Por Germán Ayala Osorio
La lectura del Informe Final que la
Comisión de la Verdad le entregó al país, de manos del padre Franciscos de
Roux, debería de ser obligatoria en colegios y universidades. Paralelo a ello,
el gobierno de Gustavo Francisco Petro Urrego debería de diseñar una estrategia
pedagógica que haga posible la divulgación masiva de su contenido y la
discusión académica y socio política en espacios escolarizados y no
escolarizados.
Como bloguero asumo la tarea de
leerlo y comentarlo, en la medida de lo posible, a partir de citas extraídas
sobre las cuales es posible decir algo. Esta primera columna y lo citado, no
agota al extenso documento. Esta es la primera columna.
Con lo dicho en el Informe Final se
puede estar en desacuerdo o por el contrario, aceptar sin reparos, la
interpretación que allí se hace de lo acontecido en 60 años de conflicto armado
interno. Una primera idea que llamó mi atención es esta: “La falta de empatía con ese dolor es parte de lo que Colombia necesita
transformar, como una energía para la construcción de la paz” (1. La
Colombia herida, p.21). Por ello es urgente desplegar una estrategia pedagógica
multimodal que nos lleve como sociedad a revisarnos y a sentir vergüenza por el
silencio, el “importanculismo” con el que miramos por televisión los horrendos
crímenes cometidos por todos los actores armados que participaron del conflicto
armado interno. Construir una sociedad más empática es el derrotero que debería
de guiarnos como colectivo.
Y para cualquier proyecto pedagógico
que se quiera emprender, contar con el concurso del periodismo y de las
empresas mediáticas resulta clave. Pero antes de cualquier estrategia
mediática, urge que periodistas, editores y propietarios de las empresas
mediáticas hagan un mea culpa por los errores cometidos, la autocensura y la
toma de partido, en el cubrimiento de los hechos relacionados con las perversas
dinámicas del conflicto armado.
Sobre el papel de los medios masivos,
en el Informe se lee: “El papel de los
medios de comunicación ha sido clave en la investigación de las violaciones de
derechos humanos y del DIH, pero también lo ha sido en la reproducción de los
estereotipos que contribuyen frecuentemente a la polarización social. Las
maneras de hacer esto son la representación dominante de unas violencias frente
a la minimización de otras, el uso de pánicos morales («es una humillación a
las víctimas», «es una traición a la patria»), la estigmatización con
categorías de enemigo («no hay diálogo con terroristas») o la tergiversación de
las situaciones utilizando elementos emocionales («es un engaño», «se van a
tomar el poder»). (1.4.6, p. 84).
El sentido de aquella célebre frase
que dice que la primera víctima de las guerras es la verdad, calza perfecto y
dice mucho del tipo de periodismo que se
viene haciendo en Colombia: acrítico, oficialista, de declaraciones y con un
inconveniente sentido corporativo, a lo que se suma, un ejercicio ideológica y
políticamente comprometido con los mezquinos intereses de la élite tradicional.
Sobre los procesos de paz y sus
lógicas, en el documento se lee que “Andrés
Pastrana lo intentó y claramente se jugó todo su capital político en El Caguán.
Se rodeó de los partidos políticos, los empresarios, la Iglesia, Estados
Unidos, la comunidad internacional; es decir, todos esos factores de poder que
tradicionalmente toman parte de las decisiones en el país. Pero cada uno de estos
actores fue abandonando el barco a medida que observó que era un momento
adverso para el Estado y quizás aún favorable para la insurgencia” (P.117).
Es posible que más adelante se amplíe
la lectura sobre ese hecho político. Esta primera reacción al sentido del
Informe se hace en virtud de que la lectura llegó hasta la página 125 (2.5, La
Paz, ¿estable y duradera?). En este punto,
considero que el Informe es benévolo con el entonces presidente Andrés
Pastrana. Es posible que haya llegado a los diálogos del Caguán con ese apoyo
institucional. Lo cierto es que este hijo de Misael Pastrana Borrero planteó
una negociación cuyo final trágico preveían él y las propias Farc, pues ambos
llegaron sin la madurez política necesaria para asumir una negociación seria. Se
suma a lo anterior, que el Ejército, una histórica rueda suelta en este tipo de
escenarios dialógicos, jamás vio con buenos ojos la negociación y mucho menos,
la agenda de 12 puntos, en la que se tocaba el tamaño de las fuerzas armadas y
el modelo económico. Una agenda inabordable.
El solo hecho de haberle entregado a
las entonces Farc 42 mil kilómetros cuadrados sin verificación internacional
alguna, constituyó un error político y un factor de alejamiento del Ejército de
esa aventura de paz. No creo que Pastrana haya sido tan sagaz de pensar la
entrega de semejante territorio, como parte de una “trampa” diseñada para que
las Farc cayeran. Trampa o no, se dio un final negativo para esta guerrilla,
pues quedaron ante la comunidad internacional como una agrupación dedicada al
intercambio de drogas por armas. Trampa o no, lo cierto es que la experiencia
del Caguán sirvió para alentar los odios hacia las Farc, los mismos que supo
aprovechar Uribe Vélez para imponer su seguridad democrática y erigirse, gracias
a la acción mediática, en el Mesías que acabaría con la guerrilla.
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