Por Germán Ayala Osorio
Murió el Maestro Fernando Botero
Angulo, escultor y pintor tan universal como García Márquez, el Holocausto
Nazi, y las dos guerras mundiales que pusieron en crisis el proyecto humano de
la modernidad. Pero también, tan local y regional como nuestro conflicto armado
interno que, a pesar del premio Nobel de Paz de Juan Manuel Santos, los horrores
cometidos en ocasión de sus dinámicas bélicas jamás alcanzaron la universalidad
necesaria como para que el mundo posara sus ojos sobre este platanal en el que
aún corren ríos de sangre. Ver a sus “gordas” en parques de Medellín y avenidas de Cartagena y Bucaramanga hizo posible que su perspectiva
de la vida y de las formas, también alcanzara las dimensiones local y regional.
Fernando Botero le entregó a este
país que ama la violencia y aborrece la paz, obras como “El desfile”, “Carro
bomba”, “Tristeza”, “Masacre en Colombia” y “Río Cauca”, todas, expresiones de lo
que volvimos paisaje y normalizamos: la violencia. También regaló la Paloma de
la Paz, hermosa escultura en bronce que Botero le hizo llegar al entonces
presidente de la República, Juan Manuel Santos. Una vez se instaló Iván Duque
Márquez en la Casa de Nariño, este mequetrefe y homúnculo ordenó el traslado de
la escultura al Museo Nacional. Ese gesto hizo parte del proyecto político que
desde El Ubérrimo le ordenaron ejecutar: hacer trizas la paz de La Habana.
Con la partida de Botero, aparece
la necesidad de un relato tan universal como el Maestro de las “gordas”, que le
cuente al mundo de lo que hemos sido capaces con tal de eliminar, simbólica y
físicamente, a todos aquellos que pensaron diferente, o que se atrevieron a
exigir el cumplimiento de sus derechos consagrados en un indefenso papel que
llaman Constitución Política.
Botero Angulo, nacido en Medellín
(Antioquia), comparte con políticos, poetas y deportistas haber brotado de esa hermosa tierra antioqueña, estigmatizada y violenta. Arte, política, deporte y
letras, todas juntas como parte de esa condición humana, aviesa y maravillosa, reclaman
un lugar en el universo. De ese listado hacen parte la poetisa Piedad Bonnet, el
ciclista, Martín Emilio “Cochise” Rodríguez, y el inefable político, Álvaro
Uribe Vélez, nacido en Salgar, quizás el ser humano que más daño le ha hecho al
país, de la mano de Pablo Escobar, Luis Alfredo Garavito o cualquier "monstruo" de los Andes.
La pretendida consagración
universal de lo hecho a través del arte, en pistas y carreteras, o a través de
poemas y las letras en general, o quizás por el ejercicio ético de la política,
solo la lograron, hasta hoy, Botero y Gabo. Ahora que el Maestro no está, la
sociedad colombiana debe volver a mirar sus pinturas y esculturas para anclar a
estas, ese relato universal que necesitamos como nación para decirle al mundo,
en particular a los alemanes, que nosotros también tuvimos nuestro propio
holocausto. Y que el gran responsable es un antioqueño: Álvaro Uribe Vélez, con
su sombría y tenebrosa política de defensa y seguridad democrática, que dejó 6402 jóvenes asesinados por el Ejército, millones de desplazados, profesores torturados y asesinados por el DAS y largos procesos de estigmatización ideológica.
Paz en la tumba del Maestro Botero,
artista que se atrevió a exponer la pequeñez de un pueblo que aprendió a amar
la guerra y la violencia; queda Uribe Vélez, menudo hombrecillo cuyo nombre
ojalá se haga tan universal como las dos guerras mundiales, el covid19 y el Holocausto
Nazi, del que muy seguramente se inspiró para degradar la lucha armada y la reivindicación
de los derechos de quienes fueron hostigados, desplazados y masacrados por
paras, guerrillas y militares.
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