales de los periódicos y noticieros de televisión.




Imagen tomada Somos Puentes

 

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