Por Germán Ayala Osorio
Las capturas ordenadas por la Corte
Suprema de Justicia (CSJ) en contra de Arturo Char, de Cambio Radical, y Ciro
Ramírez, del Centro Democrático (CD), sirven para encender los ánimos en la red
X y de comidilla para los asistentes a los clubes sociales en donde se mueven
los hilos del poder político y económico. Para nada más.
Banqueros y voceros de los gremios
de la producción guardan silencio, al igual que la Academia, los curas y otros agentes
de la sociedad civil. Parece que a nadie espanta o preocupa la comisión de los
delitos por los que están imputados los dos políticos profesionales. Nadie sale
a exigir que “paren la corrupción” y ni siquiera a recordar a Turbay Ayala
cuando propuso “reducirla a sus justas proporciones”.
Cuando se supo de la sanción monetaria
que recibió el grupo Aval por haber reconocido el pago de coimas en la Ruta del
Sol II, el silencio fue el mismo que la sociedad en su conjunto guarda frente
al más grave problema que tiene el país: la corrupción público-privada, que se origina
en el Congreso de la República, convertido en una cloaca inmunda, una ratonera,
una casa de lenocinio. Nadie propone marchas
y movilizaciones para rechazar las andanzas de Ramírez, de Char y de la familia
Sarmiento Angulo y de otros confesos y condenados por los mismos delitos.
Escritores, periodistas e
intelectuales se suman a la actitud silente del grueso de la sociedad
colombiana. Los medios periodísticos registran las capturas de los dos políticos
y el mea culpa del grupo Aval, pero no alzan su voz de protesta para llamar la
atención de los partidos políticos, de sus dirigentes. La inmoralidad se
naturalizó en Colombia y los curas, guardianes de las buenas costumbres, asumen
la actitud más cómoda: sentarse a rezar y quizás a aplaudir en silencio la
acción de la justicia; o lamentarla, porque seguramente los procesados pagaban
jugosos diezmos, que por su reclusión, dejarán de percibir.
Frente a la captura del
congresista del Centro Democrático, el expresidente y expresidiario, Álvaro
Uribe Vélez salió a reconocer que la mermelada es el origen de todo, de ahí que
la califique como “maldita”. El expresidiario y dueño del CD no confronta a su
pupilo y protegido. Sus compañeros de bancada guardan silencio, a pesar de la vergüenza
que debería de producirles tener a un compañero sindicado de corrupción.
Será muy difícil avanzar como
sociedad moderna, civilizada y formada en principios republicanos si no
empezamos a rechazar a los corruptos y a cuestionar a los partidos que les
dieron avales y les taparon sus negociados. Por todo lo anterior, el país seguirá
viendo caer y caer bandidos de cuello blanco, pero nada cambiará en la sociedad
porque la corrupción es sinónimo de viveza, de inteligencia, de capacidad de
gestionar redes y amigos; de sagacidad. Y porque como dijo, con total cinismo Álvaro
Uribe, la “culpa la tiene la mermelada”.
Imagen tomada de zona cero
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