Por Germán Ayala Osorio
Nicolás Petro Burgos acaba de dinamitar
el proyecto político de su padre, el presidente de la República, Gustavo Francisco
Petro Urrego. En la implosión confluyeron el distanciamiento familiar entre Nicolás
y su papá, que inició con la frase lapidaria “yo no lo crie”, con la que el presidente
tomó distancia de su vástago; además, las fuertes presiones de la Fiscalía
sobre el imputado y por supuesto, la ya común práctica mafiosa que rodea de
tiempo atrás a todas las campañas políticas en Colombia, de la que participan
millonarios contratistas, paramilitares y narcotraficantes.
No creo que Nicolás Petro sea
consciente del enorme daño político que le hace a su progenitor y mucho menos, el
que le hace al proyecto de la izquierda y del progresismo que representa
Gustavo Petro. Lo cierto es que al reconocer que entraron dineros de oscuros
personajes y de millonarios contratistas del Estado a la campaña Petro
presidente, Nicolás Petro puso a su papá en los mismos niveles de sospecha que
en su momento soportaron las campañas de Pastrana, Samper, Uribe, Santos y
Duque.
A la campaña de Pastrana, los
Rodríguez Orejuela aportaron millonarias sumas de dinero; a la de Samper, igualmente,
los líderes del Cartel de Cali hicieron lo propio con la de Samper. A la de
Uribe, el confeso paramilitar, Salvatore Mancuso reconoció ante la JEP que las
AUC aportaron dinero y camisetas, a lo que se sumó las presiones indebidas al
electorado para que votara por político antioqueño. También, ingresaron aportes de alias La Gata; a las de Santos y Duque,
entraron dineros de Odebrecht, multinacional mafiosa que enredó a varios
presidentes en América Latina. Y cómo olvidar que el Ñeñe Hernández también aportó dineros sucios a la campaña del fatuo e infantil, Iván Duque.
Desde esa perspectiva, con el escándalo
político en ciernes, estamos ante una realidad política, social, económica y
cultural: para hacerse con el Estado, hay que aliarse con financiadores y
contratistas de toda laya.
Justo cuando cumple un año en el gobierno,
Gustavo Petro, el fuego amigo hace implosionar el proyecto político con el que
se pensó en varios sectores de la sociedad, que era posible hacer política de
otra manera. Pero no fue así. Colombia parece marcada y en particular la costa
Caribe, por un ethos mafioso que guía la vida política de todos aquellos que
deseen gobernar al país desde la Casa de Nariño.
Las consecuencias políticas de lo
que está cantando Nicolás Petro son impredecibles. Muy seguramente, la derecha buscará
arrinconar al presidente, tratando de reeditar lo hecho contra Samper.
Entonces, Petro dirá a su manera, “fue a mis espaldas y aquí estoy y aquí me
quedo”. Aunque no creo que los gringos se atrevan a quitarle la visa, como
sucedió con Samper Pizano, la gobernabilidad y la credibilidad quedan en
entredicho. Tratarán de abrirle un juicio político, para declararlo inmoral,
figura que, aunque no tiene anclaje constitucional, sí tendría un alcance
político al que podrían sumarse actores económicos de la sociedad civil que no
comparten las ideas del presidente.
Es posible que intenten tumbarlo
o que exijan una transición del mando, parecida a la que le habrían ofrecido participar
a Álvaro Gómez Hurtado, en los tiempos del Proceso 8.000. Al final, esa
circunstancia terminó con el crimen del líder político conservador.
Ya veremos cómo trata de salir el
presidente Petro de semejante implosión. Lo cierto es que se trata de un golpe
duro que le cae como anillo al dedo a una derecha que desde el 7 de agosto venía
buscando cómo crear desazón, incertidumbre y miedo en la sociedad. Nicolás
Petro les hizo la tarea.
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