Por Germán Ayala Osorio
En diálogo con la periodista
María Jimena Duzán, el presidente de la República, Gustavo Petro, lanzó una
frase que pasó inadvertida en los medios masivos, ocupados todos en la tarea
diaria de deslegitimar al gobierno. Petro dijo que él había llegado al
gobierno, pero que el poder lo tienen otros. Habló de poderes de
facto que hoy ostentan un poder mucho mayor que el del Estado.
Detrás de esa conclusión a la que
llega el presidente Petro están el vaciamiento del sentido público del Estado,
la corrupción público-privada, la actitud mendicante de los gobernantes que le
sucedieron a Petro y finalmente, la consolidación de poderes económicos de
facto, representados en las 4 ó 5 familias poderosas en el país, que convirtieron
el Estado en la fuente de donde salen millonarios recursos, con los que construyeron
sus fortunas.
Esa constatación presidencial erosiona
el sentido de la democracia, en la medida en que quienes votan y eligen con sus
sufragios a los presidentes de la República, no necesariamente están votando
por un proyecto de país, sino por los intereses corporativos de los grupos económicos
que financian, cada cuatro años, las campañas presidenciales. Esos mismos poderes
de facto patrocinan a quienes aspiran a llegar al Congreso de la República, a
cambio de que legislen en favor de sus intereses o por lo menos, que no lo
hagan para afectar sus negocios. Por eso quizás ha sido imposible aprobar una
ley que haga posible que las campañas las financie en su totalidad el Estado,
para evitar, justamente, que cuatro o cinco familias poderosas continúen
poniendo en el Solio de Bolívar a monigotes que solo saben asentir, como perros
de taxi, las indicaciones y las órdenes que les dan los hijos o los patriarcas de
cada grupo económico.
En la conversación con la
periodista, Petro señaló que en sus encuentros con los grupos económicos (Sarmiento
Angulo, Ardilla Lulle, Santodomingo, Gilinski y el GEA) les dejó en claro que él
buscaba una relación de tú a tú y no, como ocurrió en el pasado, una en la que
veía a presidentes arrodillados y sometidos a sus intereses.
Lo dicho por Gustavo Petro
confirma lo que siempre supieron los colombianos: los presidentes de la
República llegan a la Casa de Nariño en calidad de sirvientes de los poderosos
grupos económicos. Los mejores ejemplos de esa relación de dominación están
representados en las figuras de Iván Duque Márquez, Juan Manuel Santos, Álvaro
Uribe Vélez y más lejano, Andrés Pastrana Arango. Todos, homúnculos obedientes
cuyo poder solo lo usaron para someter al pueblo a las peores condiciones
económicas y políticas.
En el hilo de esa relación sumisa,
aparece el neoliberalismo como doctrina con la que el capital y el mercado
reducen la acción del Estado, por dos vías claramente definidas: las recetas
impuestas por el FMI y el Banco Mundial, y la entrega de millonarios contratos
a los representantes de esos poderes de facto que han contribuido, con su
avaricia, a la consolidación de una sociedad altamente desigual como lo es la
colombiana.
Al comprender que su llegada al gobierno
se da en condiciones limitadas del poder presidencial, lo que está tratando de
hacer Petro es dignificar la vida de los más pobres, recuperar la legitimidad
del Estado y sobre todo, dejar claro en la historia política que no fue el títere
o el sirviente de unos cuantos encopetados que desprecian la política y el
Estado; también, Petro insiste en dar a conocer las relaciones mafiosas tejidas
por años entre esos y otros poderes de facto. Odebrecht y el reciente escándalo
de corrupción al interior de Ecopetrol son dos ejemplos del vaciamiento del
sentido de lo colectivo que viene sufriendo la figura del Estado. Lo que se
impuso en Colombia fue la lógica de un Estado corporativo-privatizado al
servicio de los poderes de facto a los que se refiere el presidente en la ya
señalada entrevista con la periodista María Jimena Duzán.
Imagen tomada de Youtube.com
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