Por Germán Ayala
Osorio
Las relaciones entre la prensa tradicional hegemónica y el
presidente Petro son tensas y lo más probable es que sigan así. En los roces
que a diario se presentan entre el presidente Petro y periodistas que trabajan
para medios con agendas políticas visibles, los colegas periodistas asumieron
las respuestas del mandatario como presiones indebidas a su derecho a la
libertad de prensa. Los reclamos de los reporteros y presentadores devienen con
una legitimidad atada a los límites que a esa libertad les imponen las
circunstancias empresariales y las
dinámicas periodísticas que se describirán más adelante. Es decir, la libertad
de prensa ni es un bien absoluto, aunque así se desee, ni las correcciones
presidenciales pueden asumirse como ejercicios restrictivos al ejercicio de
informar y opinar.
Lo que en el fondo sucede es que la Gran Prensa bogotana
venía acostumbrada a tratar con presidentes de derecha cercanos a los
conglomerados económicos a los que pertenece el grueso de los medios
capitalinos. Esa circunstancia garantizaba altos niveles de certidumbre en las
huestes de los mecenas. En lo que respecta a la operación mediática, esa misma
realidad hacía que los periodistas pusieran el foco no en quién personifica al
presidente de la República, sino en hechos cuya trascendencia política no
implicaran la erosión total de la legitimidad del gobierno de turno, aunque se
vieran los medios en la obligación de hacer referencia a los hechos noticiosos
ya publicados o a otros cuya gravedad los obligaba a su registro. Hoy, por el
contrario, la tarea visible de los periodistas es deslegitimar todos los días
al primer gobierno de corte progresista.
Con la llegada a la Casa de Nariño del primer presidente de
izquierda, las incertidumbres, resquemores y miedos de los empresarios-mecenas
de los medios y periodistas que hoy chocan con Petro, se convirtieron, por arte
de birlibirloque, en elementos fundantes de la libertad de prensa. Así las
cosas, los periodistas no están realmente pidiendo respeto y garantías por el
preciado derecho constitucional y democrático, sino que están operando como
agentes políticos cuyas agendas, al no coincidir con las de los propietarios,
los hace proclive a tergiversar o manipular los hechos noticiables e incluso,
los que ya fueron elevados al estatus de noticia.
Petro no va soltar el Twitter porque él mismo desconfía de
los periodistas que trabajan en la Casa de Nariño. En general, no aprecia el
oficio; y porque su carácter contestatario lo hace proclive a defenderse cuando
se siente atacado. Se suma a lo anterior, la fortaleza conceptual del
presidente y su capacidad argumental. Hay que decir también que los colegas
periodistas eligieron el camino de la queja y de su victimización, ante el
desinterés de prepararse para debatir con el presidente de la República.
Todo lo anterior hace parte de un complejo contexto que paso
a describir. Convertidas las empresas mediáticas en activos políticos de
poderosos grupos empresariales, sus periodistas se transforman, casi de forma
natural, en estafetas y defensores de los intereses de los propietarios. Eso
sucede en Colombia desde siempre y en otras partes del mundo. Bajo esas
circunstancias, la libertad de prensa cohabita con la libertad de empresa y con
el derecho político de los propietarios a patrocinar, apoyar y elegir a los
candidatos a cargos de elección popular que coincidan con el ideario
empresarial y político de quienes al final, la sociedad y los periodistas los
asumen como mecenas del periodismo.
En la operación cotidiana de los medios de comunicación, los
editores y el editor general cumplen el rol de “porteros o filtros” de la
información allegada por los periodistas. En ocasiones, esos coladores tienen
sus propias agendas e intereses, muchas veces con la aprobación tácita de los
propietarios del medio, bien porque estas no van en contravía de los intereses
económicos y políticos de los dueños y mucho menos riñe con la ética y las
presiones de los patrocinadores. O también se permiten esas agendas paralelas
porque la o el periodista es ya una vedette que garantiza un rating alto.
La libertad de prensa es un bien supremo de la democracia y
del periodismo, por supuesto, pero su calidad y límites no necesariamente los
fija el ejercicio del periodismo. Por el contrario, los define la política
editorial que cada medio define deontológicamente, sin olvidarse quién es el
que garantiza la operación y la existencia del medio de comunicación.
En la distribución de tareas, al interior de las empresas
mediáticas aparecen figuras con roles claramente definidos. Está el reportero
que, con fuentes de alta credibilidad, garantiza golpes de opinión, siguiendo
la lógica del “síndrome de la chiva”; nuevamente aparece el editor que sugiere
o hace cambios en los hechos noticiosos reporteados, bien para matizar el
lenguaje, ocultar un señalamiento, para evitar incomodar a algún poderoso, o
por el contrario, con la firme intención de incomodar a quien ostenta poder.
Ello va a depender de la aplicación correcta de las directrices empresariales. Incomodar
es, en el ejercicio periodístico, un verbo de conjugación arbitraria, selectiva
y acomodaticia.
Al final, quienes defienden los intereses de la prensa
tradicional hegemónica, dirán que Petro ataca a sus periodistas; por el
contrario, quienes siguen y respaldan al presidente, dirán que es la prensa de
la derecha la que arremete contra el jefe del Estado.
Imagen tomada de Semana.com
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