Por Germán
Ayala Osorio
Bastaría con
mirar la historia política de Colombia y algo de la actual coyuntura judicial
en manos de la JEP, para concluir que este país ha sido gobernado con una enorme
escasez de virtudes éticas y morales de sus gobernantes, en particular de los
presidentes de la República, convertidos en simples mandaderos y títeres de los
grupos económicos. Al final de sus mandatos, “el Estado se convirtió en el
asegurador de amplios sectores que lograron la institucionalización de los
riesgos, la socialización de las pérdidas y la privatización de las ganancias”
(Revéiz, É, 1989, p. 13).
Dirán algunos que
es muy complicado gobernar con virtudes éticas y morales a un país con un largo
y degradado conflicto armado interno. A quienes así logren pensar, hay que
decirles que, por el contrario, ese escenario de confrontación bélica es
consecuencia de la inmoralidad de los grupos de poder económico y político, cuyos
dirigentes y voceros optaron por guiar sus vidas bajo un ethos mafioso y
criminal.
Bajo esas circunstancias,
la política, como arte, ha sido un fracaso moral y ético en manos de políticos profesionales
que llegaron al ejercicio del poder para enriquecerse y servir a los intereses
de sus patrocinadores. El presidente Juan Manuel Santos intentó devolverle a la
política algo de la majestad perdida. Eso sí, Santos no asumió esa tarea porque
él estuviera cargado de virtudes éticas y morales. No. Lo hizo porque su
antecesor, Álvaro Uribe Vélez había hecho añicos la dignidad presidencial,
fruto de un ejercicio mafioso del poder y de la política. Los 6402 jóvenes asesinados
durante la aplicación de la tenebrosa política de defensa y seguridad
democrática son la marca indeleble que le dejó al país el más sombrío y lóbrego
periodo presidencial de la historia reciente de Colombia.
La historia
política de Colombia, esto es, las luchas por el control del Estado y la
consolidación de micropoderes consolidaron una democracia imperfecta, formal,
procedimental, un remedo que aún ocultamos detrás de la sentencia más ambigua y
mendaz: “somos la democracia más antigua del hemisferio”. Vaya eufemismo con el
que aprendimos a esconder nuestras miserias como sociedad, debajo de alfombras
rojas por donde desfilaron políticos sin mayores virtudes y llenos de inmorales
prácticas.
Hablo, en
particular, de Belisario Betancur Cuartas, un incapaz que cedió el poder a los
militares que creyeron que, recuperando un edificio, estaban defendiendo la
democracia; Julio César Turbay Ayala, un ignaro animal político, desprovisto de
cualquier asomo de empatía y respeto por el otro, impuso con extrema violencia,
física y simbólica, su Estatuto de Seguridad; Ernesto Samper Pizano, un
político cargado de buenas intenciones y buen humor. Andrés Pastrana Arango, un
pueril oligarca que tuvo el descaro de denunciar a la campaña Samper presidente,
por haber recibido dineros del Cartel de Cali, cuando voceros de la familia Rodríguez
Orejuela aseguraron que el hijo del inefable Misael también recibió los sucios
dineros de la mafia. Pastrana y Samper son la constatación de que el ethos
mafioso es una realidad política en Colombia. Álvaro Uribe Vélez, un macho
violento, premoderno; un levantado que jamás comprendió la majestad presidencial,
porque se portó como un “rufián de esquina”. Juan Manuel Santos, la más efectiva
veleta ideológica de los tiempos presentes. Un perfumado y elegante mandadero.
Y terminamos con Iván Duque Márquez, el presidente-títere que pernoctó durante
cuatro años en la Casa de Nariño. Será recordado por ser un mequetrefe que hablaba
en inglés.
En estos tiempos
de las redes sociales es mucho más fácil enterarse de que los señalados
presidentes de la República fueron, simplemente, el reflejo de las tenebrosas
vidas de sus mecenas: banqueros y empresarios corruptos, vulgares coimeros que
solo temen a la justicia americana.
La confusión
moral que como sociedad exhibimos, en parte se explica por eticidades
acomodaticias, pero también por las lógicas de poder que se desprenden del sistema
capitalista y de la propia condición humana. Bajo el sistema socialista, la
situación sería igual o peor.
No es que le
esté apostando a una sociedad impoluta. Eso es un imposible. Solo expongo la
necesidad de llevar a la Casa de Nariño a quienes con mínimas virtudes éticas y
con menos hechos inmorales, lleguen a gobernar para todos y todas; y no a
servirles a los mecenas que lo único que saben es “privatizar las ganancias y
socializar las pérdidas”.
Imagen tomada de Pulzo.com
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