sábado, 22 de julio de 2023

¿PETRO CONTRA LA PRENSA O LA PRENSA CONTRA PETRO?

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Las relaciones entre la prensa tradicional hegemónica y el presidente Petro son tensas y lo más probable es que sigan así. En los roces que a diario se presentan entre el presidente Petro y periodistas que trabajan para medios con agendas políticas visibles, los colegas periodistas asumieron las respuestas del mandatario como presiones indebidas a su derecho a la libertad de prensa. Los reclamos de los reporteros y presentadores devienen con una legitimidad atada a los límites que a esa libertad les imponen las circunstancias empresariales  y las dinámicas periodísticas que se describirán más adelante. Es decir, la libertad de prensa ni es un bien absoluto, aunque así se desee, ni las correcciones presidenciales pueden asumirse como ejercicios restrictivos al ejercicio de informar y opinar.

Lo que en el fondo sucede es que la Gran Prensa bogotana venía acostumbrada a tratar con presidentes de derecha cercanos a los conglomerados económicos a los que pertenece el grueso de los medios capitalinos. Esa circunstancia garantizaba altos niveles de certidumbre en las huestes de los mecenas. En lo que respecta a la operación mediática, esa misma realidad hacía que los periodistas pusieran el foco no en quién personifica al presidente de la República, sino en hechos cuya trascendencia política no implicaran la erosión total de la legitimidad del gobierno de turno, aunque se vieran los medios en la obligación de hacer referencia a los hechos noticiosos ya publicados o a otros cuya gravedad los obligaba a su registro. Hoy, por el contrario, la tarea visible de los periodistas es deslegitimar todos los días al primer gobierno de corte progresista.

Con la llegada a la Casa de Nariño del primer presidente de izquierda, las incertidumbres, resquemores y miedos de los empresarios-mecenas de los medios y periodistas que hoy chocan con Petro, se convirtieron, por arte de birlibirloque, en elementos fundantes de la libertad de prensa. Así las cosas, los periodistas no están realmente pidiendo respeto y garantías por el preciado derecho constitucional y democrático, sino que están operando como agentes políticos cuyas agendas, al no coincidir con las de los propietarios, los hace proclive a tergiversar o manipular los hechos noticiables e incluso, los que ya fueron elevados al estatus de noticia.

Petro no va soltar el Twitter porque él mismo desconfía de los periodistas que trabajan en la Casa de Nariño. En general, no aprecia el oficio; y porque su carácter contestatario lo hace proclive a defenderse cuando se siente atacado. Se suma a lo anterior, la fortaleza conceptual del presidente y su capacidad argumental. Hay que decir también que los colegas periodistas eligieron el camino de la queja y de su victimización, ante el desinterés de prepararse para debatir con el presidente de la República.

Todo lo anterior hace parte de un complejo contexto que paso a describir. Convertidas las empresas mediáticas en activos políticos de poderosos grupos empresariales, sus periodistas se transforman, casi de forma natural, en estafetas y defensores de los intereses de los propietarios. Eso sucede en Colombia desde siempre y en otras partes del mundo. Bajo esas circunstancias, la libertad de prensa cohabita con la libertad de empresa y con el derecho político de los propietarios a patrocinar, apoyar y elegir a los candidatos a cargos de elección popular que coincidan con el ideario empresarial y político de quienes al final, la sociedad y los periodistas los asumen como mecenas del periodismo.

En la operación cotidiana de los medios de comunicación, los editores y el editor general cumplen el rol de “porteros o filtros” de la información allegada por los periodistas. En ocasiones, esos coladores tienen sus propias agendas e intereses, muchas veces con la aprobación tácita de los propietarios del medio, bien porque estas no van en contravía de los intereses económicos y políticos de los dueños y mucho menos riñe con la ética y las presiones de los patrocinadores. O también se permiten esas agendas paralelas porque la o el periodista es ya una vedette que garantiza un rating alto.

La libertad de prensa es un bien supremo de la democracia y del periodismo, por supuesto, pero su calidad y límites no necesariamente los fija el ejercicio del periodismo. Por el contrario, los define la política editorial que cada medio define deontológicamente, sin olvidarse quién es el que garantiza la operación y la existencia del medio de comunicación.

En la distribución de tareas, al interior de las empresas mediáticas aparecen figuras con roles claramente definidos. Está el reportero que, con fuentes de alta credibilidad, garantiza golpes de opinión, siguiendo la lógica del “síndrome de la chiva”; nuevamente aparece el editor que sugiere o hace cambios en los hechos noticiosos reporteados, bien para matizar el lenguaje, ocultar un señalamiento, para evitar incomodar a algún poderoso, o por el contrario, con la firme intención de incomodar a quien ostenta poder. Ello va a depender de la aplicación correcta de las directrices empresariales. Incomodar es, en el ejercicio periodístico, un verbo de conjugación arbitraria, selectiva y acomodaticia.

Al final, quienes defienden los intereses de la prensa tradicional hegemónica, dirán que Petro ataca a sus periodistas; por el contrario, quienes siguen y respaldan al presidente, dirán que es la prensa de la derecha la que arremete contra el jefe del Estado.



Imagen tomada de Semana.com

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