Por Germán Ayala Osorio
El eslogan de la COP16, Paz
con la Naturaleza, es una frase, un lema, que sirve para esconder, mimetizar,
camuflar y matizar los graves impactos que como especie dominante y tardíamente
sentipensante le venimos y seguiremos infringiendo a los ecosistemas naturales.
En particular en el sur del Valle del Cauca y el norte del Cauca con el
monocultivo de la caña de azúcar con el que se afectaron fuentes hídricas que
sirvieron durante años a comunidades ancestrales, en particular a los afros,
para gozar del río y de sus aguas a través de las llamadas “comitivas”.
Mientras que en Cali y el Valle
del Cauca están “en modo COP16”, el planeta entero hace rato está en “modo”
Antropoceno, circunstancia definitiva que le pone límites temporales a esa utopía
de hacer la paz con la naturaleza. Para enfrentar las pluricrisis que confluyen
en eso que llaman cambio climático se van a necesitar esfuerzos superiores en
materia tecnológica y técnica, mismas variables con las que el ser humano viene
poniendo en riesgo la supervivencia de cientos de especies, incluyendo por
supuesto a la humana.
No se trata de negar la
importancia del evento global. De lo que se trata es de evitar los
reduccionismos en los que suelen caer el periodismo al momento de cubrir este
tipo de reuniones ambientales que deberían de servir para hacer pedagogía en torno
a la necesidad de pensar y actuar desde la complejidad. Claro que la responsabilidad
es compartida con la academia al momento de seguir los derroteros de una
modernidad fragmentadora. Agentes académicos se han atrevido a llamar a los extensos
monocultivos de caña de azúcar como “ecosistemas emergentes”, desconociendo
todas las rupturas que en términos de conexiones ecológicas produce la agroindustria
cañera.
“… el mundo académico ha
generado su propia racionalización de la situación para reducir las
explicaciones científicas de la realidad a unas pocas causas, a unos pocos
factores, a unas pocas variables, todo ello empacado en unas pocas disciplinas.
Entre los siglos XVIII y XIX, la economía y las ciencias políticas propusieron
e impusieron la mayor simplificación de la realidad: su reducción a dos
instrumentos: monedas y armas” (Carrizosa, 2014, p. 240). Ya lo había
advertido Morin (1994) cuando dijo que “…la patología moderna del espíritu está
en la hiper-simplificación”.
Las notas periodísticas publicadas
por Caracol Noticias son la mejor expresión de esa realidad moderna de reducir
y fragmentar la realidad, en particular, lo que ha significado e implicado
haber tomado distancia de la naturaleza y habernos convertido en una especie
depredadora. Presentan la COP16 como una fiesta, restándole importancia a dos
elementos que son claves: la evaluación de los viejos compromisos que asumió el
país en términos de protección de la biodiversidad y los nuevos que vaya a
adquirir; así como los desafíos que enfrenta como Estado en razón a la
presencia de la minería ilegal-legal en amplios territorios del país, en
particular en la zona alta de Suárez (Cauca) y la llegada de los monocultivos
de caña de azúcar y palma africana a la Orinoquia. Y claro, el monocultivo
ilegal de la mata de coca y la operación mafiosa de estructuras armadas que se
hacen llamar “guerrillas”.
Por estar preocupados por reducir
la COP16 a detalles, los periodistas de Caracol Noticias y de otros canales no
preguntan por ejemplo quiénes tienen el músculo financiero para importar la
maquinaria amarilla que usan las mafias mineras y que las autoridades queman en
los lechos de los ríos. Si estas máquinas son importadas, qué seguimientos se
hacen de las mismas para evitar que lleguen a las zonas selváticas a modificar
los cauces de los ríos y afectar negativamente la calidad de las aguas de los
afluentes.
Nadie cuestiona los procesos de
potrerización y la instalación de hatos de baja producción, minería y monocultivos
legales e ilegales que se emprendieron en los territorios selváticos que las
Farc-Ep abandonaron debido al acuerdo de paz de La Habana. Es mejor no
preguntar, porque estamos en modo COP16, y las periodistas deben sonreír, mientras
que la minería ilegal-legal le gana terreno a los Farallones de Cali; los ingenios
azucareros siguen quemando cañaduzales; y las multinacionales mineras siguen
extrayendo oro y otros minerales de la “Madre Tierra”.
Si los jefes de emisión de
Caracol Noticias decidieron editorialmente volcarse para cubrir la COP16 como
una fiesta ambiental, les recuerdo que Estanislao Zuleta dijo que la guerra
también era una fiesta y que “solo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la
guerra” está maduro para la paz. Hacer la Paz con la Naturaleza pudo
hacer parte de la última utopía de la humanidad, pero el greenwashing siempre
estará presente a la hora de examinar las responsabilidades colectivas y corporativas
que se deben asumir para poder firmar esa paz con Naturaleza de la que tomamos
distancia para poder dominarla y someterla.
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