domingo, 10 de marzo de 2024

MARCHAS, ARENGAS Y FANTASMAS EN LA ERA PETRO

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Ya casi cumple dos años Gustavo Petro como jefe de Estado. Y en su ejercicio del poder, se advierte un atrincheramiento político e ideológico, fruto de la combinación de circunstancias como el desinterés de la derecha y del propio presidente de construir un gran acuerdo nacional sobre una realidad inobjetable: se requieren ajustes estructurales en materias laboral, de salud pública y pensiones. A lo que se suma la proscripción del factor que permite que esos tres asuntos vengan operando mal de tiempo atrás: la corrupción público-privada, fruto de un naturalizado ethos mafioso que la sociedad en su conjunto incorporó, el mismo que guía las acciones de operadores políticos y judiciales.

La manida frase “hacer un acuerdo sobre lo fundamental” quedó pulverizada por la intención manifiesta del actual gobierno de sacudir y cambiar las viejas correlaciones de fuerza que permitieron la consolidación de un régimen político mafioso y criminal, generador de múltiples violencias durante más de 50 años.

Al tiempo que se produjo la desaparición de la trillada sentencia, la movilización social y las acciones colectivas se volvieron pan de cada día, expresión genuina de la división política y la confrontación ideológica que hay en el país por cuenta de la llegada del primer gobierno de izquierda, pero por, sobre todo, por la inquina que genera que un exguerrillero esté sentado en el Solio de Bolívar. Por ese camino, la democracia, como régimen de poder, viene quedando reducido a lo que se pueda hacer en las calles. Mientras que el gobierno Petro le apunta a una democracia plebiscitaria, la derecha le apuesta a movilizaciones masivas que bien pueden terminar en la parálisis voluntaria de sectores económicos para provocar una crisis política que impida que Petro finalice su mandato.

El odio hacia Petro no está soportado tanto en que esté haciendo las cosas mal y llevando el país hacia el abismo o hacia el Castrochavismo, sino en que las élites tradicionales no están dispuestas a ceder un centímetro en sus privilegios. En el fondo, hay dos ideas irreconciliables alrededor de lo que debe ser el Estado: mientras que Petro piensa en un Estado de Bienestar, tipo europeo, la derecha tradicional (el uribismo) quiere un Estado mínimo y corporativo que da migajas, en lugar de esforzarse por asegurar el cumplimiento de lo consignado en la Carta Política de 1991.  En este punto hay que decir que lo vivido en la antigua URSS y en Venezuela, entre otros ejemplos, hace posible afirmar que el socialismo usa el asistencialismo y el control ideológico para someter a sus ciudadanos; y lo visto en países como Estados Unidos y Colombia, permite sostener que el capitalismo usa el mercado para controlar a sus ciudadanos. Más claro: el socialismo cría ciudadanos estatizados; y el capitalismo forma ciudadanos-clientes. En los dos sistemas la democracia es una formalidad.

 

Las marchas en pro y en contra están sumiendo al país en una confrontación política que exaspera los ánimos, consolida peligrosas animadversiones ideológicas, el clasismo y el racismo, lo que puede llevarnos, en las elecciones de 2026, a violentas confrontaciones callejeras si ambas partes no morigeran sus narrativas y los medios masivos hegemónicos hacen lo propio. Es urgente un llamado a la calma.

En las movilizaciones de la oposición aparecieron consignas que dan cuenta de evidentes problemas conceptuales en quienes gritaban, por ejemplo, Petro Dictador. Si realmente estuviéramos viviendo bajo un régimen dictatorial, tipo Nicaragua, Venezuela o El Salvador, muy seguramente los políticos del Centro Democrático (CD) y Cambio Radical (CR) estuvieran presos en las cárceles estatales o perseguidos por la inteligencia del Estado. Es más, este gobierno de izquierda ha ofrecido hasta hoy más garantías a sus detractores, enemigos y a la oposición, si lo comparamos con lo ocurrido durante los gobiernos de Turbay Ayala, los aciagos ocho años de Uribe Vélez y los cuatro de su títere-presidente, Iván Duque Márquez.

Pero, así como aparecen nuevas arengas, que con el tiempo se convertirán en frases y fantasmas, es claro que van muriendo otras que aportaron a la señalada confusión conceptual y al aborrecimiento hacia Petro y de su séquito. Van desapareciendo de las narrativas apocalípticas a las que apeló la derecha, en la campaña de 2022, con el propósito de asustar a millones de colombianos que odian y temen a todo lo que huela a izquierda. En buena medida, esos miedos se explican por los crímenes cometidos por guerrillas de izquierda que por 50 años intentaron tomarse el poder a tiros.

El más importante fantasma que salió de circulación está asociado a la frase “nos vamos a convertir en Venezuela”. Lo cierto es que no hubo y no hay escasez de papel higiénico, la curiosa preocupación de cientos de miles de colombianos durante la pandemia del covid19, y mucho menos hay desabastecimiento de alimentos. La inflación cede poco a poco, lo que indica un manejo macroeconómico responsable. A pesar de una posible desaceleración económica y de la ortodoxia del Banco Emisor en el control de las tasas de interés, el gobierno de Petro viene cumpliendo la regla fiscal y las recomendaciones del FMI. Lejos estamos de convertirnos en Venezuela.

Eso sí, mientras ya nadie habla de Castrochavismo y del espectro aquel que no dejó dormir a millones de colombianos durante las elecciones de 2022, se empieza a hablar de la intención de Petro de perpetuarse en el poder. Ya Petro dijo que en el 2026 saldrá de la Casa de Nariño, pero exhortó a sus seguidores a buscar el triunfo, para consolidar el cambio.



Imagen tomada de Semana.com

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