Por Germán Ayala Osorio
Ahora que el mito de La Escombrera
se desvanece ante la aparición de cinco cuerpos, empiezan los ejercicios de
memoria histórica en manos de artistas urbanos que le gritan al país y en
particular al uribismo paisa que “Las cuchas tienen razón”. Las “cuchas”
son las madres que llevan por lo menos 20 años insistiendo en que bajo el
gobierno de Uribe y con la Operación Orión, entre otras operaciones, cobró vida
esa fosa común de la que gracias a la JEP ya se han inhumado cinco cadáveres.
Aunque falta precisar si los restos óseos pertenecen a personas desaparecidas durante
la ejecución de esa pérfida operación militar y paramilitar en La Comuna 13, lo
cierto es que se trata de ejecuciones extrajudiciales.
El mural con la frase “Las
cuchas tienen razón” duró apenas 12 horas en las paredes del puente del
Mico, en la Medellín que le rinde tributo a la imagen de Pablo Escobar, el sanguinario
criminal que goza de admiración local, nacional e internacional. El mural del narco
asesino es la constatación de la doble moral que parece guiar la vida privada y
pública de las autoridades locales y de cientos de paisas que se sienten
orgullosos de vivir en la tierra que vio nacer al criminal de marras.
Borrar con pintura gris el grito
de justicia de las madres de las víctimas que fueron enterradas en La
Escombrera confirma que dentro de la alcaldía de Federico Gutiérrez hay metido ese
espíritu fascista que se opone a las narrativas populares que se atreven a confrontar
el poder hegemónico de una derecha que entre 2002 y 2010 se acostumbró a violar
los DDHH, a despreciar la vida de los diferentes, a perseguir al pensamiento
divergente; y a violentar a todos los que se opusieran al pensamiento único
promovido bajo el relato del unanimismo ideológico que vino de la “mano firme” de
la seguridad democrática. Aquello del “corazón grande” fue una gran mentira o
quizás un mito.
Oponerse a ese tipo de
expresiones artísticas y a los reclamos de justicia envilece la función pública
y deslegitima a las autoridades que dieron y ejecutaron la orden de borrar el
reclamo de las “cuchas”. A esos “defensores” del ornato que les molesta que con
la complicidad de los muros se pongan en evidencia las aberraciones del régimen
criminal que operó en el país durante los ocho aciagos años de Uribe, hay que
educarlos para vivir en democracia.
Estoy seguro de que en ese mismo
puente o en otro, la voz de las “cuchas” se volverá a escuchar en forma de
grafitis o murales. Los ejercicios de memoria histórica no se podrán detener
jamás. Podrán pintar de gris una y otra vez el dolor de las víctimas de un
Estado criminal, pero jamás podrán dormir tranquilos aquellos agentes que desde
frías oficinas dieron la orden de eliminar a los hijos de las “cuchas”.
Esos defensores de oficio y guardianes de las políticas de represión como la seguridad democrática jamás podrán conciliar el sueño en sus pulgosas cuchas (casa del perro, en Argentina). Su condición de "perros rabiosos" no asusta a esas madres que buscan a sus hijos y mucho menos a los artistas urbanos que optaron por recoger su dolor, rabia y desesperanza.
Imagen tomada de El Espectador.
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