Por Germán Ayala Osorio
El candidato a la alcaldía de
Cali, Deninson Mendoza dijo a un medio radial que las elecciones en la capital
del Valle del Cauca “es una pelea de quién tiene más plata”. La
sentencia de Mendoza hace creíble la idea de que las alcaldías, gobernaciones e
incluso, la presidencia de la República en Colombia, tienen un precio
establecido. Lo dicho por Mendoza aporta a la entrega de un mal diagnóstico a
propósito de la salud del régimen democrático. En referencia directa al
candidato Roberto Ortiz, conocido como “el Chontico”, Mendoza dijo que el
Chontico “quiere comprar la Alcaldía de Cali, ha gastado más de 50 mil
millones de pesos, y Cali ya le ha dicho que no. Esta es la tercera vez que se
lo dirá nuevamente, porque Cali va a elegir a un alcalde popular” (Tomado
de Infobae).
Por todo lo anterior y de
resultar cierta la idea que circula en Cali y en otros municipios del país y la
sentencia del candidato mencionado, hay que decir que el régimen democrático
local goza de una muy mala salud. La enfermedad es, además de grave, incurable.
Se trataría de una “enfermedad huérfana” para la que no existe tratamiento
conocido o medicamento aprobado que venza el mal encarnado. De un régimen
democrático que opere bajo esas condiciones solo se puede esperar que haga
metástasis. Y al parecer, a juzgar por las negativas representaciones sociales
que descalifican a la saliente administración local, Cali aún no entra en ese
estado metastásico, aunque ya se nota el colapso moral en las maneras como se
administra lo público y se gestiona lo privado desde instancias oficiales. Las jornadas
electorales son termómetros que permiten examinar y determinar las condiciones de
salud del régimen democrático en el que los comicios ocurren de manera
permanente, de acuerdo con el calendario electoral.
La financiación privada de las
campañas políticas es un factor negativo que afecta la salud del régimen
democrático en tanto poco importan las ideas y los proyectos políticos de los aspirantes
a ocupar los cargos públicos; la importancia radica en el dinero que cada
campaña maneje para posicionar la imagen de un candidato que, además de pasajera,
devendrá artificiosa, pero efectiva al momento de ocultar lo que realmente
pasa: los triunfos electorales no son del todo políticos, sino económicos.
El cubrimiento de las campañas
políticas y de lo prometido por los distintos candidatos a ocupar cargos públicos
de elección popular, por parte de las empresas mediáticas, hace parte de la
evaluación del sistema democrático. De igual manera, los costos de las campañas
y el millonario gasto en posicionar a los y las candidatas permiten pensar que el
trabajo no está tanto en discutir ideas y conceptos para convencer a un electorado
que se mueve entre la apatía y los intereses individuales y colectivos se
sectores que buscan sacar tajada. Así las cosas, poco interesa la discusión de
las ideas y la viabilidad de las propuestas de campaña. Lo que prevalece es el
objetivo de descrestar votantes por los costosos recursos publicitarios y la
aparición en medios masivos. La visibilidad de los candidatos en vallas
publicitarias, afiches y en apariciones en los medios masivos y redes sociales
serían la mascarada perfecta para ocultar que llegar a una alcaldía o
gobernación obedece más a una transacción económica, que a la real voluntad del
electorado. Cuando coinciden la voluntad del electorado con el resultado
esperado, no se puede hablar con total certeza de un triunfo político limpio.
Para el caso de las elecciones en
Colombia ha hecho carrera la idea que señala que conquistar alcaldías,
gobernaciones e incluso, la presidencia de la República depende del precio que
a cada institución se le pone, de acuerdo con la circulación de efectivo y las
millonarias inversiones que se hacen a las campañas.
En el caso de Cali, la idea que circula
es que hacerse con la alcaldía de Cali tiene un costo determinado, lo que haría
que la puja por conquistar la administración local deja de ser un trabajo
exclusivamente político, para convertirse en una subasta con matices electorales.
Trátase de una realidad objetiva, de un rumor o de un “secreto a voces”, lo cierto
es que esta elección, como otras, devienen cubiertas por la macabra idea que
circula en municipios, vistos estos como objetivos económicos y ya no como
objetivos políticos para transformar realidades sociales y culturales. ¿Es verdad que la Alcaldía de Cali tiene
precio? Si es así, no solo está enfermo el régimen democrático, sino una buena
parte del pueblo caleño.
Imagen tomada de La Silla Vacía
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